"Pérdida" - One Shot (Katniss)

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 Empecé mi día más temprano de lo usual, ya no soportaba quedarme más tiempo recostada, intentando conciliar el sueño para dormir por lo menos un par de horas. Cada vez que cerraba los ojos durante unos segundos, se dibujaba en mi mente su imagen fuerte, cazadora y segura. Con sus ojos tan grises como los míos me miraba y cantaba melodiosamente la canción del árbol del ahorcado mientras los sinsajos lo acompañaban con su extraordinario silbar. Me senté en la cama y de mis ojos resbalaron dos gruesas lágrimas. Ya el Sol se asomaba lo suficiente como para poder distinguir entre la penumbra los muebles que conforman la habitación que comparto con Prim. Pobre de ella, anoche la oí ahogar su llanto un largo rato hasta que el sueño ganó la batalla. Apoyé lentamente los pies en el suelo, pesaban mucho. Tomé impulso y me incorporé de la cama, sintiendo enseguida un enorme nudo en la garganta que me dejaba sin habla y tensaba mis cuerdas vocales.  Aún tenía puestas las mismas prendas sucias que había llevado a la escuela el día anterior, pero no me preocupé por cambiarme. Me asomé a la pieza contigua a la nuestra, donde descansa mi madre y la vi tendida en la cama, en la misma posición que estaba cuando se echó ni bien llegamos de la mina. Tragué saliva, intentando liberarme de la impotencia con la que cargaba y la llamé.

-¿Mamá?.

 No obtuve respuesta. Me acerqué para encontrarme con una mirada perdida en la única foto familiar que teníamos; su expresión estaba sin vida, depresiva, inmóvil. Volví a llamarla, pero seguí sin obtener respuesta, parecía estar en otro mundo, quizás en el recuerdo de la foto. Llevé una mano a mi garganta que se tensaba cada vez más y salí del cuarto sintiendo que mi madre me había abandonado cuando más necesitábamos una de la otra. Al pasar por la cocina me quedé contemplando el saco cazador de cuero de mi padre descansando sobre el respaldo de una silla. Respiré hondo y me acerqué para tomarlo. El cuero estaba tibio y blanco ya que un rayo infiltrado en la oscuridad acariciaba la espalda de este. Lo tomé y sin más me lo eché sobre los hombros, y rodeada por aquel perfume tan peculiar que distinguía a mi padre, salí afuera para dirigirme a donde hubiéramos ido si nada de esto hubiese pasado.

 El suelo estaba húmedo y lleno de rocío, el frío viento me daba en la cara casi imperceptiblemente y congelaba mis mejillas y la punta de mi nariz. Hoy el Doce estaba silencioso, la muerte de los mineros parecía haber sido la muerte de todo el Distrito. Pasé la valla y me adentré rápidamente en el bosque. La visión se me fue empañando de lágrimas a medida que avanzaba; recogí el carcaj y el arco del escondite en el que estaban, los acomodé en mi hombro y seguí mi camino hasta llegar a la laguna, aquella donde encontrábamos las raíces para comer. Me senté al borde de esta y miré mi reflejo. Parecía mentira, pero de un día al otro ya no me podía ver como yo. Se me volvieron a acumular lágrimas en los ojos, pero aún así, con bronca saqué una flecha del carcaj y la acomodé en el arco. Acto seguido apunté hacia un ave que se acababa de posar en un árbol cercano; negras y brillantes plumas cubrían su cuerpo y luego se tornaban blanquecinas hacia los extremos de las alas y la cola, el copete azulado le resaltaba la cabeza y se entremezclaba con el negro a la altura del cuello: un sinsajo. Tensé la cuerda y mis dedos temblaron, no podía hacerlo. Me limpié inútilmente las lágrimas y volví a apuntar. Unos segundos antes de que me decidiera a disparar el ave volteó y fijó su vista intensa en mi. El labio inferior me tembló y sin ser capaz de soltar las plumas de la flecha dejé el arco a un lado, me quité el saco y sin percatarme del frío deshice las dos trenzas negras despeinadas que llevaba y volví a peinarme, esta vez trenzando una sola. Era hora de dejarlo ir por mucho más que doliera, y esa era mi forma de hacerlo. Me faltaba una mitad, me faltaba mi padre, mi amigo, mi mentor, mi compañero. ¿Qué iba a ser de nosotras sin él ahora? Miré mi nuevo aspecto y sin poder contenerlo mi cuerpo se hincó hacia delante para estallar en fuertes llantos de dolor, de pérdida...y de muerte. Grité, sollocé, me abracé a sus cosas, lo llamé, pero nada iba a traerlo de vuelta.

 Cuando pude calmarme me recosté contra un árbol, y envuelta nuevamente con el saco de mi padre canté en un débil hilo de voz la canción del árbol del ahorcado.

 Ningún sinsajo silbó.

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 Gente que me lea, disculpen por no haber escrito en tanto tiempo, creo que no es un muy buen comienzo para ser la primera historia que publique, pero acabamos de volver de las vacaciones de invierno en Argentina y me costó un poco volver a adaptarme a mi rutina de ida y vuelta todo el día. 

 Prometo subir historias más seguido :)

Los vuelos del Sinsajo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora