Paco

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Paco era un hombre de mediana edad, unos 40 años. Vivía en un pequeño apartamento de unos 50 metros cuadrados al sur de la ciudad de Madrid. No era un hombre muy apuesto, de hecho siempre había sido flacucho y contaba con una miopía aguda que le había obligado a llevar gafas a cualquier sitio y para cualquier cosa ya que en el momento en el que se las quitaba, contemplaba una realidad borrosa. Casualmente, eso era en lo que se había convertido su vida en el último año, en una realidad borrosa. 

Tras perder su trabajo, cuyo salario le permitía, junto al de su esposa, mantener un pisito en el centro de Madrid y evitar todos los atascos de las autopistas, entró en una espiral de mala suerte que culminó con la demanda de divorcio, que Ana María, su mujer, le plantó en la cara una mañana de repente y sin previo aviso. Paco que nunca había sido muy avispado decidió ignorar los indicios que evidenciaban las (aproximadamente) 41 infidelidades que había cometido su esposa con la excusa de que ella no sería capaz de hacerle algo así. Pues si, si que pudo y la verdad, no parecía muy arrepentida cuando nuestro hombre, Paco, al instante de plasmar su firma en el papel observó por la ventana como un descapotable azul y un hombre más parecido a un Ken que a una persona, se alejaban a una velocidad envidiable (debido a los más de 250 caballos de aquella bestialidad de coche) con (para cerrar esta metáfora) su barbie. 

Paco no sabía que hacer, estaba en shock. Tenía que abandonar la vivienda ya que además de poco avispado era un calzonazos y no había puesto ninguna pega al acordar que su mujer se quedaría con su casa y con su coche. (También es cierto que comparando el salario de cada uno, ella ganaba prácticamente tres veces más que él y ella había pagado la mayoría de lo que exigía). "Jamás entenderé, cómo una persona que te ha amado y a la que has amado, puede llegar a darle igual el que pase con tu vida". No paraba de repetirse esa frase una y otra vez. Tenía 15 días para abandonar el hogar, eso es lo que dictaba la sentencia del juez un mes después de la demanda de divorcio. Con los apenas 500 euros que tenía ahorrados, no podía más que alquilar un pisucho en las afueras de Madrid cuyo dueño había dado con un tonto que aceptó pagar 200 euros al mes por 50 metros cuadrados y una colonia de cucarachas que ocupaban 35. No hace falta decir quien fue el tonto que lo aceptó. Precisamente el tonto que aceptó trabajar en un Doner Kebab durante "media jornada" (10 horas). 10 horas por las cuales le pagaban 800 euros, sin ningún tipo de descanso y por supuesto ningún tipo de seguro médico. A ojos de la Ley no había ningún Paco trabajando en aquel establecimiento.

Con esos 800 euros, logró pagar su alquiler y comprarse una scooter, que cuando la oías por la calle parecía que estaban torturando a un anciano por el carraspeo de su motor.

Cada vez que Paco entraba a trabajar, los empleados murmuraban unas palabras referentes a él en su idioma natal y se echaban a reír. Resultaba verdaderamente ofensivo pero no podía hacer más que aguantar si quería continuar viviendo una vida de mierda, pero por lo menos, bajo un techo. 

Caminaba por la calle y sentía que la gente le miraba por encima del hombro, sentía que esta sociedad no estaba siendo justa con él, pero no le quedaba otra que aguantar ya que la vida de Paco siempre había sido así. Cuando no era más que un niño, los demás se reían de el porque llevaba gafas y tenía granos, además de contar con una escoleosis infantil que le hacía tener una pierna más larga que otra y le obligaba a llevar un tacón negro muy feo estilísticamente hablando y pasó a ser objeto de un acoso casi diario y abusivo. Cuando fue adolescente, seguía con los granos y con las gafas pero ya gracias a Dios la escoleosis había cedido y sus piernas se habían igualado, pero no sabía jugar al fútbol lo que le seguía excluyendo del resto. Cuando terminó el instituto se enamoró de Ana María, con la que se casaría años después. Ana María deseaba tener un hijo pero adivinad qué...Paco era impotente. 

Lo que la sociedad la había dado a Paco, no había sido más que mierda, bofetones y decepciones con las que había aprendido a convivir. Paco vagaba por la ciudad cómo un alma en pena deseando que un camión se equivocara de trayectoria y le arrebatara la vida, ya que él era demasiado cobarde cómo para suicidarse. 

El asco que le había cogido a la sociedad no hizo más que hacerle sentir bien en el momento en el que en todos los telediarios, la misma noticia se repetía una y otra vez. Una especie de gripe muy fuerte golpeaba Europa y había conseguido llegar a América. Paco no escuchó nada más de la noticia, cogió su moto y fue a la clínica más cercana a hacerse las pruebas para descartar cualquier tipo de infección. No parecía estar infectado, pero inesperadamente los médicos le hicieron un par de pruebas más que no tenían nada que ver con la gripe, algo rutinario, decían. 

De casa al trabajo, del trabajo a casa. Así pasaban sus días. Apenas tenía tiempo para disfrutar de él mismo. Tampoco es que tuviera mucho dinero para hacerlo ya que le sobraban 100 tristes euros al mes para comer y si le sobraban 20 euros, ir al mercadillo y comprarse calzado nuevo. Aquella mañana, Paco despertó por el ruido que provocaban las cucarachas al caminar sobre la madera. Ese lluvioso lunes, cómo cualquier otro, se acercó al buzón y le sorprendió que hubiera una carta que no correspondiera ni a tráfico (por alguna multa de velocidad, cómo de costumbre) ni al banco avisándole del tiempo que le quedaba para pagar alguna que otra deuda que habían dejado los caprichos de su ex-mujer. Esta vez la carta era del médico.


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