El sabor más dulce de todos.

Hoy es un día como cualquier otro; la cálida brisa de verano se extiende por todos lados, el olor a café inunda mi nariz, las personas que van y vienen constantemente pero siempre, a las 5 pm, todos los días, es cuando comienzo a necesitar un poco más de aire para respirar...

Trabajo en esta cafetería desde hace un par de años, nada glamoroso en realidad. En un principio pensé que sólo sería temporal, necesitaba dinero y el dueño me contrató después de una no muy minuciosa entrevista, un par de preguntas y una sonrisa campante.

Muchas veces me pregunto qué es lo que me mantiene en este lugar, en este trabajo, en esta rutina. Por fin terminé mi ingeniería, podría conseguir un trabajo diez veces mejor pagado... pero no lo hago. Tal vez sea el café, siempre he sido amante del mismo, sólo dios sabrá cuantas veces he despertado después de una noche difícil rogando por una taza de café y un pan tostado.

Ahora que lo pienso es gracioso, así fue como llegué aquí en primer lugar: había asistido a una fiesta de mi antigua fraternidad, me habían pedido ayuda para colocar la iluminación y el sonido requerido para aquella noche, el equipo de americano de la escuela se había hecho con el campeonato estatal y habría que festejar como locos. Realmente nunca he sido entusiasta de las fiestas, pero esta era especial, habría comida para alimentar a una manada de lobos y alcohol para prenderle fuego a la mitad del campus.

Me llamo Anthony E. Stark, Tony para los amigos, que realmente no son muchos, aunque eso sea algo triste lo reconozco.

Volviendo al tema, la fiesta había sido salvaje, ya era de mañana y yo iba de regreso a mi apartamento cargando con una resaca tremenda, el poco sol que llegaba a pasar a través de mis gafas hasta mis ojos se sentía como agujas que penetraban la piel desnuda, el ruido de los automóviles sacudía mi cabeza como si les estuvieran pagando por ello.

Justamente cuando empecé a decaer fue que mis pies me llevaron a una puerta, levanté mi mirada y leí "Café Etoile". ¡Aleluya! Me dije a mi mismo, café ¡por fin! Como pude abrí la puerta, el sonido tintineante de la campana sobre la puerta anunció mi llegada y me provocó un ligero tic en el ojo izquierdo.

En fin, historia larga hecha corta: el café era delicioso, el lugar me encantó, regresé en varias ocasiones hasta que vi un letrero que rezaba "Se solicita empleado", estaba corto de efectivo por esas fechas así que le pedí trabajo al dueño, que no dudó en aceptar al ser yo uno de sus clientes asiduos (eso y el hecho de que podía hacer reparaciones absolutamente gratis).

Heme aquí algunos años después con mi misma inmaculada concepción del mundo: todo está hecho en una gama de grises, algunas veces demasiado blanco, algunas otras absurdamente negro.

Si pudiera decir otra de las razones por las cuales sigo aquí creo que sería por el hecho de que es muy fácil trabajar aquí; puedo cotillear de vez en cuando con los clientes, conozco diferentes tipos de personas, consigo todo el café que quiero e incluso he aprendido cosas tan mundanas como preparar pasteles o diferenciar el sabor de los granos de café con diferentes tuestes.

Sin embargo mi mundo dio un vuelco de 360° hace poco más de una semana, era un día normal, o al menos eso creí, no cabe duda que el mundo tiene maneras muy poco comunes de darte una bofetada con guante blanco y salirse con la suya. Había empezado mi turno, era un día lluvioso y estaba solo en la cafetería, no había clientes, era una tarde particularmente lenta pero acogedora, el olor a tierra mojada me erizaba el cuello, el ruido del agua golpeando por todas las ventanas y en los charcos parecía arrullar a quien prestara suficiente atención como para notar esas cosas.

Estaba detrás del mostrador descansando, entrecerrando mis ojos, debí percatarme de que esa era la calma antes de la tormenta pero no lo hice y no hay nada que me alegre más en la vida.