III.-- DOS ADVERSARIOS ANTIGUOS

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Cuando llegó Artagnan a la Bastilla, tocaban las ocho y media.


Se hizo anunciar al gobernador, el cual, apenas supo que iba en nombre del primer


ministro y con una orden suya, salió a recibirle al pie de la escalera.


Era entonces gobernador de la Bastilla el señor de Tremblay, hermano del popular


capuchino fray José, aquel terrible favorito de Richelieu, a quien llamaban la eminencia


gris.


Cuando el mariscal de Bassompierre se hallaba en la Bastilla, donde permaneció más


de doce años, y sus compañeros de prisión hacían cálculos más o menos acertados sobre


la época en que podrían lograr su libertad, él solía decir: «Yo saldré cuando salga el


señor de Tremblay»; queriendo manifestar con esto que a la muerte del cardenal, el


señor de Tremblay perdería su empleo, y él recobraría su puesto en la corte.


Su profecía estuvo a punto de cumplirse, pero de un modo muy distinto de lo que él


había pensado, pues habiendo muerto el cardenal, todo continuó en el mismo estado: el


señor de Tremblay prosiguió desempeñando su empleo, y Bassompierre corrió gran


peligro de seguir prisionero.


El señor de Tremblay continuaba, por tanto, siendo gobernador de la Bastilla cuando


Artagnan se presentó a cumplir la orden del ministro. Recibió a nuestro gascón


cortésmente, y como iba a sentarse a la mesa le invitó a comer con él.
--Con mucho gusto lo haría --dijo Artagnan--; pero si no me engaño, en el sobre de


ese pliego está escrita la palabra urgentísimo.


--Es cierto --respondió el señor de Tremblay--. ¡Hola mayor! Que baje el número


256.


En la Bastilla un hombre dejaba de ser hombre, y convertíase en número.


A Artagnan le hizo mal efecto el ruido de las llaves, y continuó a caballo, sin querer


apearse, mirando las rejas, las sombrías ventanas y los murallones que nunca había visto


sino desde el otro lado de los fosos, y que tanto temor le producían veinte años antes.


En aquel momento se oyó una campanada.


--Os dejo --le dijo el señor de Tremblay--, porque me llaman para vigilar la salida


del prisionero. Hasta la vista, M. Artagnan.


--¡Lléveme el diablo si deseo volver a verte! --exclamó Artagnan con una sonrisa--.


Sólo con estar cinco minutos en este patio se me figura que me he puesto malo. Vaya,


preferiría morir sobre un montón de paja, lo cual probablemente me acontecerá tarde o


temprano, a ser gobernador de la Bastilla con diez mil libras de sueldo.


Al terminar este monólogo presentóse el prisionero. Artagnan, al verle, no pudo menos


de hacer un movimiento de sorpresa, que pasó desapercibido, a causa de la presteza con


que lo reprimió; y el prisionero subió al carruaje sin dar ninguna señal de haber

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2015 ⏰

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