Prólogo

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Prólogo


Corría sin parar por la florida pradera. La joven reía y saltaba por el campo, seguida de su hermana pequeña. Se sentía libre. Extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo colocándolos horizontalmente, mientras cerraba los ojos y disfrutaba del agradable calor del sol, del viento aullador despeinar su cabello. Llegó al final de la ladera y se tumbó en la hierba. Seguía con los ojos cerrados, concentrada en los cantos de los pájaros. Su hermana llegó segundos más tarde, echándose al lado de la joven. Entrelazó sus frágiles manos con ella, provocando que abriera los ojos y la mirara. Esbozó una radiante y alegre sonrisa mientras contemplaba a la pequeña. La quería. La quería mucho, era su tesoro más preciado, su tesoro más valioso, que cuidaba y protegía con todo su corazón.

La niña de pronto comenzó a cantar una canción. Su voz era dulce, cautivadora. La joven ladeó la cabeza y miró hacia arriba, hacia el despejado cielo azul. Divisó unas cuantas nubes, semejantes a pedacitos de algodón de azúcar.Cerró de nuevo los ojos, arrullada por la canción de su hermana, a la vez que apretaba más su manita contra la suya. Nunca la abandonaría. No, por nada del mundo lo haría. Amaba a la pequeña, y hasta mataría a cualquiera que le intentara hacer daño. Querer es poder, y ella atravesaría mar y aire por su hermanita. Lo daría absolutamente todo, por ella.


Despertó bañada en un sudor frío, con un grito ahogado atrapado en su garganta. Se sentó bruscamente en la cama mientras se limpiaba la frente mojada. Cerró los ojos fuertemente, intentando volver a visualizar de nuevo el rostro de su adorada hermana. La extrañaba, más que a nadie, y recordarla era doloroso. Cada vez que soñaba con ella, el vacío que ocupaba su corazón se agrandaba hasta dejarla sin aire. Tosió por falta de este y volvió a recostarse. No podía volver a dormirse. Por más que quisiera volverla a ver, sólo le causaría más tristeza. Por ello mantuvo los ojos abiertos durante más de dos horas, pero como todo ser humano, su necesidad de descansar pudo con su deseo de no sucumbir al sueño, obligándola a que sus párpados se cerraran lentamente, sumiéndola en un profundo y desesperado sueño.


Abrió los ojos horas más tarde. Por más que se resistió, soñó de nuevo con su hermanita. Era desgarrador pensar en ella, pues sólo la hacía sufrir.

La pequeña Tala había muerto pocos meses atrás, con tan sólo ocho años de edad. Una noche sin luna había salido sin avisar a su hermana, atraída por el maullido de un gatito abandonado en la calle. Ella se había acercado hacia este, intentando cogerlo, pero el animal huyó de sus brazos. La pequeña lo persiguió por un largo rato, en un recorrido de calles sin final. Tala se paró por fin en una esquina de una calle desconocida. Se percató de que estaba perdida, y ni siquiera había conseguido encontrar al gatito. Rompió a llorar desconsoladamente, hasta que oyó una voz a su espalda que hizo que se volviera. Aun con lágrimas en los ojos, la niña miró a la persona que se encontraba ante ella. Un hombre de menos de treinta años la miraba con unos ojos llenos de malicia, mientras se acercaba hacia ella, susurrando.

-¿Te has perdido, criatura? -Decía a la vez que se aproximaba hacia ella.

Tala negó con la cabeza y asustada dio la vuelta y empezó a correr. Vio cómo el hombre la seguía, y en cuestión de segundos la alcanzó, agarrándola de un brazo y empujándola hasta que cayó al suelo. La pequeña empezó de nuevo a llorar mientras veía como el hombre se inclinaba hacia ella. Llegó a vislumbrar un destello plateado en la mano de este, antes de que se abalanzara hacia ella y todo se volviera negro, para que nunca más volviera ver la luz.

La joven dejó escapar una lágrima traicionera al revivir de nuevo el recuerdo del cuerpo de su hermana yacer en la calle, rodeada de manchas de sangre que bañaban el suelo y la camiseta de la niña.

Borró al instante la imagen de la muerte, dando paso de nuevo al sentimiento de culpabilidad. Se culpaba por su muerte. Si hubiera dormido con ella esa noche como le había rogado, seguiría viva. Rompió la promesa de proteger a su hermana, la única luz en su vida. Ya no tenía sentido seguir viviendo, ni siquiera por la ardiente llama de la venganza a quién había asesinado a la pequeña, pero no tenía sentido, se decía, si no sabía ni quién había sido.

No tenía a nadie. Se consideraba huérfana (pues sus padres las habían abandonado cuando ella tenía nueve años, y la niña tan sólo dos), pero siempre había estado Tala. Y ahora que ya no estaba, le costaba dormir por las noches, comer algo siquiera. Le costaba hasta respirar y mantenerse en pie. Sólo vivía el día a día, por borroso que fuera, porque era obligada por el personal del orfanato. Siempre habían sido muy estrictos, pero compadecían a la joven y la miraban con pena cada vez que la veían. Ella odiaba eso, que la miraran así. No querían que se compadecieran, era su problema, su dolor propio, y no necesitaba que otros se lo recordaran cada vez que la miraran.

Aquel era su tercer peor día de su vida. El primero creyó que fue cuando sus padres, quienes parecían no quererlas, las abandonaron en la puerta del orfanato, haciendo caso omiso de los llantos de las pequeñas, pero cambió de opinión, y este fue sustituido por el día de la muerte de su hermana. Esta vez, su tercer día era su cumpleaños. Cumplía dieciséis. Todo el mundo le decía que debería sentirse alegre por cumplir años, pues como siempre, sólo se cumplían dieciséis una vez en la vida. ¿Pero cómo querían que fuera feliz si hace nada más que tres meses, su hermana había sido asesinada? Era inconcebible para ella siquiera sonreír.

Mientras eliminaba esos duros recuerdos de su mente, como si cada una de sus extremidades pesaran, consiguió a duras penas vestirse. Se puso de pie y se dirigió al comedor del orfanato, donde le esperaría una tarta de desayuno y todos los chicos y chicas del centro sentados en las mesas esperándola, aunque no la conocieran, para cantarle cumpleaños feliz.

Sabía que era inevitable, a pesar de haber repetido más de una vez que no quería que nadie la felicitara, pues sólo le recordaba una vez más a su hermana, la que cada cumpleaños de ella la despertaba a besos, riendo, y corrían juntas hacia la sala para comer la tarta.

Minutos después llegó al comedor, y con una lentitud exagerada, abrió la puerta. Nada más hacerlo escuchó una coro de voces que chillaban su nombre, y acto seguido comenzaron a entonar la canción de cumpleaños. Se acercó a la mesa donde estaba colocada su tarta, con el número dieciséis dibujado en azúcar encima de una cobertura de chocolate. Su favorita. La de ella y la de su hermana.

Ni siquiera se esforzó en fingir una sonrisa. Permaneció seria hasta que la canción terminó. Entonces, la directora del centro, una señora ya mayor, que siempre asistía a los cumpleaños, se dirigió a ella sonriente, diciéndole que pidiera una deseo. La joven le dedicó una mirada cargada de sarcasmo. ¿Un deseo? Qué tontería. Era obvio que lo que más deseaba en el mundo es que Tala estuviera con ella.

Sin más remedio se acercó a la tarta y sopló las velas. A esto siguieron aplausos y felicitaciones. Ella apenas escuchaba nada. Decía gracias al aire, sin saber a quién mirar. Sintió como una mano se posaba en su hombro. No se molestó en darse la vuelta, pues esa voz la reconoció al instante. Era la directora, que le hablaba.

-Muchas felicidades, niña. Acompáñame, tengo un regalo sorpresa de cumpleaños para ti -dijo mientras la llevaba hasta su despacho. Indiferente a todo, la joven se dejó arrastrar por la mujer.

Cuando llegaron a la puerta del despacho, la directora la miró con una sonrisa de complicidad en el rostro, gesto que no fue devuelto, a la vez que abría la puerta. Entró seguida de la joven. Ya dentro, pudo observar a dos personas de pie al lado de la mesa de la directora, con las manos a la espalda y dirigiéndole una sonrisa amable. Eran un hombre y una mujer jóvenes, quizás de unos veinte y pocos años.

Miró a la directora, esperando que le explicara que hacía ella ahí. Esta se dio por aludida, pues cogiendo aire como si fuera a dar un discurso, anunció sonriente:

-Querida, te presento ―hizo una pequeña pausa- a tu nueva familia. Después de siete largos años, has sido adoptada, Luna Olsen. Feliz cumpleaños.








Clanes de Luna Nueva: Greys © [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora