PRÓLOGO

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Sus ojitos estaban cerrados, sus brazos descansaban encima de su regazo y llevaba puesto aquel vestido de flores que iba a usar para su octavo cumpleaños. Se veía como un ángel, aunque siempre lo había sido. Dios. Ella desde el principio parecía tener alas, recordando el día en el que mamá había llegado a casa con ella en brazos.

Ya no podría tocarla nunca mas, en aquel momento nos separaba una vitrina y la muerte. Por alguna razón la vida se la había entregado al cielo, no nos la merecíamos.

Sus cabello negro y despeinado no decoraba sus hombros, recordaba cuando mamá intentaba peinarla y de alguna manera se volvía a revolucionar. Ella era mas rebelde comparado a lo perfeccionista y malhumorada que era yo.

Dios, cuánto extrañaría pasear por los pasillos del hospital y ver cómo su sonrisa contagiaba a cualquiera que saludaba, era tan inocente, joder. Era demasiado ángel como para ser cierto, y aquel ángel había llegado a volar de verdad.

Acaricié el cristal antes de salir de aquel lugar en silencio, no me gustaba llorar frente a mi hermana pequeña, y esa promesa sería para siempre.

No sólo había perdido a mi hermana, había pedido la razón de seguir en Dallas, ella había sido la causa de aferrarme a la ciudad en la que me había criado. Porque estar allí era una completa mierda, y no me refiero a la ciudad en sí, si no a la gente que vivía allí.

Y fue mi oportunidad. Mi oportunidad de salir de aquel infierno.

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