Bicicletas y heladeras

42 3 1
                                    

 Paolo debía esconder ese objeto para que sus tutores no lo encuentren. Ese objeto que ni el sabía usar bien lo llevaría a tener problemas con ellos. Igualmente este no sería la primer pertenencia que les ocultaría, ya habría más de una vez tenido que descartar hierbas, jeringas, navajas y muchas más cosas que confío que ustedes se podrán imaginar, aunque ese objeto que él debía ocultar esa vez era el peor de todos, tal era el caso que se sentía preocupado. No se sentía de esa forma desde que descartó su tercer jeringa, ya estaba acostumbrado a esa enfermiza rutina. 

 ¿El tacho de basura? No, estaría muy a la vista. ¿Bajo su cama? No, el olor sería llamativo. ¿Al jardín de sus vecinos? No, ya sabrían su procedencia, desconfiaban de él desde que arrojó ese dedo putrefacto a su jardín ese soleado veintidós de agosto, ya todos sabían que en Av. Perón 3476 vivía el adolescente problemático de Paolo. No tenía muchas más alternativas, pero tuvo una idea ingeniosa. Resulta que en el fondo de su patio había una pequeña casilla atrincherada contra la pared del jardín que daba hacia el supermercado que descansaba al otro lado de su casa. En ella sus tutores guardaban cosas antiguas, que no usaran más, que serían lentamente olvidadas, desapareciendo de la conciencia de todos como si no existieran. El aspecto de ella era tétrico, sombrío, como el de un cementerio. Por desgracia, o por suerte, él no sabía sobre el paradero de la llave para abrir la oxidada puerta de ella. Si lograba subirse al tejado de la casilla lograría tirar el bizarro objeto por sobre la pared y este iría a parar al estacionamiento del supermercado. Ahí nadie sabría de donde procedería el objeto. Seguramente alguien lo vería y llamaría a la policía. Luego esta, al ver el objeto, llamaría a la seguridad nacional y el supermercado se vería obligado a cerrar, probablemente para siempre, y la zona sería cercada e inhabilitada. Eso, obviamente, solo pasaría en el mejor de los casos.

 Lo antes posible, Paolo puso en marcha su plan. Subirse a la casilla fue fácil, no medía mucho mas de tres metros de altura y con la ayuda de un ladrillo y sus brazos logró subirse. Una vez allí, sacó el objeto del bolsillo y se dispuso a arrojarlo. La pared era tan solo dos metros más alta que el techo de la casilla. Igualmente, Paolo no era muy fuerte debido a que su cuerpo estaba debilitado por tantas sustancias ingeridas y tantos maltratos por parte suya y de sus tutores, sumado a que el objeto era bastante pesado, le resultó difícil arrojarlo hacia el otro lado. Intentó una vez, pero el objeto no llegó a pasar la altura de la majestuosa pared. Al caer sobre el techo de la casilla provocó que este, ya inestable desde hace años, tiemble y haga que Paolo se sobresalte. Una segunda vez intentó arrojarlo. Se preparó, se puso en posición, tomó envión haciendo un movimiento hacia atrás con los brazos y lo arrojó. Tal fue el esfuerzo que él hizo que, luego de soltar el bizarro objeto, se precipitó hacia adelante y cayó sobre el inestable techo, el cual se desplomó por el peso y cayó con el adolescente hacia el interior de la tétrica casilla. 

 Polvo y acero, cosas oxidadas y viejas, heladeras y bicicletas en su mayoría. Ese era el paisaje del interior de la casilla. Al estar nublado en el exterior, la luz que entraba por el agujero del techo era mínima y Paolo se encontraba casi sumido en la oscuridad total. Mientras procesaba lo que acababa de pasar, se dio cuenta que el objeto no se encontraba con él, lo cual solo podría significar que había logrado su objetivo. Luego se dio cuenta que estaba atrapado, no tenía la llave de la casilla y no tenía forma de hablar con sus tutores para que le abran la puerta. Tampoco estos se preocuparían por él ya que, además de tenerle poco cariño, estaban acostumbrados a que Paolo desaparezca por varios días antes de regresar a la casa. También habría que descartar el hecho de que vieran el techo de la casilla roto ya que no era muy visible desde la casa y rara vez le prestarían atención a esa choza demacrada en el fondo de su igualmente demacrado jardín. 

 El problemático adolescente dejó escapar un par de insultos al aire y golpeó el polvoroso suelo con su puño. Gritó un par de veces hacia el agujero con esperanzas de que se escucharan sus alaridos. Curiosamente, el techo parecía mucho más alto desde adentro que desde afuera, pero podría ser producto de un efecto óptico. Pasaban las horas y Paolo se cansaba de gritar inútilmente. Comenzó a anochecer y, resignado, se recostó sobre una pequeña porción del suelo que estaba despejada de objetos corroídos. Una vez recostado, o más bien, acurrucado, se dejó vencer por el sueño.

 En el medio de la fría noche Paolo se despertó sobresaltado. Dio un inconsciente patadon el cual pegó a una de las inestables heladeras, la cual procedió a devolverle el golpe precipitando su gran masa sobre él. Dolor. Un alarido. Medio cuerpo de adolescente aplastado entre el suelo y una oxidada y antigua heladera. No podía moverse, estaba atrapado. Lloraba, sí, lloraba, pero no lo quería admitir, ni a él mismo. Golpeó el suelo un par de veces más con su puño. No lo podía creer, a él no le podía estar sucediendo. Pero estaba. Sin aliento, relajo su cuerpo y se dejó abrazar por el frío de la noche. Giró la cabeza hacia la derecha y vio la puerta oxidada, esta vez del lado de adentro, y le pareció ver algo escrito en ella con algún material rojizo. "Hola" leía. Confundido, miró hacia la derecha y entra la pila de bicicletas oxidadas, cajas y juguetes viejos le pareció ver algo extraño. En una apertura en el montículo de esas cosas inexistentes para el mundo exterior le pareció ver, contrastando con la oscuridad, un par de ojos, sí, un par de ojos azules abiertos y expectantes, mirando el bizarro espectáculo. No tenía sentido, seguro era producto del delirio provocado por el dolor y el golpe, probablemente también tenía fiebre, pero también sabía que en cualquier momento se desmayaría. Era en vano luchar contra el cansancio y el dolor, así que se dejó llevar y quedó inconsciente.

 "Despertate..." escuchó que una suave voz le decía. Paolo a penas podía abrir sus ojos, los cuales además estaban llenos de tierra. Su visión extremadamente restringida no podía distinguir muy bien sus alrededores. Miró hacia la derecha otra vez y esta vez la puerta no tenía nada escrito en ella. Miró de vuelta hacia el indistinguible montículo y le pareció ver una silueta extraña. Sus ojos, que de poco servían en esos momentos, le hacían ver una borrosa silueta sentada sobre el borroso montículo. Blanca, era la silueta, como de una mujer. Paolo, exclamó un muy debil "Qué?" y luego sucumbió al dolor y al cansancio. 

 Era de día, lo despertaba un bombero. Le decía cosas que no comprendía o que no lograba escuchar en ese demacrado estado. Los otros tres bomberos ayudaron a levantar la heladera y sacaron a Paolo como pudieron. Uno lo cargó al hombro y lo sacó de la casilla en dirección hacia la casa. El resto de los bomberos ya habían ido hacia allí y estaban hablando con los tutores del adolescente. Con el poco aliento que tuvo, Paolo giró la cabeza y miró hacia la casilla. Bajo el umbral de la casilla, cuyo interior estaba tan oscuro como siempre, había una mujer de un aspecto espectral, de ojos azules y pelo negro, bella pero a la vez terrorificamente pálida. Su largo pelo negro caía sobre su hombro derecho y su cuerpo estaba cubierto por una especia de tela, como una túnica o un vestido largo, también blanco. Esta levantó una mano y saludó brevemente al muchacho, con una sonrisa que Paolo encontró bellísima. Luego esta dio media vuelta y desapareció en la oscuridad de la casilla.

-¿Cómo es que sabían que estaba ahí?- preguntó la tutora del niño.

-Ni yo lo podría explicar del todo. Hoy a la mañana, una mujer, muy bella por cierto,  vino al cuartel, dejó una nota en el mostrador y se fue- dijo el bombero que estaba a cargo.

Luego este sacó un papel doblado del bolsillo y lo abrió. "Av. Perón 3476, casilla del fondo".

Basurero de pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora