Epilogo

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Unos años después.

—Mamá—gritó Marcia desde el segundo piso, luego apareció por la puerta de mi oficina—dile a Fernando que por favor suelte el teléfono.

Suspire y deje de escribir.

—Con quien está hablando ahora.

—Con su novia—dijo ella y negó.

La seguí por la escalera y me detuve en la puerta de mi hijo, golpee dos veces, no lo hacía más, si no contestaba él sabía que yo simplemente entraría. Feña abrió la puerta listo para pelear pero al verme cerró la boca. Extendí mi mano y suspiro, se despidió de su novia y me entrego en aparato.

—Solo llevaba 10 minutos—me dijo, mando una mirada molesta a Marcia.

—Mentira, llevabas más de 20—le entregue el teléfono a ella.

—5 minutos—le dije.

—Gracias mamá—sonrió y se metió en su cuarto.

—Sabes que tendrás que venir a quitárselo en media hora—dijo Feña, lo mire—va llamar a su nuevo novio.

—Nuevo, que paso con el antiguo—se encogí de hombros y suspire—parece que voy a tener que hablar con ustedes sobre ciertos temas—mi hijo se estremeció.

—No de nuevo—dijo—con una vez es más que suficiente.

—Limpiaste tu cuarto.

—Ya lo hago.

—Fernando—lo llame—quieres que lo haga yo.

—Lo hago ahora, ya voy—se quejo él y me aleje—igual te quiero—me grito y sonreí.

—Estos niños me van a sacar canas verdes—dije mientras bajaba por la escalera.

—El problema es que ya no son niños—dijo Erick en la puerta.

Sonreí al verlo y corrí hacia él, me recibió con un abrazo y nos besamos.

—Ya regresaron—dije mientras lo besaba.

—Aja—murmuro él y me levanto un poco para ahondar el beso.

—Por Dios—dijo Feña pasando a nuestro lado—no hagan eso en público.

Erick gruño y me aleje, ambos lo miramos y luego seguimos besándonos. Nuestro hijo se quejó y se alejó de ambos, nos reímos.

—Mamá compre helado—dijo un niño desde abajo y mire.

—De qué—me agache a su lado y vi—chocolate de nuevo.

—Me gusta chocolate—dijo el feliz, me reí.

—Bien—dije y mire a su padre.

—Si quieres de otro sabor tienes que ir tú de compras—dijo él como si nada, negué.

—Richard—le dije a mi hijo de cinco años—lleva esto a la cocina, bueno—él asintió y se fue.

Entramos a la sala y Dalila, nuestra perra, apareció.

—Feña—dijo Erick—sacaste a pasear a la perra.

—Lo hago después, mi mamá me mando limpiar mi cuarto—Erick me miro y voltee mis ojos.

Feña apareció por el pasillo.

—Tu mamá te dijo ayer que limpiaras tu cuarto.

—Lo voy hacer ahora—murmuro mi hijo.

—Saca primero a Dalila, luego limpias—dijo Erick.

—Pero…

—Ahora—dijo con más energía Erick y Feña gruño, casi idéntico a él.

—Está bien, pero no se quejen cuando termine de limpiar mi cuarto en la madrugada—tomó la correa de la pared.

—No nos quejaremos, siempre nos dormimos tarde—dije.

—Agg—se quejo Feña—no quería oír eso.

—¿Quien quería un perro?—dijo Erick y nos sentamos en el sofá.

—Todos, por qué yo siempre tengo que sacarla a pasear, limpiar sus porquerías, alimentarla, bañarla—Erick y yo volteamos a ver a nuestro hijo.

—Yo la alimento—le dije.

—Y yo la baño—dijo Erick, Feña nos miró.

—Bien, entonces si yo la saco a pasear que Marcia limpie sus desechos—en ese momento ella paso detrás de él.

—Ni lo sueñes—dijo y desapareció hacia mi oficina—mamá voy a tomar un lápiz.

Suspire.

—Bien—le dije.

—No es justo…—se quejo Feña y salió de la casa sin dejar de murmurar.

Apoye mi cabeza en el hombro de Erick.

—Qué lindo es el silencio—dije.

—Si—murmuro él.

Un estruendo de ollas se escucho de repente y levantamos la cabeza, Richard paso corriendo por el pasillo y subió las escaleras, nos miramos.

—Y nosotros queremos otro hijo—le dije a Erick.

—Creo que sí.

—¿Por qué?—pregunte y nos pusimos de pie.

—Es muy divertido hacerlos—asentí.

—Cierto.

—Acepta que tienen algo lindo—tomó mi rostro y me beso.

—Sí, hasta que aprenden a hablar, pelear, quejarse, ahí dejan de ser lindos—sonrió.

—Tú la cocina y yo la habitación—asentí y salimos de la sala, ambos tomamos caminos separados, al recordar algo lo llame, se detuvo.

—Sabes que Marcia tiene novio nuevo—abrió la boca.

—¿Qué paso con el viejo?—me encogí de hombros—Dios, me van a salir canas verdes…—sonreí al escucharlo murmurar mientras subía las escaleras, me dirigí a la cocina para saber cuál era el ultimo desastre que mi pequeño hijo había causado.

Suspire, bien, aceptaba que la mayoría de las veces estos niños eran una dulzura, al llegar a la cocina mi opinión cambio. No siempre lo eran, menos cuando intentaban hacer una torre con todas las sartenes, ollas y fuentes de plástico que tenían a mano, eso no era dulce…solo un poco, pero no demasiado.

Fin.

Aun dentro de la OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora