Prólogo

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Jamás en tus años de matrimonio -ocho para ser exactos-, pensaste en la idea de divorciarte, y menos por las razones del por qué lo hacías.

Estabas sentado en tu sillón preferido esperando que el abogado llegara mientras tu futura ex esposa miraba hacia la ventana con un rostro acongojado. Un pequeño y arrugado pañuelo descartable aguardaba entre su mano y contra su mejilla, como si se estuviera preparando para secar las lágrimas que sabía que en breves minutos comenzarían a descender haciéndote sentirte más culpable de lo que ya estabas.

No quisiste mirarla, preferiste mirar tus zapatos y los raros que eran. Se veían tan intrigantes en ese instante que no querías o podías despegar su vista de ellos. Sin embargo, a pesar de mirarlos pensabas que, en ese mismo sillón, habías tomado esta decisión.

"Habías llegado de tu trabajo, muy agotado, y sin pensar en nada, te quisiste tirar en el primer sillón que viste. Arrojaste tu mochila al suelo, y no importaba si habías hecho mucho ruido. No, en ese momento todo lo que te importaba era encender la televisión. Noticias, noticias, muerte, robo... Todo te parecía una mierda y no querías ni siquiera pensar en los problemas que este país tenía. Menos cuando recién acababas de llegar a trabajar y que en vez de entretenerte viendo las noticias querías ver algo que te destensara del día. Una vez más pensaste ir por los canales donde pasaban películas o series, y no encontraste una mierda.

Este día parecía peor de lo que te habías imaginado. Bufaste, decidiste apagar la televisión... o eso era lo que tenías planeado pero cuando menos te lo habías esperado viste a dos hombres aparecer, y no sabes por qué te habías quedado. Todavía tenías el pulgar rozando el botón de apagado.

Te dedicaste a ver lo que sucedía y no era nada más ni nada menos que una película gay en la cual los protagonistas se encontraban besándose y vos no podías dejar de verlo y no sabías por qué.

El director no tuvo otra cosa mejor que hacer que enfocar como la lengua de uno de los protagonistas lamía los labios del otro hombre. No supiste que había pasado ahí, pero lo que si supiste fue que –luego de ver esa escena- sentiste una punzada traicionera en tu entrepierna. Como era de esperar, te asustaste, abriste tus ojos sorpresivamente y rápidamente apagaste la televisión.

Prácticamente corriste hacia a tu habitación y cuando viste a tu mujer acostada en la cama te diste cuenta que ya no te producía ese amor y tranquilidad que habías sentido cada día, durante tantos años, al verla.

Estabas totalmente confundido, después de ese día no podías dejar de ver en tu mente esa imagen y además de eso, tampoco podías quitarle la vista a cualquier hombre que se te cruzaba.

Finalmente, cuando pensabas que todo se estaba calmando. Tu esposa quiere salir al cine contigo y como excelente esposo que sos, aceptaste.

La verdad es que te arrepentiste cuando entraste y sabías de antemano que la película sería de comedia romántica. Pero que peor escusa que cuando haya empezado quisieses ir al baño –o al menos eso pensó tu esposa-.

Aunque la verdad, querías ir al baño y eso hiciste. Caminaste normalmente hacia el lugar, entraste pensando que si tardabas mucho ella lo notaría y te empezaría a preguntar. Así que elegiste hacerlo rápido, sin embargo, no pudiste prever que hubiese otro hombre en el mismo lugar. Lo miraste fijamente, él se encontraba de espaldas pero eso no te había importado porque ya lo estabas recorriéndolo con tus ojos. Recordaste el beso y no sabías qué hacer. Huir o quedarte. Y por supuesto que la última te tentaba, pero ¿Qué ibas hacer? Suponías solamente mirarlo porque vos no ibas hacer nada más allá de lo normal. Así que con ese pensamiento en tu mente, decidiste quedarte. Habías caminado hacia el lavamanos, no habías pronunciado ni una sola palabra y tu respiración presa por el solo hecho de que te sentías incómodo. Para vos todo esto era una completo y total locura, y cuando tus manos tocaron el agua quisiste irte rápido pero sin pensarlo habías levantado la mirada y el hombre que segundos antes estaba ocupado con sus asuntos, ahora te estaba observando.

Tus mejillas se tornaron rojas y bajaste tu mirada hacia tus manos mojadas y buscando algo con qué secarte, nuevamente chocaste con el hombre y su rostro te había dedicado una sonrisa acercándote el papel descartable que se encontraba justo de su lado. Le habías sonreído pero no supiste si fue una exactamente igual como él lo había hecho y tampoco supiste si la había visto. No te importó, y te secaste las manos, sabías -mediante el espejo que se encontraba contra la pared- que él te estaba observando. No quisiste hacer nada, así que tiraste el papel en el pequeño bote de basura y te fuiste.

Entonces cuando todo parecía que iba a estar bien sentiste como te habían jalado de tu brazo, conduciéndote nuevamente al interior del baño. Tambaleaste muchas veces hasta que te encontraste dentro de unos los cubículos y solo escuchaste el estruendoso ruido de la puerta cerrarse y el click de la traba. Levantaste la mirada confundido y ni siquiera supiste lo que había pasado por tu mente cuando sentiste tus labios cautivos por otros. Reiteradamente recordaste el beso que habías visto en esa película y aceptaste que esto no se comparaba con nada. Menos con los labios que estabas preso desde hace ocho años, por supuesto que no estos se sentían tan firmes y más seguros a la hora de besar. Sentiste su lengua, cálida y húmeda, chocar contra tus dientes y no supiste si lo que salió de tu boca fue un gemido o un ruido exterior a esto. Poco te importó porque el hombre colocó sus manos dentro de tu remera y claro, estaban frías excitándote un poco más. Tus manos habían llegado a atrapar el cabello de él así, de esa forma, lo jalabas un poco más hacia vos y profundizabas más aquel beso. Pensaste en cómo habías llegado hasta acá, porque claro solo a vos se te ocurre pensar en medio de todo esto. Pero lo hiciste, y recordaste que ibas al baño solo para lavarte las manos. Y luego irte porque tu esposa te estaba esperando y... ¡Mierda!

Lo alejaste abruptamente, él te había mirado sorpresivamente. Quisiste abrir la puerta con él detrás de vos. Y sentiste como el hombre trató de retenerte pero con un abrir y cerrar de ojos, lo hiciste, escapaste y con un lo siento te fuiste de ahí.

Luego de eso, no pudiste mirar o tocar a tu esposa otra vez."


Ahora te encontrabas sentado ese sillón donde después de todo lo que había sucedido, te habías declarado gay.

Por supuesto, aún no se lo habías dicho a tu esposa. Todo era muy nuevo para vos aunque no querías engañarla más de lo que ya habías hecho.

El abogado ya se había ido, y todo estaba hecho. Tu ex esposa había corrido llorando hacia a su habitación. No quisiste ir por ella, sabías que agravaría la situación.

Por eso, te fuiste.

Sin Gloria Ni Finales Felices | FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora