El plan de los rebeldes se retrasó una semana, Harrison quería queyo diese un discurso para explicar la verdad sobre los cuafosa. Esedía estaba muy nervioso, pero todo salió bien. Los presentes sequedaron atónitos para luego soltar gritos de rabia.
La siguiente semana estuve todavía más nervioso. Sabía que elviernes los rebeldes atacarían, mejor dicho, atacaríamos. Habíaempezado a arrepentirme de la decisión, pero sabía que no habíamarcha atrás. Cuando me venía a la mente la idea de abandonar,pensaba en mi padre y en mi hermano. También en Elisabeth, aunqueodiaba que la llamasen así.
Ella empezó a usar el nombre de Lizzie cuando discutió con suspadres por sus ideas sobre los cuafosa y el sistema degobierno en general, no los ha vuelto ver desde entonces e intentaolvidarse de su pasado.
Llevaba toda la semana sin hacer nada productivo, los cuafosase habían dado cuenta de esto y me habían echado una charla sobrela importancia de mi trabajo.
La puerta del despacho se abrió y me sacó de mi ensueño. Alcé lavista para mirar a Smith y dije divertido:
–¿Te has perdido?
–No hay tiempo para bromas, George. Sabes bien que día es hoy–dijo con una seriedad impropia en él –. Ya sabes lo que tienesque hacer. Sólo he venido a avisarte de que los demás ya hanllegado.
Asentí casi ausente y salí de mi despacho un minuto después de queél lo hiciera. Johnson me saludó y yo le respondí con un gesto decabeza. Debió de pensar que estaba enfadado con él, porque bajó lamirada y siguió tecleando en su ordenador.
Llegué al ascensor y subí a la planta 34. Me dirigí con paso firmehacia el despacho de Alfred Jones. Enseguida me abrió la puerta y memiró con una mueca de desaprobación. Le dije que venía adisculparme por mi falta de concentración y él me invitó a entrar.
–Sé que usted lo entiende. Nosotros no podemos permitirnos perdermás tiempo –empezó a decir.
Dejé de prestarle atención y busqué con la mirada el panel decontrol que Smith había diseñado. Enseguida lo encontré, estaba enuna pequeña sala que comunicaba con el despacho mediante una pequeñapuerta de cristal. Toqué la pistola que llevaba oculta para darmeánimos. No sabía disparar muy bien, sólo había recibido un par delecciones de Elisabeth sobre como apuntar.
Aproveché que Jones estaba preparando dos tazas de café, paracolarme en la sala del panel de control. Enseguida encontré el botónque abría las compuertas traseras. Después de pulsarlo, vi como unmontón de gente entraba en el edificio en una enorme pantalla. Volvíal despacho justo en el momento en el que Jones se giraba para darmeuna taza de café. Yo murmuré una palabra de agradecimiento. Elteléfono sonó y a mi se me heló la sangre. Por suerte, Jonesdecidió no hacerle caso.
–Tenemos el deber de limpiar el mundo de toda la contaminación. ElApocalipsis fue horrible, pero nos dio la oportunidad de crecer en elcampo de las ciencias. –Volvió a sonar el teléfono –.Discúlpeme. Tiene que ser importante.
Jones se colocó el auricular en la oreja y puso los ojos comoplatos. Murmuró algo sobre el G.R.U.C.T. y se giró para dedicarmeuna mirada de odio. Entonces yo ya había cogido una silla de metal.Le golpeé con todas mis fuerzas. Él cayó al suelo desorientado conla cabeza ensangrentada, su verdadero cráneo asomaba por donde lehabía dado el golpe. No intentó volver a levantarse.
Oí unos golpes en la puerta y me dirigí hacia ella. Respondí conotro golpe y Harrison me dijo la palabra clave. La dejé pasar ybloqueé la puerta con una silla.
Harrison miró el cuerpo del cuafosa con aires desuperioridad. Se agachó y comprobó que estaba consciente. Luego lelevantó la cabeza para que la mirase a los ojos.
ESTÁS LEYENDO
Operación Prax
Science FictionOcho milenios después del Apocalipsis, la humanidad sigue pagando las consecuencias. El mundo está lleno de radiación y los habitantes de Londres sobreviven a base de muros de contención y de máquinas de alta tecnología. George Robinson es un ciudad...