Capítulo 31

273 23 0
                                    

Nash y Sharon se separaron y sus bocas volvieron a ser dos. Algo dentro tironeó mi corazón.

-Perdón -dijo Cameron, ya que yo me había quedado sin voz.

-Oh, no te preocupes, Cameron -se levantó Sharon del sofá y se acercó-. ¿Ya te vas?

-Sí -dijo él.

Me empujó discretamente por la cintura, mientras que yo me esforzaba por borrar mi rostro afligido. Medio reaccioné. Seguí a Cameron hasta la puerta y él notó mi reacción.

-Nos vemos luego, chicos -dijo Cameron y dijo adiós con la mano a Nash y a Sharon. Entonces se acercó a mí y me plantó un beso tierno cerca, muy cerca de los labios, rozando sólo la orilla y antes de que se despegara demasiado de mi rostro me guiñó el ojo.

Me quedé parada allí, analizando lo que Cameron acababa de hacer, o mejor dicho, el porqué lo había hecho.

-Adiós -musité por fin y luego cerré la puerta tras ver la sonrisa de Cameron.

Me giré y los ojos inquisidores de Sharon me acusaron mientras que los de Nash me miraban como si estuviesen furiosos. Pero eso era imposible, ¿no? No puede enojarse tanto por una estúpida rosa. Porque... esa era la razón, ¿no?

Se limitó a intimidarme y cuando lo notó dejó de hacerlo y bajó la mirada.

-¿De qué tanto hablan tú y Cameron? -preguntó Sharon, la curiosidad que siempre había existido en ella ahora me resultaba extrañamente fastidiosa.

-De nada importante, ya sabes -me encogí de hombros-, su tía, la cena -divagando un poco-. ¿Sabes? Voy a ver si tenemos correspondencia -inventé, para poder escapar un rato de aquel incómodo momento.

-Pero...

No dejé que Sharon terminara e interrumpí el sonido de su aguda voz cuando la puerta me colocó del otro lado, suspiré y bajé con lentitud las escaleras, necesitaba un poco de aire fresco. Llegué hasta el último piso y revisé en el cajón marcado con el 312 para ver si teníamos correspondencia, no había nada más que unos cuantos folletos de publicidad sobre cuentas de banco, a lo poco que pude entender. Arrugué los papeles y los hice una bolita mal hecha, luego salí del edificio y me senté en las escaleras de la entrada donde deposité las bolitas de papel a un lado, me llevé ambas manos a mis ante brazos, esta noche había decidido teñirse de azul oscuro y gélido aire. Suspiré, haciendo que el vapor saliera de mi nariz y chocara con el frío.

La puerta se abrió a mis espaldas y antes de que pudiera articular algún pensamiento, su voz me distrajo.

-Necesitamos hablar -me dijo Nash, haciéndome pegar un brinco, su tono era u poco áspero y cuando me giré a mirarlo, se esforzaba en ocultar su rostro medio colérico, pero la máscara no resistía muy bien.

De pronto me asusté. ¿Tan mal se había tomado que yo le haya dado la rosa a Sharon? Le miré con ojos angustiados.

Se sentó a mi lado, allí en el frío cemento de las escaleras desgastadas de la entrada y el contacto con su piel me produjo un tierno calor cuando pegó su brazo y hombro al mío.

-¿Qué sucede? -pregunté.

-¿Qué fue eso? -me dijo, con el mismo tono de voz.

-¿Qué fue qué? -esto parecía un juego de palabras.

-Eso, con Cameron, ¿por qué te besó?

Me solté a reír de puro nerviosismo, yo pensando que él me daría una buena amonestación por lo de la rosa y, ¿me sale con eso?

-No me besó -dije.

-¿Entonces cómo le llamas al hecho de que él haya pegado sus labios a los tuyos?

-¿Qué? -reí aún más y al parecer a Nash no le hacía mucha gracia-. Cameron no me besó, no en los labios, al menos. Fue tan sólo un beso de amigos.

-Pues no parecían amigos -farfulló.

-Grier, pareces mi padre -dije, medio molesta por tener que darle explicaciones y la risa se volvió una línea tensa en mis labios.

Nash suspiró y decidió mejor cambiar de tema, aunque no de tono de voz.

-¿Por qué le diste la rosa a Sharon? -preguntó.

-Porque ella es tu novia, Nash -dije, aunque me haya dolido rectificar aquello-. A ella es a quien debes darle rosas, osos de peluche o lo que sea.

-Pero yo te la quise dar a ti -insistió.

-Y yo no iba a decirle a Sharon eso, ¿o sí? -suspiré-. Nash, ¿por qué te molestas tanto con las cosas que hago? ¿Por qué te importa que le haya dado la rosa a Sharon e inventado una excusa para salvarnos el pellejo? ¿Por qué te molesta si Cameron me besa o me lleva un ramo de flores?

Se quedó en silencio un rato, mirando hacia adelante con el ceño fruncido y sus labios formando una línea.

-No lo sé -musitó-. Tengo que irme -se levantó rápidamente y caminó hasta su Hybrid negra y subiendo a ella condujo hasta desaparecer calle abajo.

Me quedé sentada allí, sin saber bien que había ocurrido hace unos minutos; era la clase de desconcierto que hace que te duela la cabeza y sentir como si tus pies volaran lejos de planeta Tierra. ¿Por qué Nash había actuado así? A no ser que... no, claro que no. Eso sería imposible.

Suspiré agobiada, si Nash había malinterpretado todo, seguro Sharon también y ahora, aunque no tenía ganas de mantener una conversación para mentirle a Sharon y sonreírle condescendientemente, tenía que pararme enfrente de ella y darle el mismo sermón que le di a Nash, el de "Cameron y yo sólo somos amigos".

Me levanté desganada y abrí la puerta del edificio, conduciendo mis pies escaleras arriba hasta llegar al tercer piso y al departamento 312. Suspiré de nuevo antes de entrar, rogándole a Dios tan sólo un poco de ayuda, Sharon podía llegar a ser realmente persistente.

Abrí la puerta girando la perilla dorada y visualicé a Sharon mirando TV desde la cocina; mientras intentaba recalentar en el horno un pedazo de pizza del día jueves. Cuando me vio entrar se giró hacia mí y me sonrió de gran manera, haciéndome ver sus dientes medianos y blancos.

Traté de sonreír.

-¿Por qué la gran sonrisa? ¿La pizza no se te quemó hoy? -bromeé.

-Ay -se quejó como una niña pequeña-. Eso sólo fue una vez y hace ya varios años -dijo y rió, dejando escapar el sonido levemente gutural de su risa.

Me tuve que reír también, recordando aquella escena de la pizza quemada en la casa de su abuela, cuando teníamos diecisiete años.

-Bueno, pero no es por eso porque sonrío -me dijo-. Tú tienes algo que contarme -levantó sus cejas una y otra vez.

-¿Como qué? -me hice la que no sabía.

-No sé, tú dime, algo que tenga que ver con un chico moreno, llamado... ¿Cameron? -tanteó.

Puse los ojos en blanco.

-Sharon, ¿Cuándo vas a entender que entre Cameron y yo sólo hoy una bonita amistad? Ya aclaramos el punto y ambos estamos bien siendo amigos.

-Pero yo vi...

-Un beso, ya se -la interrumpí de nuevo, poniendo los ojos en blanco-. Shar, ese no fue un beso en a boca, fue en la mejilla, cerca, pero fue de amigos, nada más.

Se quedó en silencio como por tres segundos y luego exhaló.

-Eres aburrida -dijo y se giró para ver su pedazo de pizza girar en el plato de vidrio, dentro del horno.

-El hecho de que no me guste Cameron no quiere decir que sea aburrida -me defendí.

-No, pero desde que llegaste a Venecia, no has salido con ningún chico -me dijo-. A menos que... -se giró de nuevo y me miró, la sonrisa volvió a expandirse por su rostro-, ¿te gusta Hayes?

-¿Qué?

-Pues, no sales con más chicos, vas de aquí para allá pero no sin las mismas personas: Cameron, Hayes, tu amiga de los Agnelli e incluso Nash.

Algo me estrujó el estómago cuando dijo su nombre.

Manual de lo prohibido [Nash Grier]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora