10 de Septiembre, miércoles.

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No soy sociable. En realidad nunca lo he sido y hay cosas que a cierta edad no cambian, así que supongo que seguiré siendo antisocial toda mi vida. Es algo deprimente que con tan solo diecisiete años diga esto pero es lo que soy y lo que seré así que es casi mejor asumirlo de una vez.

Por eso cuando ya ha llegado septiembre, me doy cuenta de que en todo el verano lo único que he hecho ha sido leer y quedar con mi novio, cosa que me cuesta creer.

Me cuesta creer que tenga novio, no que lea, por aclarar. Pero es así, después de todo, de todo los problemas que tuve el año pasado, a pesar de todo por lo que me he visto obligada a pasar, el está conmigo.

La cosa es que Hugo, ha estado en la ciudad en la que vivimos apenas dos semanas, pues el y su familia viajan mucho, tiene esa suerte. Este año ha estado por toda Inglaterra practicando su ya perfecto inglés ya que es medio americano, mientras que yo me he tenido que conformar con el paisaje tan conocido de mi pueblo y ese precioso olor que levantan los cerdos que tenemos en el cochinero. Y como todos los años, me ha tocado a mí darles de comer todos los días durante el mes que hemos estado allí. Se supone que las tareas que nos tocan a cada uno de los hermanos se sortean cada año. Y yo cada vez estoy más segura de que ese sorteo está amañado, es que si no es estadísticamente imposible que me toque hacer lo mismo cinco años seguidos.

Lo peor es que a mis dos hermanos, mayores he de añadir, les toca siempre lo más sencillo y lo menos sucio. Este año a Samuel que es tres años mayor que yo simplemente le tocaba ir a por el pan por las mañanas. Si es verdad que eso significa madrugar pero a el le da igual por que salía a correr así que casi le ayuda a levantarse. Y a Carlos que es un año mayor que yo le tocaba ir al huerto a poner el regadío por las tardes, cosa que tampoco le importaba por que así luego iba a darse un baño a las cascadas. Pero a la más pequeña le toca levantarse temprano para coger la basura sobrante de las comidas e ir a dárselas a los cerdos rezando por tener suerte para que no me mancharan o me tiraran al barro.

En resumen, que excepto por las dos semanas que se puede decir que no pisé mi casa por que estuve con Hugo, el resto de días me los pasé tumbada en la cama leyendo, moviéndome exclusivamente para ir al baño, hacer las tres comidas obligatorias y para salir a correr una hora a las diez de la noche que es cuando refrescaba y no hacía un calor para morirse. No quería salir por las mañanas por que eso significaba que tenía muchas posibilidades de cruzarme con mi super modelo hermano, y no quería deprimirme por ser la más rellenita de mis hermanos.

No se puede decir que esté gorda, según la salud tener cincuenta y cinco kilos con diecisiete años y una estatura de apenas metro sesenta, no está mal. Pero aún así hay que tener en cuenta que soy adolescente y encima mujer así que no me siento cómoda del todo y quiero sentirme bien conmigo misma. Aún así no me he privado en ningún momento del placer de la comida.

Por eso hoy, a las puertas de un nuevo curso y en las puertas de mi nuevo instituto donde acabaré bachillerato, me estoy bebiendo un café helado del Starbucks que a pesar de que era para tranquilizarme solo me ha puesto más nerviosa.

Karma ¿eso existe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora