2 (Editado)

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Rubí.

Era bastante facil imaginar el nivel de mi disgusto en ese momento.

¿Qué demonios le pasaba? ¿Acaso no tenía estribos?

Era evidente que seguía siendo el mismo salvaje de siempre.

Estaba que explotaba de la furia. Quien iba a pensar que iba a toparme con el mismísimo Drake Hamilton y que iba a besarme...a mí. Haciéndome rectificar el viejo desprecio que le tenía y que nunca dejaría el estúpido hábito de tomar todo en cuánto lo quisiese.

El mal nombrado señor Hamilton era mi íntimo enemigo. Nos odiábamos hasta morir; él pensaba que yo era una tonta remilgada y yo juraba que el era una bestia sin una pizca de educación, obviamente yo tenía la razón.

Bueno, yo no andaba en la calle besando a desconocidos...

A ese hombre le encantaba jugar con fuego pero yo no era del tipo con el que se podía jugar y él lo sabía desde siempre pero ¿Qué le había pasado? Iba caminando con su cara de tonto mirando una bolsa de compras y chocó conmigo ¿sabía que era yo con quien se había tropezado?

<<Evidentemente no...>>

Luego de viajar varios años por toda Europa, avanzando en mi carrera como súper modelo y conociendo dicho continente, asuntos importantes y a la vez muy tristes me obligaron a pausar la vida en la pasarelas para volver a mi país.

Después de caminar unos escasos metros pude vislumbrar el Roll Royce en la acera. Tony, mi fiel chofer y jefe de seguridad me abrió la puerta en cuanto me acerqué al auto. Los dos guarolas que estaban detrás de mi entraron a un todoterreno Lexus, color negro, el cuál seguía al roll Royce dónde quiera que se moviese.

Yo era la única nieta de Obadiah Blake, un titan de la minería, específicamente de piedras y metales preciosos y, a pesar de que consideraba excesivo su control con mi seguridad, se lo dejaba pasar por que él era la luz de mis ojos.

El auto se movió y yo iba en la parte trasera, en completo silencio, con los ojos posados en la ventana.

Siempre quedaba anonadada con el ritmo de esa parte de la ciudad: las personas caminando con pasos enérgicos hacia dondequiera que fuesen, mujeres con faldas de tubo y piernas esbeltas cubiertas por pantimedias, rezumando recato y pulcritud en cierta manera; hombres de todos tamaños y razas, con trajes de sastre moviéndose entre los demás con prisa...

Estaba intentando llevar mi mente hacia el ritmo tan acelerado de la ciudad y en un momento, tan solo un milisegundo, me imaginé siendo una de esas personas con vidas aparentemente normales, que no tenían mucho tiempo para distraerse y que siempre estaban en esa busqueda frenética del poder, el éxito y toda la calma que esto brindaba de algún modo extraño.

Pero las razones que me habían devuelto a Nueva York no eran las que yo hubiera deseado. Echaba de menos mi ciudad y todo aquello que la componía, pero la realidad era que mi abuelo, lo único que tenía, se encontraba en un débil estado de salud y me había implorado que regresara lo antes posible para tratar algunos asuntos de mi herencia; eso no era una buena señal. Estaba haciendo los ajustes pertinentes para irse y dejarlo todo ordenado, era algo que me costaba aceptar.

En cierto modo, yo no era la nieta ideal. El habría querido alguien más fácil de domar y que a sus escasos veinticuatro años ya estuviera casada y con uno o dos hijos; yo me había saltado esas dos reglas fundamentales.

El asunto de la herencia no me importaba demasiado. Mis padres me habian dejado una cuantiosa suma y junto a mi sueldo como modelo, me ayudaba a subsistir. Aunque podía parecer lo contrario, trataba de llevar una vida lo más simple que mi adicción a la moda me permitiese, así que estaba de regreso sólo por él.

¿Contigo? ¡No me caso! (Disponible en Dreame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora