Verano

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Puedo decir con orgullo que aquí comenzaba mi vida de nuevo. Mi existencia al fin cobraba sentido, florecía como las amapolas de nuestro hogar, se llenaba de nuevos aromas dulces y cálidos, mientras el sol cubre todo con ese tibio manto de luz y porvenires repletos de esperanza: el inolvidable verano; playas, sol, música, ese beso de desayuno y el inédito summer love de todas las chicas de la preparatoria Kenneddy. Para mí, la Líder siempre hay un candidato ardiente y disponible, algo así como un James; ojos de miel, ego maniático y una increíble voz ronca dispuesta a susurrarte las cosas más perversas al oído, un James es único en su especie, al menos las hormonales adolescentes de Long Island así lo afirman.

Oh, Red, si tan sólo hubieras escogido bien tu amor de verano no estarías en estos aprietos... Escoger a un James nunca es la opción más segura, ni por más bueno y fácil que esté.

Agosto, 2005.

Cerré la puerta detrás mío, con una risita saliendo de mi boca, casi imperceptible para ser considerada una risita, más bien un murmullo, un tintineo, no quería que me oyera huir, después de todo era una salida más fácil que despertarlo. Corrí casi desnuda por el pasillo de la casa, hasta llegar al baño principal, entré y me rebusqué en el armario en busca de la ropa que había dejado allí guardada, hasta que me di cuenta de que había olvidado algo en el cuarto.

-Maldito sostén-  susurré ¡era mi favorito! Aunque ya no había tiempo para volver a la habitación, sería una pérdida de tiempo, además de que, seguro estaba liado debajo de las sábanas húmedas, era mejor dejarlo allí, como un recuerdo, uno muy sexy de color nude. 

Como siempre, en cada cita que tenía, dejaba preparado en el armario de los baños una pequeña bolsa con un nuevo cambio de ropa, bragas y maquillaje. Por supuesto que no había un segundo par de tacones rojos, mis Carmen Steffens eran únicos, de edición limitada, mi eterno amuleto de la suerte, no podía permitirme perderlos u olvidarlos en las casas de mi fugaces amantes. Mi miedo no era el ser descubierta por toda la secundaria, ya que era la única que podía tener esos tacones, era conocida gracias a ellos (después de todo, me incluía el saber que era una zorra), sino el simple hecho de perderme a mí misma en un lugar de paso, sin querer, a la ligera. 

Esa era mi primera Regla de personalidad, era la regla número uno, la que no podía ser quebrada o incumplida. Era una necesidad y no superflua, como muchos piensan.

 Me coloqué los jeans, que con facilidad se deslizaron por mis delgadas piernas, un crop blanco y unas zapatillas para no hacer ruido al salir. Sonreí al verme en el espejo, esta vez el maquillaje no se había corrido, como en otras ocasiones, así que simplemente repasé mis labios con un poco de brillo. Me lavé las manos, recogí mis cosas y dejé una pequeña nota a Harry sobre el recibidor, no valía la pena despertarlo, pobrecito, el sexo lo habrá dejado exhausto y además nunca me despedía de ninguno de ellos, la segunda Regla de mi personalidad. 

La casa estaba vacía, por supuesto, no me demoró mucho el encontrar la salida, ya que en la forma que habíamos entrado, tan salvajemente, casi no me dio tiempo de mirar dónde estaba parada, en fin, cerré de nuevo  otra puerta, pero sin reír. 

Las calles de la populosa Long Island, estaban repletas y no tardé demasiado en hallar una parada de taxis.

-¿En qué la puedo ayudar bella dama?- sonrió un joven chofer, apagando el televisor de la cabina, fijando toda su atención sobre mis piernas y trasero, para después mirar mis ojos. Sus ojos negros estaban brillantes, una pequeña barba empezaba a crecerle por la nuca, era guapo, un veinteañero. Le devolví la sonrisa y él lo comprendió todo en menos de lo que yo esperaba por parte de un taxista. 

Ser una zorra no era tan malo después de todo- me dije a mí misma, suspiré hondo, pensando en lo idiota que era, en lo egoísta y caprichosa que era- Definitivamente no lo es.

Subí al taxi, la noche ya empezaba a ser más oscura, el frío se hacía presente. Me acomodé a su lado, observé la ciudad en su totalidad, los altos edificios, las alamedas, las palmeras tan veraniegas, las personas que caminaban de la mano con sus parejas, los niños pequeños, los padres, los abuelos. Las ganas de llorar se me acumularon en mis ojos, pero no podía llorar. Era una zorra, nosotras no lloramos por nada de estas porquerías, ya no valía la pena, el tiempo había pasado rápido y amargo. 

Sentí una mano que empezó a recorrer suavemente mis muslos, subiendo hacia el objetivo, despacio, como un depredador que se acerca a su presa sin que ésta se dé cuenta.  Cerré los ojos, sabía que Noel estaba decepcionado de mí, a pesar de que su cariño me decía lo contrario, pero ¿qué más daba? ya no tenía nada que perder, de todas formas.

..

¡Nueva historia! Es algo completamente nuevo y diferente a lo que suelo escribir. No se olviden de votar y comentar. ¡Espero que la disfruten!

G. Black

La perspectiva de la zorraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora