Capítulo 3: ¡Barovero Barovero Barovero!

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Lo que antes se presentaba como la antesala de un momento histórico cuyo desenlace variaba entre la fiesta interminable del que resulte ganador y la sensación de vacío, bronca y tristeza del perdedor, estaba frente a mis ojos reducido a una pantalla de 40 pulgadas, en HD, y trasmitido por FOX Sports.
Desde el punto de la mitad de la cancha, y con la orden de Delfino (referí del encuentro) movió Boca y la gente explotó en un grito que pedía imperiosamente que once jugadores vestidos de rojo y blanco, cargando con la ilusión de millones de argentinos distribuidos por el mundo, lograran hacerle sentir el peso de la historia a un club que existió 10 años, pero que figura hace 108.
A los dos minutos de partido nació un pelotazo que parecía al vacío sin ningún destino por la banda cubierta por Mercado, pero sin embargo, y para sorpresa de todos, Carrizo sacó un centro letal para la llegada de Gigliotti el cual fue sofocado por el actual Everton Ramiro Funes Mori, que con su cabezazo dejó la pelota bollando a mercéd de Ariel Rojas que en el intento de reventar el esférico y alejar el peligro del arco riverplatense, golpea a Meli dentro del área. Delfino no duda y con un firme pitazo señalando el punto penal, cobra la pena máxima a favor de Boca.
El estadio explotó en confusión. Es que claro, todos los presentes allí, los televidentes y los radioyentes nos preguntábamos como carajo en tres minutos de partido nos veíamos con los huevos en la garganta, el corazón en la palma de la mano y lo peor, con la sensación de que lo que tanto esperamos se podía ir por un desagüe consecuencia de la inocencia de una persona para pegarle fuerte, duro y para arriba, a un balón de fútbol.
En la protesta de los jugadores millonarios (la cual no tenía sentido porque el penal estaba bien cobrado) nuestro capitán sin cinta, aquel que protege el costado izquierdo del 1, vió la tarjeta amarilla por exceso de labia. Yo estaba sentado agarrándome la cabeza a dos manos preguntándome "¿Otra vez? ¿Otra vez nos rompimos el orto para que una manga de hijos de puta nos dejen afuera por una pelotudés de los nuestros?" la sufrí bastante: Mi corazón latía a mil por hora, la distribución de sangre era excesiva al punto que sentía que mis venas iban a colmarse de flujo sanguíneo y estallar provocandome una hemorragia arterial irreparable.
Gigliotti, que gracias a Dios era el encargado de patear desde los once metros, se veía molestado por un láser y entre eso, y la queja del número 9 xeneixe hizo que el cobro se demore un poco.
Ahora sí, dio la orden Delfino. Ahí va Gigliotti contra Barovero, agua contra fuego, blanco contra negro, River contra Boca, carrera interminable del jugador de camiseta repulsiva para llegar a la pelota, nuestro guardavalla agazapado, murmullo en el estadio, sufrimiento, miles de cosas en milésimas de segundo y justo antes de mi infarto con crisis nerviosa, Barovero se lanzó (o más bien, recostó) sobre su izquierda y tapó el penal. Llamarada de gritos alusiva, eufórica y efervescente de TODOS los que sentimos estos colores al ver como se nos pasaba la vida en la llegada de Gigliotti a la pelota, como moríamos cuando le pegó y como volvíamos a nacer cuando Barovero contuvo. Eso es la resurrección. La historia estaba escrita, no había vaselina ni penal que valga, esa noche, nos cojíamos a los bosteros.
Se sintió. Los sentí yo. Los sintieron ellos. Y ellos también lo sintieron. El partido había vuelto a empezar y ahora la armada napoleónica dirigida desde fuera por ni más ni menos que el mismísimo Napoleón del siglo XXI iba a mandar toda la carne al asador y dar todo de si para la última batalla heroica de aquel año 2014.
Se venía River a punta de espada.

27/11/14.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora