III

22 1 0
                                        

La familia estaba sentada alrededor de la mesa, cenando en un incómodo silencio.

Karen irrumpió en el comedor preguntando si ya podía recoger la mesa y servir el postre.

-Karen, por favor, ¿me puedes traer un café? -intervino Arnold.

-Claro, señor, sin problema -respondió la chica.

Se dirigió hacia la mesa y recogió los platos de los cuatro hermanos y sus padres. Cuando se dispuso a servirle el café a Arnold, Henrich la miró sin propósito alguno. Karen cruzó su mirada con la de él por un segundo y se ruborizó.

-Gracias -dijo Arnold cuando terminó de servírselo.

Al dirigirse hacia el pastel estaba bastante nerviosa, con lo cual andaba muy rápido. Sirvió los dos primeros platos a los gemelos. Cogió otro par, y casi sin darse cuenta, se encontraba tirada en el suelo, los platos estaban hechos añicos de cerámica coloreada y había migas de pastel de zanahoria por toda la alfombra.

Avergonzada, se levantó rápidamente sacudiendo los pedacitos de plato y echó a correr hacia la cocina donde se encontraban su madre y su hermana, que inmediatamente después de que ella entrara, salieron a recoger el desastre. Terminaron de servir la cena y recogieron todo mientras los Strauss se preparaban para ir a dormir.

Las Friedmann rezaron por última vez antes de marcharse a descansar, algo que Karen no pudo hacer. Se quedó despierta, sentada en su cama.

Sus pensamientos retumbaban en su cabeza. ¿Cómo podía ser tan estúpida? ¿Por qué tenía que ser Henrich? ¿No había suficientes personas a su alcance que tenía que fijarse en alguien inalcanzable? Porque eso era Henrich... Después de ser amigos de la infancia, Karen era simplemente personal de servicio...

Alguien llamó a la puerta, interrumpiendo el silencio de la habitación y los pensamientos de la chica.

-¿Anna? -preguntó Karen, pues era normal que fuera a verla antes de dormir. En especial aquel día.

Nadie respondió. Karen se levantó y abrió la puerta tan de repente que no estaba lista para ver a quien estaba allí.

-Hola, Karen... -dijo Henrich.

Pensó que aquello era una broma. ¿Henrich en su habitación? ¿Cuándo fue la última vez que había ido allí?

-Eh... Pase... -No se atrevió a decir nada más.

-Por favor, Karen... Creí que éramos amigos, nada de usted... Esta noche soy Henrich.

«¿Esta noche?» pensó Karen sobresaltada. «¿Qué está pasando?»

-Te estuve esperando en la biblioteca, pero como no venías, he decidido venir aquí -continuó Henrich. -Necesito a alguien a quien pueda hablarle como a una hermana.

-¿Y la señorita Giselle? -quiso saber.

-Ya tiene bastante con su prometido, Karen. Intentemos no alterarla más aún, pues la boda es en tan sólo un mes.

-Entiendo...

-Necesito contarle esto a alguien... -Henrich se sentó en un sillón de la habitación. -No estoy preparado para lo que nos espera.

Karen se sentó al lado de Henrich, dejando un espacio prudente entre los dos para que los nervios no pudieran volver a traicionarla.

-Puedes confiar en mí -lo incitó a que continuara.

-Lo sé, Karen -dijo, casi suspirando -Por eso estoy aquí.

Henrich miró a Karen a los ojos y ella pudo ver su tristeza en ellos. Era raro, ya que el azul profundo y hermoso tenía un reflejo de miedo que inquietó a la joven.

-Verás... Lo que escuchaste esta mañana... -Tragó saliva. -Es porque mi padre se está muriendo, Karen...

CORAZONES EN GUERRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora