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Rubí
Nos detuvimos en una pequeña floristería que se encontraba a menos de un kilómetro del cementerio. Pegué la frente de la cabecera del asiento delantera y solté el aire de golpe.
Comencé a darme cabezazos de frustración y furia.
— ¡Carajo! —Gruñí. Para echar un montón de tacos y maldecir hasta la santa madre.
—Señorita Clarkson ¿Se encuentra bien? —Preguntó Tony provocándome un sobresalto.  Había abierto la puerta y no me había dado cuenta por el pique.
— ¡Dios! —Dije luego de un respingo. —No Tony, no estoy bien. —Me sinceré. Abracé el asiento delantero a modo de defensa.
— ¿Problemas con Obby? —Preguntó. Tony había sido chofer del abuelo años antes de que yo necesitase uno y ya tenían la suficiente confianza como para usar sus apodos.
—Así es. Y no son sencillos Tony. —Dije con voz ahogada. Me sentía como un gato dentro de una caja, sellada y sin agujeros para respirar.
—No se preocupe; todo lo que su abuelo hace es para protegerla, nada más. —Aseguró. —No puede darse el lujo de que esté disgustada con él. —Dijo. Me tendió la mano para ayudarme a salir de auto y entrar a la floristería.
—Eso espero. —Solté con un dejo de esperanza en mi voz.
La fachada de la floristería era de piedras blancas y había un montón de tarros con tulipanes que embellecían la rusticidad del pequeño local. Contaba con dos enormes ventanales por los que se podía ver el interior.
Entré con timidez, el olor a flores me golpeó en seco haciéndome sentir maravillosa después de tanto. Una castaña de baja estatura me recibió entusiasmada.
—Buenos días señorita ¿en qué puedo ayudarle? —Preguntó con el mismo nivel de entusiasmo.
—Buenos días. —Saludé con una sonrisa. Un hermoso tarro lleno de rosas blancas iluminaba toda la floristería haciendo guiar mi atención hacia donde estaba. —Son hermosas. —Susurré tocando una de las rosas con las yemas de mis dedos.
—Así es ¿Le gustan las flores tanto como a mí? —Preguntó la chica interesada.
—Me encantan. —Admití con una sonrisa.
— ¿Quiere que le haga un ramo? —Agregó. Yo asentí enérgicamente.
Elegí un arreglo de aquellas bellísimas rosas blancas para llevarlas al panteón de mis padres.
Al llegar, no me fijé demasiado en la estructura del cementerio. No me gustaba nada que se relacionara con la muerte porque me daba mucha tristeza. Casi nunca iba a los funerales de allegados al abuelo o de personas cercanas porque eran extremadamente deprimentes.
Me detuve en la lápida de mármol negro y leí la sencilla inscripción que decía:
"Miranda Clarkson 9 de Abril 1975 — 10 de octubre 1998.
Humphrey Clarkson 4 de Diciembre 1972 — 10 de Octubre 1998".
"Sus familias nunca los olvidaran".
Yo no me acostumbraba a vivir sin ellos y ese día, ese fatídico día nunca se me olvidaba. El recuerdo de su muerte estaba grabado en mi mente y por más que quisiera borrarlo, la sola idea de haberlos perdido me obligaba a recordarlo.
Respiré hondo y puse las flores frente a la lápida que cubría sus cuerpos inertes. No tenía la posibilidad de verlos de nuevo, de abrazarlos ni de escucharlos y sentí una completa y total desolación.
—Lo lamento. —Dije con lágrimas en mis ojos. —Lamento no haber venido a visitarlos en estos cuatro años, es que me pone triste pensar en ustedes dos. He intentado no sentirme tan mal al recordarlos y no... ¡no puedo evitarlo! —Y me desplomé.
Mis sollozos me resquebraban el alma. No había manera de que los dejara ir, no podía soportarlo. Habían pasado años y no me acostumbrara a la vida sin ellos y todo parecía volverse más complicado.
— ¡Señorita Clarkson! —Escuché una exclamación a lo lejos, seguida de pasos enérgicos hacia mí. Al llegar de sostuvo por la cintura, yo me aferré a la lápida con fuerza.
— ¡No! —Exclamé. —Suéltame. —Dije entre sollozos. Mi corazón latía con fuerza haciéndome sentir que se me iba el aire, me  aferraba a sus tumbas frías volviéndome presa del miedo.
Él me soltó y me quedé allí, recostada. Cerré los ojos por unos minutos hasta sentir que mi ritmo cardiaco cedía poco a poco, hasta que mi respiración se normalizaba y el pánico se iba.
Volví a abrir los ojos de golpe y el peso de mis párpados me hizo cerrarlos lentamente. Los minutos pasaron.
— ¡Rubí! —Un suave susurró me obligó a abrir los ojos con pesadez. —Es hora de irnos.
Me revolví para luego levantarme del duro mármol y miré la fría lápida por última vez. Tony me tendió la mano, ayudándome a poner los pies en la tierra y así lograr salir rápidamente de allí.


Estábamos a finales de agosto y los retazos de un verano culminante me golpeaban junto a la humedad característica de la ciudad así que cuando llegué al restaurante agradecí que tuviera aire acondicionado aunque no se sentía mucho porque estaba abarrotado de gente.
Mientras iba caminando, vislumbraba el lugar con avidez para poder encontrar a mis amigos. Cuando mi mirada se topó con la de Angélica ella me sonrió a modo de complicidad; vi cómo le dio unas enérgicas palmadas a Marian para que dirigiera la vista y ambas se acercaron corriendo hacia a mí.
De inmediato me fije en lo que llevaban puesto.
Angélica usaba un vestido rosa pastel, muy ajustado al cuerpo y unas sandalias de plataforma color beige. Llevaba su larguísima cabellera negra recogida en un moño alto, algo despeinado. Ella era mucho más bajita que yo y a pesar de su diminuto tamaño, llamaba mucho a la atención por sus facciones delicadas y sus ojos color avellana.
Marian por otra parte, vestía una falda de tubo color negro, pantimedias negras y una camisa azul cielo, con unos Louboutin azul marino. Ella era la asistente de un corredor de Wall Street quien,  si mal no recuerdo, era un dolor de cabeza para ella. Marian tenía el cabello castaño claro y ojos del mismo color. Era de raíces dominicanas así que tenía un culo del tamaño de un barril.
— ¡Mérida está aquí! —Gritó Angélica antes de envolverme en un fuerte abrazo, dando brinquitos. Marian la siguió, consiguiendo un apretado abrazo de tres. — ¡Estoy tan feliz de verte! —Volvió a gritar, haciendo que todos dirigieran la mirada hacia nosotros.
—Yo también estoy feliz de verlas. —Aseguré.
—Vamos a la mesa. —Dijo Angélica, jalándome por el brazo, llena de entusiasmo. Marian era de un carácter algo más dócil, no era tan incesante como Angélica y sabía el cielo como era que podían llevarse tan bien.
Al sentarnos, tomamos órdenes rápidas y fuimos al embrollo.
—Dime ¿Has conseguido novio después de la última vez que nos vimos? —Preguntó Marian. Ella estaba más interesada en emparejarme con alguien que en cualquier otra cosa.
Negué con la cabeza.
—Sabes que tiene un spray anti machos. Se lo pone y no se le pueden acercar. —Lanzó Angélica riendo.
—No puedo recordar la última vez que tuve novio. —Aseguré.
—Yo tampoco. —Admitió Angélica.
—Y con razón. No eres nada fácil de manejar. —Bromeé.
—Já. Miren quien habla. —Dijo Marian. — ¿Qué has estado haciendo en estos dos días? ¿Por qué no nos llamaste? —Reclamó con indignación.
—Han pasado tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. —Bajé la cabeza resignada. —Incuso, esta mañana casi me arrepiento de haber vuelto.
Angélica soltó un respingo. — ¡Eso no lo digas ni de broma! ¿Por qué? ¿Qué pasa? —Preguntó con un dejo de seriedad.
Solté aire de golpe.
Tome la decisión de contarles de mejor a peor.
—Esta mañana me enteré de que soy la heredera de un amplio clan Escocés. —Hice una pausa. —El clan Clarkson. Y que mi padre era la cabeza de dicho clan. —Al decir aquello, mis amigas me miraron confundidas.
— ¿Tu padre era Escocés? —Preguntó Marian.
—Toda mi familia es escocesa. —Aseguré. —Toda. —Recalqué. —Abuelo aun no me ha pedido que vaya a Escocia pero quisiera organizar un viaje en un futuro para conocer a mis familiares. —Mi padre había dejado su país poco antes de que yo naciera y se había instalado en Estados Unidos para vivir aquí con mi madre.
— ¡Sería genial! —Exclamó Angélica.
—Así es. —Dije. —El abuelo me entregó el tartán tradicional del clan Clarkson y el diario de mi madre. Ella hizo un documento de contingencia para que el abuelo me lo entregara a mis veinticinco años en caso de que ella, por alguna circunstancia, no estuviera.
—Pero aun no cumples veinticinco. —Dijo Marian. — ¿Por qué te lo dio ahora?
Agacé la cabeza con tristeza.
—El abuelo está muriendo. —Dije triste. —Tiene cáncer pulmonar y no cree que pueda llegar a mi próximo cumpleaños.
—No puede ser. —Dijo Angélica.
—Lo siento tanto. —Dijo Marian poniendo su mano encima de la mía, acto seguido, Angélica también lo hizo. Yo sabía que podía contar con su apoyo incondicional. — ¿Qué podemos hacer para ayudarte? —Agregó.
—No hay mucho que se pueda hacer. —Digo resignada. —No quiero que cada vez que me vean lo hagan con pena porque ya no voy a tener a nadie más. —Advertí. —No quiero su lástima.
—No es lástima Rubí. —Aclaró Marian. —A nosotros también nos duele saber que Obby está tan mal. Pero no estarás sola. Siempre estaremos contigo. —Sus palabras me conmovieron. Nuestra amistad había trascendido la distancia y el tiempo; a pesar de estar separadas y cada una en lo suyo, nunca nos descuidábamos la una a la otra.
—Lo peor de todo es que él está tan tranquilo que no parece que el cáncer lo está matando. Sigue igual de terco y obstinado que siempre y esta mañana salí corriendo de ahí para no terminar discutiendo con él. —Quise desviar un poco el tema del abuelo.
— ¿Qué hizo? —Preguntó Marian. Antes de que respondiera la pregunta, el bombón de Ilian apareció con una sonrisa de comercial.
— ¡Oh aquí estás! — Le dijo Angélica inmediatamente él se acercó a la mesa. —Tarde, como siempre.
—Lo siento, estaba terminando una sesión con alguien. —Su mirada se desvió hacia mí; yo estaba casi escondiéndome de él porque le encantaba darme lata. —Pero mira quien apareció... Mérida en persona —Lanzó. Me había ganado el apodo de una princesa pelirroja, con el cabello rizado y un carácter endemoniado por tener las mismas características que ella tenía.  —No te escondas ¡Cobarde! Te has ganado un puntapié en el culo por desaparecerte dos días.
—No seas dramático Ilian. —Reproché. Todos mis amigos eran igual de posesivos conmigo.
—Ven aquí ¡Déjame olerte! —Me levanté feliz para rodear la mesa y abrazarlo con fuerza. —Te extrañe tanto. —Dijo él.
—Y yo a ti. —Acepté.
— ¡Ay! Ya ya ya. —Dijo Marian rápidamente. —Solo tenemos una hora para almorzar y ya saben que trabajo para el mismo diablo.
  —Ay que fastidio contigo, culo de pato. —Dijo Ilian.
—Ella no puede estar lejos del papacito de su jefe. —Bromeó Angélica.
— ¡Eso no es cierto!  Me cae peor que un purgante pero no quiero perder mi empleo. Es mi trabajo soñado y quiero avanzar.
—Sí, ajá. —Dije. —Si siguen en ese tira y jala, terminarán enrollándose en su oficina. 
—Basta de mí, continúa con el chisme. —Me dijo.
— ¡No!  ¡Nada de eso! —Exclamó Ilian. —Van a resumirme todo porque no me voy a quedar a medias. —Y las tres reímos con extrema diversión.
*****
— ¿Qué tiene que ver Drake con tu herencia? —Preguntó Marian.
— ¡La pregunta del millón de dólares! —Exclamé picoteando las deliciosas costillas a la barbacoa que había pedido. —Le he estado dando vueltas y no entiendo nada.
—Sabes que siempre se han llevado bien. —Añadió Angélica.
—Sí, eso lo sé. Pero quien tiene relaciones empresariales con él es Raymond Hamilton no Drake. Esto no puede desagradarme más. —Admití con algo de rabia.
—Nunca he entendido porque se llevan tan mal. Se conocen desde niños. He tratado a Drake Hamilton en una que otra ocasión y es un buen tipo. —Dijo Ilian.
— ¡No vuelvas a decir eso! —exclamó Angélica.
—Si supieras lo que hizo el otro día, no dirías eso. —Dije e hice una pausa para tomar agua. Los tres me miraron fijamente para que empezara a hablar.
— ¡Habla ya Mérida! Demuéstrame que es un patán. —Dijo Ilian divertido.
Y les conté lo que pagó en la acera días antes.
— ¡¿Queeeeeeé?! —Exclamó Angélica. Marian estaba boquiabierta e Ilian seguía sin impresionarse.
— ¿Será que no te reconoció? —Preguntó Marian al salir del shock.
—No escuchaste que la besó. Es obvio que no sabía que era ella. Se odian, no lo olvides. —Respondió Angélica.
—Es lógico. Has cambiado mucho en estos años. —Admitió Ilian. —Tu cabello está más largo y tu piel luce mejor. Tu cuerpo está en mejor forma.
—Sí pero Rubí no es el tipo de mujer  que se olvida con tanta facilidad. —Dijo Marian.
—O a lo mejor lo hizo a propósito con tal de fastidiarte.
—No lo dudo. —Acepté. —Pero me las cobré. Le di un semejante tortazo que probablemente se arrepintió de su estupidez.
—Tú no cambias. No puedes ir golpeando a la gente por boberías. —Reclamó Ilian.
—¿Y qué querías que hiciera? —Pregunté.
— ¡No lo defiendas! —Objetó Marian. —No estuvo bien y ya está. Se ganó la bofetada. —Dijo  volteando la cabeza hacia él.
— ¡Disfrutarlo! —Ronroneó Angélica con cara de pervertida. —Drake Hamilton puede ser lo que sea pero es un papito en toda regla.
Y todos reímos.
Al final de la comida me sentía muchísimo mejor. Ilian había tomado el mismo taxi de Marian y yo que quedé hablando un poco más con Angélica.
—Espero que te hayas sentido mejor. —Dijo ella mientras salíamos del edificio.
—Así es, mucho mejor. —Admití. —Gracias. —Le di un abrazo y un beso.
De inmediato, sentí con una mano tibia me toco el hombro y me giré con rapidez.
El azul y el gris volvieron a toparse.

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Hola amores de mi vida ¿Me extrañaron?

¿Contigo? ¡No me caso! (Disponible en Dreame)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora