Conseguí atropellar a uno de ellos pero el sonido del golpe fue amortiguado por un estruendo. Los zombis volvieron a huir, esta vez de una van color blanco, de la ventanilla del techo salía un tipo con una escopeta con la que había efectuado el disparo.
El auto se estacionó junto a nosotros y salieron unas tres personas, todas con batas blancas y mascarillas.
- ¿Están bien? - Preguntó uno de ellos.
- Más o menos... - Exhaló aliviado mi amigo Roger.
Los sujetos de blanco nos subieron a la van y nos empezaron a examinar. Al joven lo tenían acostado sobre una camilla, anestesiado mientras trataban las heridas.
- Necesitamos ir a la clínica Northeast. - dije.
- ¿Tienen tarjetas verdes?
- Sí.
- Bueno, entonces es lo mismo que vayan a Northeast o vengan con nosotros a nuestro refugio.
Me sorprendió lo que me dijo pero al poco rato me dijeron que ellos estaban analizando nuevas medicinas que incluso a los que tenían la infección más avanzada. Eso me alegró, pensé que esta crisis estaba por terminar, que equivocada estaba.
Llegamos a un edificio de paredes blancas y la van bajó por la rampa hasta el estacionamiento subterráneo y de ahí, en lugar de subir a los pisos superiores, nos dirigimos a un ala del edificio que parecía secreta.
A mí y a Roger nos inyectaron algo que se suponía detendría el avance del virus hasta que nos pudieran inocular la cura. Al joven que rescatamos lo llevaron a otra sala, según ellos para tratar sus heridas y revisar si fue infectado pues él llevaba una tarjeta azul entre sus destrozadas ropas.
Después de esto que cuento no sé cuanto tiempo pasó con exactitud pero yo lo sentí como una o dos semanas dentro de aquella clínica o laboratorio subterráneo en donde solo veíamos gente vestida con batas blancas y casi siempre con la mirada clavada en hojas de papel.
En un arranque de aburrimiento y desesperación, salí del cuarto que me habían designado durante mi estancia -o internamiento- y salí a caminar, no solo para pasear sino para buscar información. Hacía días que no veía a Roger ni sabía del chico a quien salváramos en el exterior.
- ¿Qué haces fuera de tu habitación? - me preguntó un hombre de cabellos cortos de un color tan rojo como la sangre.
- Quiero que me digan ¿por qué aun no me dan una cura para este virus para irme de este lugar? - respondí bastante incómoda.
Pero antes de que aquel hombre pueda responder una voz grave y raposa resonó en el pasillo.
- Señorita, mil disculpas por el trato y el secretismo con el que trabajamos pero es por su bien y por el de todos en el mundo.
El hombre que apareció tras de mí, se acercó y se detuvo al lado de su colega. Con una sonrisa, que me hizo recordar a mi abuelo, me dijo que si tenía urgencia por irme podía acelerar el protocolo y darme la cura (yo le mentí diciendo que tenía familia que me esperaba en la zona segura).
Agradecí al doctor con una sonrisa amplia, la más grande sonrisa que había mostrado en semanas. Una hora después, aproximadamente, fui visitada por ese mismo anciano doctor quien se presentó formalmente como el profesor Rosenstock y mientras conversábamos un poco de la manera más cordial, me inyectó en el brazo derecho lo que pensé era la cura. Pensé que desde ese momento podía empezar de nuevo, sin temor a transformarme en un monstruo para morir al poco tiempo... que equivocada estaba.
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La Carta de Pamela [Corrigiendo]
Science FictionAdvertencia: Lectura no recomendada a menores de 14 años. Un manuscrito encontrado en unas ruinas narra lo acontecido durante el tiempo en que una pandemia horroriza al mundo. Pamela, la autora, comparte lo que vio y vivió estando infectada por un e...