Los primeros rayos matutinos del sol asomaban entre las nubes violetas que el amanecer regalaba a esa hora, apenas rozaban la delicada tela de las cortinas color hueso que cubrían los ventanales del tamaño de una puerta en la habitación de Alice Elgort. Ese día comenzaba apenas soleado, pero mucho más cálido y húmedo que los anteriores. Apenas abrió los ojos lento, incluso antes de que su alarma sonara, hizo un gesto de desagrado, arrugando el entrecejo, y frotándose un ojo, la cabeza le dolía especialmente, todo le daba vueltas alrededor, era como una sensación de estar cayendo al vacío y de querer vomitar al mismo tiempo. Lo hizo. Se puso de pie con dificultad, abandonando su mullida cama y quitándose también la bata color platino, de seda que le cubría el cuerpo, quedando sólo en un top con bragas; se recogió el cabello y seguido de esto, devolvió la comida de las últimas 24 horas que había ingerido ya que el sabor desagradable que tenía en la boca le provocaba más y más asco, hasta que no tuvo nada más que vomitar. Al terminar, tiró de la palanca, sin querer ver como aquella desagradable masa de comida procesada se iba por el caño y se plantó frente al espejo. Su expresión lo dijo todo: Se veía terrible.
Las ojeras se veían incluso un poco azuladas en contraste a su piel pálida, y ni su rímel, mucho menos el delineador ayudaban mucho, si no que remarcaban esas facciones de drogadicta party-queen que tenía en ese momento... Y aunque quizá no fue a una fiesta, lo cierto es que si había ingerido drogas. Abrió su espejo con culpa y sus labios se volvieron una fina línea mientras miraba la caja metálica de mentas en dónde las había guardado, la abrió y pudo ver aquellos finos cristales como hielo, tan frágiles, tan transparentes y hermosos, a ella le encantaba mirarlos, aún tenía el efecto de estos impregnado en sus poros, y por eso le gustaba verlos con tanta insistencia, se perdía en sus pensamientos, ella creía que era como tener pedazos de estrellas en sus manos y con ellas podía viajar lejos de sus problemas.
Su letargo terminó cuando la alarma sonó, le tomó un sobre salto de su parte sin poder evitarlo, el sonido tan irritante y repetitivo la había hecho enojar incluso, ya que le había puesto en aviso para que entrara a darse un buen baño, continuar con su rutina normal y así lo hizo, se hundió en el agua tibia y espumosa de su tina de baño.El desayuno esta vez fue solitario, pues papá y mamá habían salido a trabajar mucho más temprano, cosa que no le extrañó o al menos se molestó en notar, ya que sólo tomó un poco de fruta que su mucama había picado y comió media manzana mientras paseaba por la sala de estar, buscando una de sus botas que quizá habría dejado ahí días atrás, cuando llegaba de la escuela a ver una película. Pasó por un espejo y se detuvo en seco, se miró cuidadosamente, de pies a cabeza, el abdomen, la espalda, los hombros, el trasero, los pechos, se tocó aquellos huecos prominentes en el cuello, sus clavículas eran visibles, demasiado visibles para ser precisos. Se levantó la blusa en busca de rollos de piel y grasa inexistentes, tocó sus caderas semiprominentes e hizo una mueca. La imagen de la delgada Abigail Panabaker de repente se hizo presente en su mente y sin poderlo evitar, sus ojos ardieron, entonces dejó la manzana y corrió a las escaleras tapizadas de mosaico que llevaban a la puerta blanca incrustada de cristales de su habitación, y cuando entró, sus pies la llevaron de manera automática hacia la báscula, se quitó la bota que tenía puesta para subir sin más demoras. Había dos kilos menos que hace cinco días y ella soltó un suspiro de alivio, pero aún sin poder conformarse. La imagen que tenía de ella misma le perseguía una y otra vez.
Tras dejar el pequeño "evento traumático'' atrás, continuó (aunque con descontento) su arreglo personal y su salida hacía el colegio.
El día parecía ser de lo más normal y aburrido hasta que la hora del almuerzo llegó. Caminó por el pasillo tranquilamente y al doblar en dirección al suyo, pudo ver a Liam alejarse rápido de espaldas a ella, un suspiro cargado de sentimiento emergió de sus labios. Se acercó a su casillero con la intención de dejar sus cosas en él, lo abrió y al hacerlo, se llevó una sorpresa inmensa que su cara demostró al alzar ambas de sus cejas. Adentro había una rosa roja enorme y hermosa, se veía fresca como la mañana y era muy suave su aroma, exquisito para ella. El presente venía acompañado con una nota anónima:
ESTÁS LEYENDO
I Wanted You More.
Teen FictionSer adolescente no es fácil, y mucho menos para una chica enamorada, o más bien, deslumbrada con la personalidad de un muchacho que jamás se atrevería a voltearle a ver de manera sentimental. La historia de Alice Elgort, una chica de una posición e...