~2~

10 1 0
                                    

La música estaba demasiado alta. Me dolía la cabeza y no me encontraba bien del todo. A mis amigas no se las veía por ninguna parte. Seguramente estaban en cualquier esquina con el primero que les hubiese pedido lío. Ahora me arrepentía de haber venido. ¿Por qué les tuve que hacer caso? Sabía que iba a acabar así. Yo sola, en un lateral de la barra pidiendo bebidas para menores de dieciséis, aburrida y con dolor de cabeza. Aquél maldito chico. Por su culpa había estado deprimida y mis amigas me habían intentado animar de esta forma tan... Absurda. Pero dejé de pensar en mi alrededor y me centré en mi interior. Ese chico... Después de verle durante dos meses por los pasillos por fin alguien se dignó a presentármelo. Era perfecto. Amable, cariñoso, atento, guapo... Y, cómo no, con novia. Demasiado perfecto para ser verdad.

De la multitud surgió una chica que venía en nuestro grupo, pero que apenas conocía. En una mano, una bebida y en la otra, un chico. Los dos borrachos, por supuesto. Era una discoteca, no podía culparles, pero sencillamente no les entendía. ¿Para qué quieres meterte una sustancia asquerosa que lo único que hace es apoderarse de ti para que, ni sepas lo que haces, ni recuerdes nada al día siguiente? Lo odiaba. Todo el mundo decía que con los años me gustaría. Igual bebía un poco, pero emborracharse era asqueroso. La chica pasó junto a mí. Desde el primer momento no nos gustamos. Me tiró toda la bebida encima, seguramente a posta. Hija de... Solté un par de maldiciones, pero ya se había alejado riendo y arrastrando al chico consigo. Me dirigí al baño, pero estaba lleno de parejas. Al parecer, al baño le sobraban los retretes y lavabos, con unas sillas y unas camas sería suficiente. Decidí alejarme de aquel infierno con música a tope. El único que parecía en su pleno uso de razón era el camarero, así que le pregunté si había una puerta trasera. No me apetecía salir a la calle principal. Me indicó lo que quería y conseguí salir a una calle más tranquila, con vistas al mar. Paseé hasta que di con una escalera que bajaba a la playa y cogí los tacones en la mano. Me senté en la fría arena, cerca de la orilla. Hacía una noche preciosa.

De pronto, una voz me sobresaltó. Era un chico. Primero pensé en el rubio con novia, pero al mirarle mejor a la luz de la brillante luna me di cuenta de que era moreno. Le sonreí tristemente. No me apetecía hablar con nadie; sin embargo, él se sentó a mi lado y respetó mi silencio. Así nos quedamos una media hora, hasta que me digné a hablarle.

-¿Por qué te has quedado? Hay una discoteca ahí al lado. Seguro que allí hay chicas dispuestas a hablar contigo.

-No me gusta ni el alcohol ni la música alta. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

-Hace una noche preciosa – se acercó un poco a mí y, con gestos, me invitó a apoyar mi cabeza en su hombro. Lo hice sin rechistar. Necesitaba algo de apoyo. Así nos quedamos otra media hora -. No todas las historias acaban bien.

- ¿Das por sentado que esto ya es una historia?

- Una historia es una narración o exposición ordenada y detallada de acontecimientos y hechos, así como de aquellos que están relacionados con algún aspecto de la actividad humana – me paré para observar su reacción, con una sonrisa divertida en la cara. Él también sonreía -. Y teniendo en cuenta que te puedo contar lo que ha pasado, sí, lo considero ya una historia.

Ambos reímos a gusto. La magia se rompió con el inconfundible sonido de mi móvil. Lo cogí. Era mi mejor amiga, preguntándome dónde estaba. Me giré hacia él y le dediqué una sonrisa. Él me soltó una indirecta:

-Mañana voy a estar en la cala del centro, sobre mediodía -. Y me sonrió. Yo le devolví la sonrisa. Me di la vuelta y me fui.

Al día siguiente me encontré con él en la cala del centro, y al otro, y al otro, y al siguiente... Así estuvimos casi dos meses, bañándonos, hablando, alquilando barcos, comiendo helados, riéndonos... Era maravilloso, hasta que un día fui a la cala y él no estaba allí. Esperé unas horas, pero no apareció. Y al día siguiente tampoco. No contestaba a mis mensajes a pesar de leerlos. Me sentía desgraciada. Mi cumple se acercaba, pero no me apetecía planear nada de nada. Mis amigas me miraban apenadas por sentirme peor todavía que hace un par de meses. Ya apenas me movía de la cama, deprimida. Entonces, llegó el día que cumplía años, y con él, una sorpresa. Me desperté pronto, pero no salí de la cama. Mi madre subió con un bote gigante de helado, mi habitual desayuno el día de mi cumple, y me lo tomé entero, cumpliendo así un cliché de deprimidas. Mi madre me dio también mi regalo, pero no lo abrí siquiera. Después me llegó un mensaje. Le di al botón para ver la notificación y mis ojos se abrieron más que el bote extra grande de helado. Era él. No me lo podía creer. "Arréglate". ¿Por qué le tenía que hacer caso? A pesar de ese pensamiento, me levanté como un rayo y me metí en la ducha. Después de media hora bajo el agua caliente, me sentía mucho mejor. Me arreglé como para una fiesta de cumpleaños. Después le contesté: "Ya está", pero no me pude resistir a enviarle otro: "¿Por qué me dejaste de hablar?". No me contestó a pesar de leerlo, para variar. Sin embargo, me contestó al anterior: "Baja en diez minutos a la calle". Ni me molesté en decirle vale. Bajé a la calle nueve minutos después, y allí estaba él. En traje. ¿Por qué me tenían que atraer tanto los chicos en traje? Le dediqué una mirada cargada del odio que había acumulado esa semana. Entonces pensé que no podría no responder si se lo preguntaba en persona:

-¿Por qué me dejaste de hablar?

-Porque me daba miedo enamorarme de ti, pero en esta semana me he dado cuenta de que ya lo estaba, así que he vuelto. A lo grande -. Y me sonrió ampliamente. Esa sonrisa me dijo que decía la verdad. Pero estaba desconcertada. No esperaba la verdad a la primera, esperaba evasivas. Pero la verdad no siempre es peor que la imaginación. Pensé que me había abandonado, que había jugado con mis sentimientos, que me había hecho perder el tiempo. No sabía por qué mi subconsciente le había perdonado tan rápido, pero desde luego lo había hecho. Quizá porque había dicho que estaba enamorado de mí... De pronto, lo procesé. ¡Había dicho que estaba enamorado de mí! Me di cuenta de que intentaba cogerme la mano disimuladamente. Se lo permití. Me gustó la sensación. Después, caminamos así hasta la playa, donde me habían montado una fiesta sorpresa maravillosa: mar, música, bebidas... Fue perfecto. A medida que fue pasando la tarde, los invitados se fueron marchando, y al final sólo nos quedamos él y yo. Dimos un paseo largo por la playa de noche, que estaba más bonita que aquél día, hacía ya más de dos meses. Tal vez porque ahora tenía la certeza de que le importaba a alguien. Nos sentamos en el mismo sitio que aquél día, y él se giró hacia mí. Me miró. Esa mirada me trajo a la mente una canción suavemente, como el viento arrastra una hoja del árbol al suelo en otoño. La voz de Ed Sheeran resonó en mi mente, con su Thinking Out Loud. "Take me into your loving arms, kiss me under the light of a thousand stars, place your hand on my beating heart..." Y, sin saber cómo, los dos seguimos la canción. Él me abrazó con amor, después me besó bajo la luz de mil estrellas y, en un acto reflejo, le puse la mano en el pecho y noté su corazón, latiendo intensamente.

ChillOut&ReadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora