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La noche estaba cayendo silenciosa e inadvertida sobre la mansión. Dentro solo estaba Lucy dándole vueltas al anillo que tenía sobre su dedo índice. La piedrecita de zafiro estrellado revoloteaba una y otra vez, mientras esperaba a su padre. El anillo había pertenecido a su madre, y ahora a ella, a pesar de lo grande que le quedaba.

No era la primera vez que desaparecía a la hora de la cena. Cada vez ocurría más; últimamente se dormía antes de que volviera, y se despertaba con el ruido de sus acompañantes. Ese pensamiento le recordó el olor de alcohol, el cannabis, la sangre, los gritos. Lucy se levantó de la alfombra a los pies de su cama y rápidamente cerró la puerta que daba a la escalera con la llave de su bolsillo, miró a los marcos del ventanal, los pestillos también, tenía que cerrarlos. Saltando un poco para llegar y de un manotazo el muelle hizo clic, dejando la habitación verdaderamente impenetrable. A los 5 ya había dejado de creer en monstruos y a los 7 todavía era demasiado inconsciente como para saber que había peligros más allá de los que ya conocía, así que tampoco eran ladrones a los que temía, sus miedos tenían la llave de la casa, pero con suerte ninguna copia de la llave de su habitación. Echó las cortinas escondiendo la luna entera, si llegaba esta noche no quería verle llegar.

El servicio tampoco estaba en la casa, a partir de las nueve de la noche si ellos no se habían ido por su propio pie, el señor Heartfilia se encargaría de echarlos. Una vez que empezaba no le gustaba ser interrumpido, tenía las noches libres para hacer como quisiera con quien quisiera... con un pago, con un cuerpo comatoso y con unos colegas borrachos o su propia hija.

¿Qué veía su padre en la violencia?

Esa noche Lucy volvió a dormir sola, a merced del espíritu de su madre. Cuando su madre murió, Virginia, quien siempre había formado parte del personal le explico:

Tu madre ya no puede venir a abrazarte por las noches, aunque quiera. Pero cuando mires al cielo y en los días en los que tengas tus sueños mas profundos, podrás escuchar a su espíritu hablarte. Ella quería estar siempre contigo.

Su padre despidió a Virginia, poco después del entierro. Lucy había soñado con su madre, alguna vez desde que murió, pero no era a menudo que podía pasar la noche tranquilamente buscándole entre las estrellas o durmiendo profundamente. Después de 2 años los que más le costaba era recordar su cara, y sus manos, sabía que se parecía a ella, y en ocasiones se asustaba al pillar un reflejo de su pelo en el espejo, en esos segundos pensaba, que había vuelto.

El final de la semana pasó y su padre seguía sin venir. No era la primera vez, tampoco. Le gustaba cuando su padre se olvidaba de sus deberes paternos. Pasaba el tiempo, dos semanas, tres, cuatro... El servicio también se redujo, fueron desapareciendo hasta que solo quedó una mujer vagando los pasillos. Lucy no le había visto anteriormente, ni a ella ni a nadie como ella. Vestía una túnica larga y blanca, la tela era fina y la textura era como la piel que dejaban las serpientes al mudar. Esa mujer parecía estar enferma, su piel tenía un tono entre gris y azul, sus ojos contenían la misma niebla, cuando pasaba por enfrente de algún rayo de luz, su vestido resplandecía en tonos grises.

¿Un reflejo oscuro?

Era una mujer tan mágica, distinta a todo lo que había visto en su corta vida. Durante días Lucy tan solo le miró; desde lejos y de reojo cuando pasaba por al lado.

Mirarle era un estimulante para su curiosidad, no recordaba haber estado fuera de su castillo, quizás eso es lo que había fuera. Un mundo exorbitante y totalmente distinto a su vida burguesa. ¿Un mundo de magia? Justo como en los libros que leían cuando era pequeña y que ahora atesoraba bajo su almohada. Solo había una forma de descubrirlo, decidió ir a la puerta para verlo con sus propios ojos; no pensaba que fuera mucho tiempo, saldría, volvería y nadie iba a notar su ausencia. Se puso su anillo en el dedo pulgar para que no se le cayera, y abrió el portón de roble que le separaba de toda aquella magia.

Casi se tropezó con los botes de cristal llenos de leche agria, ella no sabía del reparto matutino, había estado comiéndose las conservas de la despensa desde que se quedó sola. Tampoco sabía el porqué de tantos periódicos acumulados en la puerta, entorpeciendo su paso hacia el jardín de la entrada. En medio del camino arenoso, por donde entraba siempre su papá, encontró una página desprendida del resto de periódicos, hecha una bola, enganchada contra uno de sus rosales. Los capullos que florecerían en la primavera estaban decaídos y secos, los tallos con sus espinas también estaban pintados color marrón por la deshidratación. Se acercó y se puso de cuclillas. A pesar de estar muerta, aquella planta consiguió sacarle sangre. Como por instinto se llevó el dedo a la boca, como si su saliva fuera algún tipo de ungüento que todo lo pudiese arreglar.

Una vez que consiguió abrir la bola de papel entre sus manos, puso la página arrugada sobre el camino y la planchó con sus manitas, para poder ver su contenido mejor. Hablaban de una bolsa y aparecían los nombres de personas que habían frecuentado el salón de aquella mansión, los mismo que había escuchado reír, cuchichear y maquinar a través de los respiraderos. Crisis, banca rota, deudas. Eso es lo que no pudo leer entre líneas. Con los ojos siguió saltando de párrafo en párrafo y de fotografía en fotografía, hasta que llego a una fotografía recortada, quizás a modo de censura para proteger a los lectores más sensibles, pero en vano para una persona que podría reconocer ese bigote manchado de harina en cualquier parte, su piel incluso inmortalizada en blanco y negro parecía pálida y gélida, espuma había emanado de su boca hasta toparse con su bello facial. Lucy nunca había imaginado que le podría dar más miedo que su padre nunca fuese a volver a que lo hiciese después de la nueve.

La mujer que había estado vagando la mansión los últimos días se paró a su lado. Lucy no lo había escuchado, tenía un pitido incesante en las orejas, y los golpes de su corazón contra el pecho estaban consumiéndole. Se quito el anillo para ponérselo sobre el dedo índice y girarlo, las manos le temblaban.

– Estás bien. – Se le cayó el anillo de las manos a la tierra del sobre salto. – Estás bien. – Repitió, como si afirmarlo fuera a hace que Lucy se sintiese mejor.

– Se ha ido también...- Dijo intentando mirar hacia donde la voz provenía.

La mujer le guio la cara tocando su mejilla suavemente. Lucy volvió a estallar en mil lágrimas.

– Es mejor así. Ya no puede volverte a molestar nunca más. – la pequeña desconcertada por la crueldad de esas palabras se froto los ojos secos para dejar de verle borroso.

– Es mi papá, soy su hija. Tengo que quererle... – Dijo Lucy casi preguntando.

La mujer estaba visiblemente confundida, le miró directamente con sus ojos grises y centellearon azul por completo. Inmediatamente la expresión de la mujer se relajó.

– Ven conmigo

Como si sus extraños ideales hubiesen cambiado por completo, aquella mujer abrió sus brazos mientras se agachaba para tomarle. Lucy rápidamente agarro el anillo del suelo y un poco de tierra con él.

– Vamos a casa.

Blue Slayer n.l.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora