I

55.2K 2.5K 395
                                    



De: Aaron (AaronBeen1@gmail.com)
Para: Lottie (LottieHottie@yahoo.com)
Asunto: Dudas
Querida Lottie.
Si bien la detallada descripción de sus bien proporcionadas piernas resulta bastante tentadora, lamento decirle que mientras no tenga pruebas realmente fiables, no podré declararme en peligro de caer bajo ellas.

De: Lottie (LottieHottie@yahoo.com
Para: Aaron (AaronBeen1@gmail.com)
Asunto: Re Dudas
Querido Aaron.
Me apena enterarme que mis palabras no han logrado provocar ningún tipo de sentimiento en Usted. Dígame qué es lo que tengo que hacer para que mis piernas puedan considerarse dignas de su admiración.

De: Aaron (AaronBeen1@gmail.com)
Para: Lottie (LottieHottie@yahoo.com)
Asunto: Re Re Dudas.
Muy sencillo, querida Lottie.
FOTOS.


Levanté inmediatamente la vista de mi teléfono celular. Mi rostro se tiñó por completo en un carmín que delataba lo que el último email recibido causó en mí.

¡Aaron Been quería fotos de mis piernas!

Mi corazón latía con tanta fuerza, que temí que se saliera de mi pecho. Giré la cabeza hacia ambos lados de la oficina para asegurarme de que nadie fue testigo del pre infarto que estuve a punto de sufrir a causa del hombre de mis sueños.

«¿Qué se supone que haría?»

Eché un vistazo a mi espalda. El enorme cristal transparente que me separaba de la oficina de Xavier —mi odioso jefe—, me daba una vista panorámica del interior, una oficina decorada con demasiada excentricidad, con algunas portadas de películas producidas por los estudios colgando del techo en marcos de acero, muebles en colores vibrantes y un par de macetas con plantas de hojas grandes; todo ordenado de acuerdo al feng shui. Xavier estaba demasiado ocupado en su ordenador, supe de inmediato lo que tenía tan ensimismado a mi asqueroso jefe: pornografía. El director más importante de Filmes Independientes Chicago era un enfermo fanático de la pornografía y el acosador más temible en todo el lugar. En más de una ocasión tuve la terrible experiencia de ser yo quien recibiera las sucias revistas llenas de mujeres desnudas de mi respetable jefe.
En ese momento agradecí irónicamente a la pornografía cibernética. Me levanté de mi asiento lo más despacio que pude y la silla de cuero hizo un chirrido cuando todo el peso que soportaba lo abandonó. Caminé de puntillas, como si temiera despertar a alguien y llegué al baño de damas de la manera más silenciosa que mis pesados pasos me permitieron. Entré en el último privado después de asegurarme que era la única en la habitación. Di un par de vueltas antes de lograr calmar mis nervios y pensar cómo diablos hacer para tomar una fotografía de mis regordetas piernas y mandársela a Aaron Been.

Después de cinco minutos de romperme la cabeza pensando en una buena estrategia y probar varias posiciones, bajé mis vaqueros hasta las pantorrillas y me senté en la orilla del inodoro, crucé las piernas y las incliné un poco para intentar que lucieran un poco más delgadas. Gruñí y me maldije mentalmente. Mis piernas eran algo de lo que más odiaba de mi cuerpo, no eran bronceadas, mi piel es apiñonada y llena de pecas por todas partes en donde mire; tampoco eran suaves como la seda, apenas si puedo lograr que se sientan humectadas.
Me rendí, ese era mi cuerpo y no podía hacer nada para cambiarlo. Tal vez podría mandarle cualquier foto a Aaron Been y seguramente ni siquiera repararía en ello, después de todo, él no tenía ni una sola idea de quién era la mujer con la que hablaba desde un año atrás.

La suerte era algo que no simpatizaba conmigo. Ingresé a una casa de acogida al norte de Illinois cuando era apenas un bebé de dos años. Desde que comencé a tener memoria, lo único que anhelaba era una familia, ansiaba con toda el alma el amor y la protección de unos padres. Finalmente una familia me adopto cuando tenía cinco años y realmente creí que el sufrimiento terminaría, pero eso no pasó ni de cerca. Los Cuevas no me adoptaron porque quisieran a una nueva hija, lo que realmente necesitaban era una sirvienta a la que no tuvieran que pagar. Fui la encargada de realizar los labores del hogar de los Cuevas hasta los quince años, asistía al colegio por la mañana y por la tarde era esclava de una familia adoptiva que ni siquiera me creyó lo suficientemente valiosa como para llevar su apellido. Me resigné a la vida que me había tocado, me acostumbre a una granja con animales malolientes, cosechas enormes y dos padrastros que parecían odiarme. Cuando pensé que realmente estaba destinada a vivir aquel tipo de vida, un hombre llegó a la puerta de los Cuevas y me reclamó como su nieta, pagó una elevada suma de dinero para que le fuera cedida mi custodia y me llevó consigo.

Cómo enamorar a mi vecino y no morir en el intentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora