II

21 2 0
                                    

Anna seguía luciendo su sonrisa, aunque también estaba preocupada por lo que había hecho su hermana.

-No deberías haberlos espiado -dijo Anna.

-Es que no pude evitarlo... -respondió. -Aunque no me arrepiento de haberlo hecho.

Karen sonrió tontamente recordando lo sucedido con Henrich, sé sonrojó y la pregunta de Anna fue inevitable.

-¿Qué ha pasado?

Se le escapó una risita.

-Henrich y yo... -comencé a decir.

-¿OS BESASTEIS? -La interrumpió.

Rápidamente Karen le tapó la boca con la mano mientras gritó su nombre

-Madre mía, como te haya oído alguien... -Karen sospechó que su madre estaba cerca.

Anna forcejeó un poco con la mano que le tapaba la boca para poder hablar.

-¡Perdón! -susurró.

-Da igual... -contestó Karen. -Nos hemos tropezado, nada más.

-Oh... -La decepción hizo acto de presencia en los ojos de Anna.

Karen se levantó de la silla y continuó con lo que estaba haciendo: lavar los platos de la comida de hacía unas horas.

-Podrías ir haciendo algo... -le dijo a su hermana, todavía sentada a la mesa.

-Voy a preparar un pastel de zanahoria para después de la cena -respondió al tiempo que se levantó.

Mientras cogía los ingredientes de entre todas las cosas que se encontraban en los muebles de la cocina, Karen reparó en que las tazas del café se habían quedado en el despacho de Henrich. Decidió ir a por ellas.

-Vuelvo en un momento.

-Cuidado con el señorito Strauss -le contestó Anna riéndose y con tono burlón.

-¡Muy graciosa! -Le replicó desde el pasillo.

Karen subía las escaleras escuchando el ruído que su hermana hacía en la cocina, lo que seguramente se acabaría traduciendo en un desastre si no fuera porque se le daba de maravilla la repostería.

Llegó a la puerta del despacho, la cual estaba cerrada. Dió unos golpes con sus nudillos al tiempo que llamaba a Henrich, pues ya había tenido una "mala" experiencia con él aquel día, e interrumpirlo en cualquier tarea pondría fin a la confianza entre ambos. Algo que, por razones obvias, Karen quería evitar a toda costa.

Del interior de la habitación salió una voz que le daba permiso para pasar, y Karen abrió la puerta. En la estancia se encontraban Henrich y su madre.

-Vengo a por las tazas...

-Oh, claro -dijo Henrich. -Se ha enfriado ya, pero no me sirvas otro... Se me han quitado las ganas de café.

Karen se acercó a la mesa y apiló las porcelanas para poder llevarlo todo en una sola mano.

-Si después de todo decides que lo mejor sería que se ocupara otra persona, -la señora continuó su conversación -siempre podemos decírselo a Giselle, pero ten en cuenta que eres la primera opción de tu padre, cariño.

Henrich soltó aire. Las palabras no salían de su boca. Su cara reflejaba lo difícil de la decisión que estaba tomando. Aproveché el silencio para dirigirme a su madre.

-¿Usted quiere café, señora Strauss?

-No, gracias cariño -dijo en tono amable. -Y te he dicho cientos de veces que me llames Caroline, que vivimos bajo el mismo techo. -Se levantó y continuó. -Además, yo ya me iba.

-Está bien -respondió la criada.

Caroline se dirigió a la puerta, y cuando ya la tenía abierta, se detuvo.

-Voy a visitar a los Brander. Giselle me acompañará. Y Henrich... -Llamó su atención. -No lo hagas por los demás, sino por tí.

Henrich asintió y Caroline cerró la puerta tras de sí. Karen siguió sus pasos y se dispuso a salir de la sala cuando Henrich la interrumpió.

-Karen... -se levanta.

La muchacha se giró rápidamente.

-¿Tienes algo que hacer después de la cena? -quiso saber él.

Karen pensó en todo lo que debía hacer, que no era poco, pero su debilidad por el guapo señor Strauss, le abrió un hueco en su agenda de tareas.

-N no... -casi tartamudeó.

-Genial, pues en ese caso, estaré en la biblioteca. Necesito hablar contigo.

CORAZONES EN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora