El campo andante con la incertidumbre de un cuerpo reposando en el suelo; a sus costados una marea de cenizas y el eco del llanto de los que han sido abrasados. Las llamaradas constantes siguen en los oídos de los pobladores, el llanto se convierte en ira, los pies andan mientras la boca grita; y sin embargo nada cambia; el enojo se podrá convertir en tangible pero todo sigue como rumor de voces desvanecentes. Los pies no callaran, pero el pueblo solo fue en sus orígenes un gran atleta, no un gran revolucionario. Su inconformidad sustentada por la avaricia y la codicia lo hace retroceder en su opinión y el pie nunca tocara losa por lo mismo.