Y cuando vio llegar al peluquero Massantonio, el doctor Valerga no hizo cuestión. Gauna íntimamente le agradeció esa prueba de tolerancia; por su parte comprendía el error de haber invitado al peluquero. Porque salían con Valerga, no se disfrazaron. Entre ellos -con el doctor no aventuraban opinión alguna sobre el asunto- afectaban estar muy por encima de tanta pantomima y despreciar a las pobres máscaras. Valerga traía pantalón a rayas y saco oscuro; a diferencia de los muchachos, no llevaba pañuelo al cuello. Gauna pensó que si después de las fiestas le sobraba un poco de plata compraría un pantalón a rayas.
Maidana (o tal vez Pegoraro) propuso que empezaran por el corso de Villa Urquiza. Gauna respondió que era del barrio y que por allí todo el mundo lo conocía. Nadie insistió. Valerga dijo que fueran a Villa Devoto, "total", agregó, "todos acabaremos ahí" (alusión, muy celebrada, a la cárcel de ese barrio). Con el mejor ánimo se dirigieron a la estación Saavedra.
El tren estaba lleno de máscaras. Los muchachos protestaron, visiblemente disgustados. Movido por estas protestas, Valerga se mostró conciliador. Apenas empañaba la alegría de Gauna el temor de que alguna máscara pretendiera reírse del doctor o de que Massantonio lo enojara con su timidez. Por Colegiales y La Paternal llegaron a Villa Devoto (o a "Villa", como decía Maidana). Estuvieron en el corso; el doctor opinó que ese año el carnaval era menos animado y contó anécdotas de los carnavales de su mocedad. Entraron en el club Os Mininos. Los muchachos bailaron. Valerga, el peluquero (muy avergonzado, muy molesto) y Gauna se quedaron en la mesa, conversando. El doctor habló de campañas electorales y de reuniones hípicas. Gauna sintió una suerte de culpable responsabilidad hacia el doctor y hacia Massantonio y un poco de rencor hacia Massantonio.
Salieron a refrescarse por la solitaria plaza Arenales y, después, frente al club Villa Devoto, los ocupó un breve y confuso incidente con personas que estaban del otro lado del alambre tejido.
Cuando el calor se hizo más intolerable apareció una murga francamente ruidosa y molesta. La formaban unos pocos individuos, que parecían muchos, con bombos, con tambores y con platillos, con narices rojas, con las caras tiznadas de negro, con mamelucos negros. Afónicamente gritaban:
Por fin llegó la murga
Los Chicos Musicantes.
Si nos pagan la copa.
Nos vamos al instante.
Gauna llamó una victoria. A pesar de las protestas del cochero y de los ofrecimientos de retirarse, que repetía Massantonio, subieron los seis al coche. En el pescante, al lado del cochero, se sentó Pegoraro; atrás, en el asiento principal, Valerga, Massantonio y Gauna y, en el estrapontín, Antúnez y Maidana. Valerga ordenó al cochero: "A Rivadavia y a Villa Luro". Massantonio trató de arrojarse del coche. Todos querían verse libres de él, pero no lo dejaron bajar.
A lo largo del camino encontraron más de un corso, los siguieron y los dejaron; entraron en almacenes y en otros establecimientos. Massantonio, bromeando angustiosamente, aseguró que si no regresaba en seguida, la señora lo mataría a palos. En Villa Luro hubo un incidente con un chico perdido; el doctor Valerga le regaló un pomo de la marca Bellas Porteñas y después lo llevó a la comisaría o a la casa de los padres. Eso era, por lo menos, lo que Gauna creía recordar.
Pasadas las tres, dejaron Villa Luro. Prosiguieron con el coche hacia Flores y, luego, hacia Nueva Pompeya. Ahora Antúnez iba en el pescante; melosamente cantaba Noche de Reyes. A toda esta parte del trayecto, Gauna la recordaba confusamente. Alguien dijo que, arriba, Antúnez estaba atareado y que el cochero lloraba. Del caballo tenía imágenes caprichosas, pero vívidas (esto es extraño, porque él estaba sentado en la parte de atrás de la victoria). Lo recordaba muy grande y muy anguloso, oscuro por el sudor, vacilando, con las patas abiertas, o lo oía gritar como una persona (esto último, sin duda, lo había soñado); o le veía solamente las orejas y el testuz, y sentía una inexplicable compasión. Después, en un descampado, en un momento lila y casi abstracto por anticipaciones del alba, hubo un gran júbilo. Él mismo gritó que sujetaran a Massantonio y Antúnez descargó su revólver en el aire. Finalmente llegaron a pie a una quinta de un amigo del doctor. Los recibieron manadas de perros y después una señora más agresiva que los perros. El dueño estaba ausente. La señora no quería que pasaran. Massantonio, hablando solo, explicaba que él no podía trasnochar, porque se levantaba temprano. Valerga los distribuyó por los cuartos de la casa. Cómo pasaron de ahí a otra parte era un misterio; Gauna recordaba el despertar en un rancho de lata; su dolor de cabeza; el viaje en un carro muy sucio y después en un tranvía; una tarde y una luz muy claras en un corralón de Barracas, donde jugaron a las bochas; la observación de que Massantonio había desaparecido, que él escuchó con sorpresa y en seguida olvidó; la noche en un prostíbulo de la calle Osvaldo Cruz, donde al oír el Claro de luna que tocó un violinista ciego sintió un gran arrepentimiento por haber descuidado su instrucción y el deseo de fraternizar con todos los presentes, desdeñando -como dijo en voz alta- las pequeñeces individuales y exaltando las aspiraciones generosas. Después se había sentido muy cansado. Habían caminado bajo un aguacero. Habían entrado, para reaccionar, en una casa de baños turcos. (Sin embargo, ahora veía imágenes del aguacero en la quema de basura del Bañado de Flores y en las barandas sucias del carro.) De la casa de baños recordaba una especie de manicura, con la cara pintada y con batón, que hablaba seriamente con un desconocido, y una mañana interminable, borrosa y feliz. Recordaba, también, haber caminado por la calle Perú, huyendo de la policía, con las piernas flojas y la mente despejada; haber entrado en un cinematógrafo; haber almorzado, a las cinco de la tarde, con mucha hambre, entre los billares de un café de la Avenida de Mayo; haber participado, sentados en la capota de un taxímetro, en los corsos del centro; haber asistido a una función del Cosmopolita, creyendo que estaban en el Bataclán.
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El sueño de los héroes, Adolfo Bioy Casares.
Fantasy"El personaje principal es Emilio Gauna. Dicho personaje hace una apuesta de caballos, gana e invita a sus amigos y a un "doctor" a festejar ya que era época de carnavales. La historia se centra en que Gauna búsca repetir los festejos de las noches...