Capítulo 3

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Era domingo por la noche, estaba en el autobús regresando a Murcia. No podía dejar de pensar en Pablo, y en la tarde que pasamos en la cafetería. No parecía mal chico, además de que lo odiaba, por ser mi profesor, y de matemáticas.

Mi madre me estaba esperando en la parada, bajé, tomé mi bolso y fui con ella, la abracé.

—¿Cómo te ha ido? —sonrió ella.

—Muy bien, mamá... Muy bien —si ella se imaginaba porqué lo decía.

—Me alegra escuchar eso, cariño.

Nos fuimos a mi casa, ya era tarde y estaba cansada, solo quería ducharme y estar en mi cama, mi amada cama.

Desperté por el sonido insoportable de mi celular, la dichosa alarma. Lo apagué y me quedé recostada un rato más, aunque no por mucho.

—Nohe... Arriba... Llegarás tarde al colegio —en esas horas de la mañana no quería escuchar a nadie.

Me levanté, caminé hasta el baño arrastrando mis pies, entré y me quité el pijama. Entré a la ducha, el agua estaba muy calentita. Salí, me vestí con unos pitillos negros, una camisa blanca, donde podía dejar ver mi escote, no tenía tanto pecho, pero... Tenía con que hacer desear. Las converse en color blanco que siempre me acompañaban a todos lados. Cepillé mi cabello y lo dejé suelto para que se seque, pero me llevé mi broche en la mano.

—¿Qué quieres desayunar, cariño?

—No tengo hambre, mamá...

—Debes comer algo —dijo un poco seria.

—No quiero, mamá —dije firme.

Busqué mi mochila, y me marché para el colegio. Hacía un calor espantoso e inaguantable, dichoso era el verano. Me sentaba demasiado mal.

Llegué al colegio, me encaminé hasta mi salón de clases, entré y me senté en mi banco, no tenía ganas de hablar con nadie, era lunes, a todos les pasa, ¿no?

Teníamos matemáticas en la primera hora, Pablo entró, y yo seguía sin moverme de mi lugar.

—Buenos días, chicos —saludó el profesor.

—Buenos días, profesor —saludamos todos. Su mirada estaba puesta en mí.

La clase comenzó, teníamos que pasar cada uno a la pizarra a resolver unos ejercicios, odiaba hacer eso, y más porque no sabía nada. ¡Me ponía nerviosa!

—Camila, pasa —dio la orden el profesor.

Mi amiga pasó al frente, realizó el ejercicio, bien.

—Nohemí, te toca —me miró. Negué, no quería pasar—. Te toca, Nohemí —dijo con autoridad.

Rodé los ojos y me paré, tuve una inestabilidad, caminé hasta la pizarra, pero mi vista se estaba tornando negra, llegué al frente y... No sentía nada, me caí al suelo.

—¡Salgan todos del salón! —gritó Pablo, todos salieron de allí—, alguien llame a alguna enfermera.

Intentó hacerme reaccionar, pero fue en vano. La enfermera llegó junto a la directora.

—Llamaré a la madre para que la retire —dijo Manuela. Pablo asintió.

El profesor me tomó en brazos y me llevó fuera del salón, hasta la zona de enfermería. Me recostó en la camilla, seguía sin recuperar la conciencia. Luego de unos treinta minutos, mi madre llegó, y fue directo a la enfermería.

—Hola, ¿qué sucedió? —preguntó.

—Hola, se ha desmayado —respondió mi profesor, explicándole.

Un doctor vino a verme, hizo de las suyas y logró que yo reaccionara. Sentía náuseas, estaba pálida.

—¿Qué sucedió? —pregunté mirando a mi alrededor.

—Tuvo un desmayo... Dígame, ¿está comiendo bien? —preguntó el doctor. Era simpático, aunque no pareciera.

—Hoy no he desayunado, pero no creí que me iba a poner así.

—Bien... Debe comer, sino seguirá sufriendo este tipo de cosas, o quizás algunas peores —me miraba—. El desayuno es la principal comida del día, con la que activas las energías para el día, es la más importante.

—Vale...

Mi madre estaba asustada y preocupada, creía que estaba en algo así como la anorexia, ¡pero que loca esa mujer, con lo delicioso que es comer! Me dejaron un rato en reposo allí, hasta que me recuperaba completamente.

—Cariño, ¿estás bien? —me miraba mi madre, tomó mi mano y no se despegaba de mi lado.

—Sí, mamá... Tranquila —miré hacia el fondo de la habitación y allí estaba mi profesor—. Pablo... —susurré.

—Hola, Nohe —sonrió de lado.

Luego de unos minutos, regresé al salón con Pablo para buscar mis cosas, ya que me tenía que ir con mi madre. Entré y allí estaban mis compañeros en la hora de geografía. Saludé a la profesora.

—Buen día —le sonreí.

—¡Nohe! —gritaban—, ¿estás bien? ¿Qué te pasó? —era un mundo de gritos.

Le pedí a mi compañera de banco que luego me llevara las tareas a mi casa para ponerme al tanto. Terminé de juntar todo, me despedí y caminé hasta afuera, salí del salón y cerré la puerta detrás de mí. Pablo me estaba esperando allí. Me miraba fijamente.

—Tengo que hablar de algo contigo...

—¿Qué sucede? —lo miré mientras caminábamos a no sé dónde.

—Hablamos con la directora sobre algo, y queremos plantearlo junto a tu madre.

Bufé, ¡que insoportables! Llegamos a la dirección, entramos y tomé asiento.

—¿Cómo estás? —preguntó Manuela.

—Bien —vi a mi madre también allí dentro.

—Vale... Bien, Nohemí, he estado hablando con el profesor, Pablo, y con tu madre, sobre tu situación —hizo una pausa, nos miró—. Tu madre me comentó de qué vas seguido a Alicante, ¿verdad?

—Sí, mi padre está allí... ¿Pero qué tiene que ver? —no estaba entendiendo nada.

—A lo que va es que tú vayas a Alicante, y nos juntemos, de esa manera puedo ayudarte con las tareas y exámenes para poder aprobar la materia —explicó el profesor. Lo miré incrédula.

—¡Qué tontería! —bufé, rodé los ojos.

—¡Nohemí! —me regañó mi madre.

—Más respeto, señorita Vega —me regañó la directora también—, es una buena propuesta, a usted que le va tan mal en esa asignatura y no le pone nada de empeño.

Miré a Pablo, lo odiaba tanto en ese momento, ¿qué se creía? ¿Qué a mí me llovía el dinero para viajar constantemente? Me levanté enojada y me fui de allí.

—Nohe... Espera —dijo Pablo viniendo detrás de mí.

—¿Qué quiere, profesor buchón? —lo miré.

—¿Irás?

—Por mí, no —arqueé una ceja—. Pero de seguro a mi madre si le guste la idea, e iré obligada.

—Por favor, ve...—susurró.

¿Qué? ¿Me pidió por favor? ¿Qué diablos quería este señor conmigo?

Sexo con mi profesorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora