Capítulo 4

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Estaba enojada con mi madre porque había accedido a la propuesta sin mi consentimiento, ¿cómo sabía ella que yo quería ir?

—¡Quita esa cara de amargada! —me dijo mi madre.

—Es que me obligas a hacer algo que no quiero.

—Es por tu bien, es tu obligación.

Bufé, odiaba esto. La semana pasó volando, Pablo al parecer estaba disfrutando que el fin de semana me encontraría de nuevo por Alicante, todo lo contrario a mí, que no me alegraba en absoluto tener que verlo de nuevo para hacer tarea.

Ya era viernes por la mañana y estábamos de camino a la parada del autobús para irme a Alicante. Le di mi maleta al chofer para que la cargue en la baulera y me despedí de mi madre, subí al asiento que me habían asignado.

Llegué a la ciudad y mi padre me estaba esperando, ya sabía cuáles eran los planes, y al parecer, también estaba de acuerdo, ¿acaso no pensaban en lo que yo pensaba? Fuimos directo a la casa, Natalia ya nos esperaba con el almuerzo listo. Esa tarde no me junté con el profesor, ya que él estaba trabajando, ¡un punto para mí!
La tarde pasó muy tranquila, llegó la noche, mi madrastra se fue a trabajar, así que cené junto a mis padres y hermanos, y luego nos fuimos cada uno a su cama.

A la mañana siguiente tenía que madrugar bastante para alistarme e irme a la casa de Pablo. Desayuné y luego me quité el pijama, me puse un jean, zapatillas normales de diario, y una remera blanca escotada, además de una chaqueta, porque hacía algo de frío. Tomé mi mochila con las cosas del colegio y salí.
Llegué a su casa y toqué el timbre, me sudaban las manos, estaba muy nerviosa.

—¡Voy! —gritó alguien desde adentro, era su voz.

Esperé unos pocos segundos y me abrió, parecía que terminaba de ducharse, su cabello aún goteaba.

—Hola —dije nerviosa.

—Hola, Nohe —miró mi escote, descarado—, pasa.

Entré a la casa, observé cada rincón, no por chusma, sino porque era preciosa, no me la imaginaba así. Habían muchas fotos colgadas en las paredes, y en una de ella estaba aquél niño...

—Deja tus cosas en el sofá, si quieres —dijo cerrando la puerta.

—Está bien.

Me quedé parada a un lado, no sabía qué hacer. Él podía notar mi nerviosismo y mi timidez a leguas.

—Ven, siéntate —señaló la mesa.

Me acerqué y tomé asiento en una de las seis sillas que había, me miraba.

—Estás tímida hoy.

—¿Pretendes que sonría todo el día?

—Es raro verte así, sin tener que pelearme.

Suspiró, me miraba, también lo hice. Se acomodó a mi lado, tenía un par de fotocopias, creía que eran para mí. Busqué mis cosas y las llevé a la mesa.

—¿Comenzamos?

—Vale —mientras sacaba cosas de mi mochila.

Acabé de sacar todo, me acomodé y lo miré. Pablo empezó a explicarme, estaba atenta a lo que él decía, o al menos lo intentaba. Estuvimos durante unas dos horas haciendo problemas matemáticos, ¡ya estaba cansada!, me aburría de tanta matemática, era demasiado por ese día. Sugirió tomar algo juntos, acepté, moría de hambre. Preparó unas tostadas untadas con jalea de frutilla, acompañándolas de un café.

—¿Te gustó?

—Sí, muchas gracias —sonreí—, después de todo no eres tan malo como pensaba.

Sexo con mi profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora