Era martes, 1º de septiembre cuando llegué de la universidad. Las cosas no habían salido para nada bien ese día debido a que mis padres volvieron a discutir y, para colmo de males, mi novia me terminó cambiándome por mi mejor amigo. Esa noche, lloré como nunca con mi corazón destrozado por el engaño de una mujer a la que le di todo mi amor.
- ¿Cómo pude ser tan ciego? ¡Fui un idiota! - Decía mientras empuñaba la mano derecha y soltaba lágrimas con mis ojos cerrados producidos por la amargura de ese momento.
Después de eso, me fui despojando de mis zapatos blancos deportivos de marca reconocida y de mi jean azul comprado hace poco solo para verme mejor y sentirme a la moda. Luego, me quité mi suéter amarillo que llevaba y me dejé caer en la cama. Sentía mi cuerpo pesado y mi mente era una maraña de ideas que no terminaban de comprender todo lo que había visto... Amanda, a quién consideraba como alguien tan especial para mí, según mis vanas creencias, era la mujer perfecta, la chica ideal, pero me equivoqué...
Esa noche pensé mucho en ese instante mientras estaba acostado boca arriba mirando solo el abanico del techo dando vueltas. Quise levantarme y ver qué podía hacer, sin embargo tal era mi descontento que ni eso pude hacer y mientras sonaban los mensajes en mi teléfono celular yo sólo seguía mirando al techo fijamente.
A decir verdad, ya la cabeza me dolía de tanto pensar por lo que decidí levantarme y abrir la ventana para tomar un poco de aire fresco cuando de repente la vi a ella pasar cerca de mi casa. Yo, desde el segundo piso la veía y tal fue la rabia sentida por mí que, sin dudar, cerré la ventana echándome otra vez en mi cama a llorar.
- ¡Maldito amor! ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¡YO JAMÁS HE TRAICIONADO A NADIE! ¡NO LE HAGO MALES A NADIE! - Llorando amargamente - ¡POR QUÉ! ¡MALDITA SEA! ¡POR QUÉ!
Después de ver eso y seguir pensando toda la noche en verla pasar por mi casa sin organizar las ideas, el sueño me venció.