La princesa de las Rosas

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           Esa mañana el viento soplaba con fuerza, llevándose consigo los pétalos de las rosas que enterraban todos los cuerpos que anoche gritaban con ira y coraje. Suelos coloreados de rojos, una flora de armas que indican la tumba de cada soldado, mi armadura reluciente refleja el amanecer que asciende indiferente de las almas que regresan a su reino.

           El intrigante aroma floral que hoy impregna este campo, cada paso que doy, cada mirada de la pradera de metal, en lo alto de una pila de abono tomo la espada que había perdido al inicio; quién hubiera dicho que la sangre seca de pegaso del guardián se vería tan hermosa en mi espada, tan rosa como los pétalos que danzaban en honor a los caídos.

           Veo hacia el amanecer qué me hace sentir que no soy bienvenida. Es entonces cuando la dirección del viento cambia, las nubes se abren en dos bajando a mis pies para hacer reverencia a mi marcha, siendo engalanadas por las rosas y estacas.

           Llego a lo alto de la loma y logro ver lo que está al otro lado de la muralla que me aislaba...

           Después de la breve esperanza que sentí, al ver, esto no era más que el comienzo; ahora entiendo porque se me llamaba la princesa de las rosas. 

            Una infinita alfombra de rosas aun me separaba del mundo, si es que aún hay alguien afuera de los límites trazados con rocas y flores.

           Con desesperanza presencio la mañana más hermosa que jamás veré, el rocío que refleja al sol se vuelve escarcha en las rosas del campo, el viento me guía, las nubes me siguen y las rosas se despojan de sus vestimentas para crear la alfombra más fina que ninguna otra princesa podrá usar.

            Envaino mi espada y avanzo para por fin salir de este palacio que me aprisiona. Escucho el canto del fénix viniendo del este con el sol siguiéndolo, y al oeste me dirijo siguiendo la estela del ave de fuego, hacia la isla prometedora, la isla de los seres como yo, la isla que da rienda suelta a la fantasía. Los caballos, pegasos, pavos reales y zorros despiertan asomándose desde las profundidades de las madrigueras de los conejos, presenciando el momento en que me alejo de sus tierras...


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