Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, eché la cabeza hacia atrás para ampliar mi campo visual hacia arriba. Aquel traje sastre de tres piezas agitó alguna que otra de mis zonas sensibles, pero era el cuerpo alto y de una delgadez atlética que había dentro lo que lo convertía en sensacional. Pero, pese a lo impresionante que era toda aquella magnífica masculinidad, fue al ver la cara de aquel hombre cuando quedé fuera de combate.
¡OH-POR-DIOS!
Se puso justo en frente de mí, apoyado elegantemente en los talones. Me quedé impactada ante aquella masculinidad que tenía a la altura de los ojos. Atónita.
Entonces algo sucedió entre nosotros.
Él también se me había quedado mirando, y, mientras lo hacía, se transformó... su respiración se acompaso a la mía y sus pupilas se dilataron. El intenso magnetismo que emanaba se fue haciendo más fuerte, hasta convertirse en una impresión casi tangible de enérgico e implacable poder.
Me había quedado absorta mirando, fascinada, el hombre que tenía delante. Su pelo era castaño oscuro y enmarcaba un rostro que quitaba el hipo. Su estructura ósea haría llorar de alegría a cualquier escultor, mientras que una boca firmemente delineada, una mandíbula marcada, una nariz afilada y unos ojos azul intenso le hacían increíblemente guapo. Su camisa era blanca y el traje negro, su corbata, gris. Sus ojos eran perspicaces y calculadores, y me
taladraban. Se me aceleró el corazón; separé los labios para respirar con más facilidad. Aquel hombre olía divinamente. No a colonia. A gel de baño, quizá. O a champú. Fuera lo que fuese, era embriagador.
Me tendió una mano, dejando a la vista unos gemelos de ónice y un reloj que parcía muy caro. Con una entrecortada inhalación, puse mi mano en la suya. El corazón me dió un vuelco cuando me la apretó. Su roce era eléctrico, y me subió una descarga por el brazo que me erizó el pelo de la nuca. Durante unos instantes no se movió, con una arruga en el ceño que echaba a perder el espacio entre sus cejas de corte arrogante.
—¿Estás bien?
Su voz era culta y suave, con un tono áspero que me agitó el estómago. Me hizo pensar en sexo. En un sexo extraordinario. Por un momento se me ocurrió que podría tener un orgasmo simplemente oyéndole hablar.
Tenía los labios secos, y me los lamí antes de contestar.
—Sí, gracias.
Moviéndose con una gracia infinita, tiró de mí hasta que estuve a su lado. Mantuvimos el contacto visual porque me resultaba imposible apartar la mirada.
Era más joven de lo que había supuesto en un principio. Diría que no había cumplido los treinta, pero en sus ojos, fríos y de una agudísima inteligencia, había mucho mundo.
Me sentía atraída hacia él, como si tuviera una cuerda alrededor de la cintura y aquel hombre tirara lenta e inexorablemente de ella.
Parpadeé tratando de romper aquel aturdimiento y le solté la mano. No sólo era guapísimo, era... fascinante. Pertenecía a esa clase de hombres que hacen que una mujer quiera desabrocharles la camisa de un tirón y ver cómo los botones se desparraman junto con sus inhibiciones. Le miré, vestido con aquel traje tan elegante, refinado y escandalosamente caro, y me vino a la mente la idea de follar cruda y salvajemente, con las uñas clavadas en las sábanas o en su espalda.
Se agachó y recogió mis cosas con movimientos rápidos, liberándome de aquella provocativa mirada. A duras penas, mi cerebro se puso de nuevo en funcionamiento.
Me cabreé conmigo misma por sentirme tan torpe mientras que a él se le veía completamente dueño de sí mismo. ¿Y por qué? Porque estaba deslumbrada, ¡maldita sea! ¡contrólate!.
Levantó la vista hacia mí y aquella postura -de él casi arrodillado ante mí- hizo que me tambaleara. Me sostuvo la mirada mientras se ponía de pie.
—¿Seguro que estás bien? Deberías sentarte un momento.
Me ardía la cara. Qué bonito, parecer torpe y desgarbada delante del hombre más grácil y seguro de sí mismo que había conocido en mi vida.
—He perdido el equilibrio, nada más. Estoy bien.
Él asintió y siguió mirandome fijamente.
—¿Podría darme mi bolso, por favor? —dije, mirando mi bolso en su mano.
Me lo entregó, y aunque procuré cogérlo sin tocarle, sus dedos rozaron los míos, lo cual provocó una descarga que volvió a estremecerme.
—Gracias —murmuré, y acto seguido giré en mis talones y salí a la calle por la puerta de cristal, ignorando a una rubia que me miraba boquiabierta. Me paré en la acera, tomando una bocanada de aquel aire de Nueva York que estaba impregnado de un millón de cosas diferentes, unas buenas y otras tóxicas.
Delante del edificio había un rutilante BMW I8 negro, y vi mi reflejo en las inmaculadas ventanillas tintadas del vehículo. Estaba sonrojada y me brillaban mucho los ojos. Ya me había visto yo aquella mirada: en el espejo del baño, justo antes de irme a la cama con un hombre. Era mi mirada de estoy-lista-para-follar y en aquel momento no debería tenerla en la cara.
¡Por el amor de Dios, Leah! ¡Contólate!
Comencé a andar en dirección a mi piso.
Atronaban las bocinas cada vez que un taxi adelantaba a otro como una flecha, sin apenas espacio entre ellos, y luego frenaban en seco cuando los temerarios transeúntes se ponían a cruzar la calle, unos segundos antes de que cambiara la luz del semáforo. Luego seguían los gritos: un aluvión de improperios y gestos de las manos que no conllevaban verdaderas ofensas. En cuestión de segundos todas las partes implicadas se olvidaban de aquel intercambio, que no era más que una nota en el ritmo natural de la ciudad.
Al buscar las llaves en el bolso, pensé en que no revisé si tenía todo en el bolso, que idiota soy.
Busqué mis papeles y al parecer, estaba todo, hice nota mental de pedirle a Dan una lista de lo que me dió, por si las moscas. Saqué las llaves y abrí, ni me moleste en llamar el ascensor, fui a las escaleras directamente. Al llegar al piso, colgué mi abrigo y tiré el bolso a un sofá, después me quite los tacones y fui a ponerme ropa cómoda para ir al gimnasio.
Al incorporarme al flujo de viandantes y encaminarme al gimnasio, esbocé sin querer una sonrisa. Ah, Nueva York, pensé, ya más tranquila. Cómo molas.
ESTÁS LEYENDO
LA VIDA DE LEAH.
RomanceMe abstengo de permitir adaptaciones. Prohibida la copia parcial o completa de esta obra. Todos los derechos reservados. ©2015, Michelle AC.