El mar azul de la montaña en brumas

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Título: El mar azul de la montaña en brumas

En un reino, cercano o lejano, y gobernado por dos reinas o dos reyes, hubo una niña o un niño, o un o una joven, o alguien, o algo, que en su mente vio la historia de una ciudad olvidada.

Era esta la acostumbrada ciudad de tiempos ignotos e inauditos; la acostumbrada ciudad que sobresalía por su esplendor entre todas las demás; la acostumbra ciudad de una civilización avanzada a las otras; y por último, la acostumbrada ciudad que por una violenta catástrofe fue destruida y cayó en el olvido y el abandono.

Los eones cubrieron a las ruinas de una densa capa de cenicienta niebla, sepultando sus secretos e inmortalizando sus misterios.

En el epicentro de la otrora ciudad hay una montaña que siempre estuvo ahí, y que ningún cataclismo la derrumbará en modo alguno, pues ella es el camino a las Grandes Alturas y a las Grandes Profundidades.

Cuando los niños correteaban por las abarrotadas calles de la ciudad y alzaban su mirada para observar las Profundidades, veían colosales nubes con forma de ballenas.

Los jóvenes contaban que no había deidad más sabia en cualquier mundo creado o imaginado que las grandes ballenas de los Altos Océanos, y que en particular, las más sabias eran aquellas que poseían una voluminosa curvatura o joroba. Arcaicos seres de las más profundas Alturas. Dueños de la mar. Viajeros en la oscuridad.

Los adultos decían que sus antepasados, los más sabios que jamás existieron, provienen de las Alturas. Ellos fueron los únicos que llegaron a la cima de la Montaña, y allí, viendo la cantidad de sabiduría pura que había encubierta en la oscuridad, decidieron erigir su Escuela. Son llamados como los oscuros, también nombrados como los que saben sin entender. Su sapiencia, que no tiene límites, rechaza los dogmas imperantes en las otras civilizaciones, pues la base principal de su pensamiento es repudiar aquellas teorías que desnudan la esencia de la cosa, mancillándola y dejándola al descubierto de la exactitud. No hay mayor crimen para ellos que el demostrar, bajo indiscretas teorías, el alma de las cosas. Entender, es pues, asesinar la peculiaridad de las cosas, desollarlas, condenarlas a ser algo que ha sido definido, arrebatándole de la forma más vil su último resquicio de intimidad y misterio, su acendrada y esotérica quintaesencia.

Por ello, ver que los "sabios" de las otras civilizaciones dan forma a la naturaleza y a los Primigenios con banales y exactos símbolos (llamados como números) les produce el mayor repudio existente jamás, pero ellos no odian. Su sabiduría es la que guarda cada árbol en su raíz, cada sapo en su panza, cada ballena en su grandeza.

Ellos aprendieron la auténtica sabiduría entrando en la oscuridad, pues esta nos muestra lo que la luz nos esconde: el infinito. La infinidad se halla en las sombras; en cada minúsculo rincón de cada habitación. Allí donde haya lobreguez, habrá infinidad. Pero los humanos la temen porque no la pueden comprender. Y por ello, la oscuridad es la fuente de la sabiduría, porque si se intenta definir, desaparecerá; la sustancia del puro conocimiento porque nunca podrá ser corrompida por la luz del entendimiento.

La oscuridad, la infinita oscuridad, única respuesta a la salvación olvidada.

En la Profundidad, las tenebrosas aguas son el cielo nocturno. En las Alturas, el cielo celeste son las aguas matinales. Pero esto es una necedad solo para entendedores, pues en ningún mundo existe ni la Altura ni la Profundidad, porque en verdad, son lo mismo.

Al llegar a la cima de la Montaña y traspasar sus gruesas nubes hay un mar verdoso, naranja y azul. En sus profundas aguas existe un gran bosque de algas tal grandes como los más grandes árboles. Sus guardianes son las salamandras, de naranja atardecer, como la sangre de los héroes.

Se dice que las salamandras naranjas fueron las que iluminaron con su oscuridad el alma de los primeros héroes, y por ello, si alguien quería llegar a ser tal cosa, había de adentrarse en las tenebrosas y lóbregas aguas del Bosque Profundo, allí donde siempre hay noche.

Sus árboles ponen en libertad a los fragmentos del ámbar blanco, los que purifican con su luz. Y estos fragmentos vagan por la gran cúpula marina junto a la Gran Esfera, luz de puridad, la que todos callan para no manchar su esencia.

Ningún barco navega por sus aguas, tan solo botellas trasparentes con un sueño cedido al misterio que arriban en la Isla Ignorada, donde son leídos para que en algún momento, sus dueños puedan volver a recordarlos.

Caminan por la corriente de las Aguas Desmemoriadas: aquellas que arrastran los recuerdos que el tiempo ha olvidado; las que rescatan aquellos que fueron abandonados; las que lloran aquellos de atardeceres naranjas, bañados por el mar verde, cubierto por el cielo azul.

El mar azul de la montaña en brumas es aquello que nos hace recordar, mientras lloramos, aquello que olvidamos.

Cuentos de la Blanca OrillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora