Cuentos de viejas

58 2 2
                                    

"Hijo de jacha y machete tiene que salir cortón" decía mi taita cuando se ponía a enseñarme las faenas del becerrero.

Cuando salía de la escuela de las Tablitas me iba a mi casa a bañarme y después pasaba buscando a Quique por su casa y nos íbamos en bicicleta al Hato; nos cambiábamos la ropa de calle y nos poníamos la de becerrero para ir a buscar a los peones al caney donde dormían la siesta después del mediodía. Así era nuestra rutina diaria cuando estábamos en la escuela: me levantaba de madrugada -como todos los llaneros- y me iba ayudar a mi mamá con las cosas del conuco comunal que hay en las afueras del caserío; allí cada familia tiene una parcela pequeña de unos 4 metros cuadrados en donde se siembran las hortalizas que uno quiera y se comparten entre todos porque los cultivos son por época y cada familia tiene que velar por la cosecha que le toque. Como a las 7 de la mañana me devolvía a la casa a lavarme o cambiarme la ropa, luego me iba a la escuela junto con los otros niños o adolescentes que estudiábamos juntos. La clase duraba casi toda la mañana y era dos veces a la semana, porque los otros días estaban otros niños de otros caseríos o de otra edad; solo existe un salón de clases en donde están los únicos libros, mapas y materiales escolares, además en toda la zona solo existen 4 personas con la capacidad para dar clases a los niños y están autorizados por los gobernantes.

El becerrero aprende lo necesario para la faena en el hato y no en la escuela, por eso la mayoría de nosotros íbamos a la escuela cuando cumplíamos 5 años y a los 15 ya te graduabas, te quedaban dos años para trabajar de sol a sol y decidir qué vas a hacer con tu vida. Muchos en el caserío se iban a la capital o a otros hatos; las mujeres cuando cumplen 15 años ya están en edad de casarse o arrejuntarse, es muy raro ver una muchacha de 20 años soltera, a esa edad ya tienen varios muchachos o se quedan a vestir santos con las viejitas de la parroquia. Recuerdo que cuando tenía 15 años ya estaba terminando la escuela y quería salir rápido del salón para ir a casa de Quique a ver a Lariza quien tenía en esa época unos 17 o 18 años, ella tenía muchos pretendientes pero no le hacía caso a ninguno, incluso cuando era más niña nunca tuvo novios, sino que le gustaba hacer las cosas de hombres, jugaba con la pelota, montaba caballo, coleaba novillos y peleaba con puños y patadas, ninguno de los muchachos del caserío le ganaba peleando, a veces cuando la agarraban de sorpresa, se ponía brava como jumento mal enlaza'o y pegaba mordisco y arañazos, "cuando el burro es mañoso, si no muerde patea" le decían a cualquiera que se quería pasar de bellaco con Lariza.

Al llegar a la casa de Quique, me escondía en el chaparral que tenían en la entrada y esperaba a que ella estuviese en el patio para llegar comiendo mango y regalarle uno, así que todos los días al salir de la escuela me metía en la casa de doña Francisca que tenía una mata de mango que cargaba dos veces al año y agarraba tres mangos bien bonitos, pintones y de hilacha para convidarle a Lariza, ella siempre estaba ocupada leyendo o jugando con Mercedes, así que le ponía el mango en la mesa del patio.

-Hola Lari te traje manguito- decía yo con una sonrisa nerviosa y las orejas rojas, levantaba el mango con una mano y lo meneaba para que ella lo viera y lo ponía con cuidado en la mesa -Porfa dile a Quique que vamos tarde.

-Hola Tú- me respondía ella como tratando de recordar mi nombre y luego se apenaba por no tener idea como me llamo -Si, ya viene... tú- y se metía dentro de la casa a buscar a su hermano pequeño.

Cuando salía Quique le entregaba el último mango que cargaba y nos íbamos en bicicleta hasta el Hato, por el camino principal del caserío, un camino de tierra como de 4 metros de ancho, con gamelote[12] de lado y lado creciendo en la cuneta que servía de drenaje al aire libre. Luego nos subíamos a la carretera de asfalto y rodábamos varios kilómetros hasta la entrada del Hato. Salíamos de las Tablitas como a las 12 y media y llegábamos al Hato pasada la una de la tarde, a esa hora los peones estaban todos reposando la comida del almuerzo, durmiendo en los chinchorros y campechanas del caney o en la talanquera echando cuentos y hablando de mujeres. Al llegar los becerreros, los peones se ponían contentos porque ya no tenían que hacer "trabajo de esclavos" como le decían ellos.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 17, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Los Llanos: Río ApureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora