Tengo marquitas en la piel que me impiden olvidar. Por ejemplo, mirarse el dorso de la mano con tres puntitos blancos y remitirse directamente a una cosa. Las zonas moradas en la nuca y en el cuello devienen de otro lado y con otros destinos. El lunar del dedo índice de la mano izquierda o el que está entre la íngle y el muslo. Todas esas reminisencias de algo que sucedió hace ya tantos y tantos días que significan tantas y tantas horas de lo mismo.
Y eso no es todo, puedo ignorar mis marquitas, puedo no verlas y cubrirme con otra cosa más burda que la ropa y san-se-acabó. Hay marquitas en la ciudad que también son contenedores. La pequeña iglesia de la Santa Veracruz donde hablé con Dios la última vez, o en Santa María La Ribera donde está el restorán de mi amigo japonés, o ese pedacito de Tlalpan donde un policía pensó que me suicidaría. Las manos se entiesan y las aprieto con fuerza como atrapando el tiempo en determinado instante para que sea de veras mío, para que yo posea mi ciudad mía y no de esas estampas temporales.
Tengo mundos deshabitados, en ellos hay réplicas de edificios que serán construidos, grandes espacios con enormes cuartos vacíos pensados para dar techo a todas esas ideas de realidad que transitan libremente por las avenidas y los taxis igualmente vacíos que atiborran esos mundos. Algunas veces hay ideas deambulando, tan virtuales como siempre, entre ellas conversando, pero su lengua parece alguna de esas que están muertas. Cuando uno se acerca, las ideas se agrupan, salen corriendo frenéticamente hasta que la pierna izquierda se les revienta y caen sangrantes a la mitad de las carreteras, en el mismo punto siempre, la misma latitud equivalente en cada mundo.
Muy bien, supongamos que puedo suprimir las manchitas de la piel, las marcas de la ciudad, los mundos deshabitados, las frágiles barreras de la realidad continua, ¿Vale la pena conservar estas memorias? ¿El lunar sigue siendo ‘el lunar del dedo’? ¿Siguen todos esos sueños en la capilla o se habrán ido después de misa? Pero sobre todo, aunque las ideas ahora habiten en la sombra de las coladeras y el interior de las semillas, ¿Seguirán todavía impresas las marcas en las paredes de las habitaciones vacías de mis mundos ausentes? Raíces descendientes, salsa de tomate salteada en el techo, pintura acrílica de colores, pósters, propaganda electoral, ventanas rotas sin marco ni umbral, textos psicóticos en el piso, agujeros, marcas de balas, sangre, nidos de arañas, reproducciones de cuadros de Cezánne, Miró, fotos enmarcadas, rincones quemados y marcas de agua en distintos niveles por las varias inundaciones. Esas impresiones, quiero pensar, ya no están, ya no son mías, ya no me pertenecen, ya me son ajenas, ya las desconozco, ya se han liberado, ya no me conocen, ya no las veo, ya no están, ya no son mías, ya no me pertenecen, ya me son ajenas, ya las desconozco, ya se han liberado, ya no me hablan, ya se han liberado, ya no me acusan, ya no las veo, ya no me llaman, ya se han liberado, ya no me esperan, ya no me pertenecen, ya no me hacen caso, ya no las veo, ya se han olvidado de mí, ya no son mías, ya no sé si están, ya no, ya no, ya…
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Mexico City Temps
Short StoryCrónicas de la ciudad más grande y poblada de América Latina.