El hada en la casa de muñecas

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Renació un martes, todavía dentro de la casa de muñecas, con la Barbie sentada a su lado. Agitó sus puntiagudas orejas y miró a su alrededor. Todo seguía tal y como lo había dejado, excepto por la gruesa capa de polvo que cubría los minúsculos muebles.

Bostezó y se estiró hasta que cada uno de los huesos de su cuerpo crujió. No sabía cuanto había dormido y lo último que recordaba antes de haberse echado a dormir era haber discutido con su dueña, aunque no recordaba los motivos. De todas formas, se disculparía si así lograba que siguieran siendo amigas.

Se levantó, impulsada por la urgente necesidad de hablar con ella. Corrió las cortinas esperando ver la habitación pintada de rosa de Raquel, con sus muñecas, sus peluches y su cama siempre en un perfecto desorden de sábanas y almohadones. Sin embargo, se encontró con una habitación oscura, vacía y polvorienta.

¿Dónde estaba Raquel?, se preguntó el hada. ¿Habría cambiado de habitación?

Salió por la ventana y caminó sobre la mesa, dejando las huellas de sus pies sobre el polvo. ¿Porqué la había dejado allí? ¿Se habría olvidado de ella?
Los peluches de la estantería la miraban, conocedores de lo que había sucedido. Pero guardaban silencio. El hada ni siquiera reparó en ellos.

Movió un poco las alas, aún pensando qué había podido pasar, y voló hasta la puerta. No pudo abrirla. Alguien había cambiado el pomo, y la había cerrado desde fuera. ¿Habría sido Raquel? ¿Porqué quería encerrarla? ¿Había hecho algo malo que no recordaba?

Inquieta, el hada voló hasta la ventana, pasó por debajo de las cortinas rosas y miró por los agujeros de la persiana. Fuera, en el jardín donde tantas y tantas veces había jugado con Raquel, solo quedaba una pequeña lápida con un nombre tallado sobre el mármol.

Los peluches seguían contemplándola en un respetuoso silencio mientras el peso de la realidad caía sobre el hada y la tristeza se reflejaba en sus bellas facciones.

Momentos después, el hada, con el rostro surcando por multitud de lágrimas, voló hasta la casa de muñecas y cerró la ventana. Se tumbó en la cama, esperando reencontrarse con su amiga y poderle preguntar qué había sucedido.

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