Capítulo III

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Si yo te mencionaba a la presidenta de la macro empresa musical Schreider visualizabas a una mujer con un vestido elegante de diseñador, sentada en un restaurante caro y bebiendo una copa de champaña. Luego la conocías y esa imagen perdía congruencia en tu cabeza. Al menos así me pasó a mí.

Al haber aceptado su invitación aquel viernes por la noche me había mentalizado que, adonde quiera que me estuviera llevando, no iba a encontrar langostas ni bandas de jazz sonando de fondo. En especial cuando durante el camino estuvimos escuchando Cyndi Lauper mientras Regina intentaba poner su voz lo suficientemente aguda para llegar a las notas de «Girls just want to have fun» y yo me partía de la risa porque era imposible no imaginármela luciendo una permanente y usando chaquetas con hombreras y colores fosforescentes. Qué fuerte, de verdad.

—¡Que ya, que ya! —exclamé, limpiándome las lágrimas—. Que me vas a matar, mujer.

Ella rodó los ojos y bajó el volumen del reproductor.

—Es que mi adolescencia debió haber pasado en los ochenta —me dijo—. Siento como si hubiese nacido en la época equivocada.

—Entonces ahora tendrías cuarenta años —repliqué, negando con la cabeza—. Créeme, nadie quiere atravesar por la menopausia antes de tiempo, así que no te quejes. Además, tenías a Kurt Cobain y él era muy chulo.

—Te digo, la mejor parte de que Kurt Cobain estuviera de moda en mis tiempos fue que a la legión de idiotas que decidieron meterse un revólver en la boca después de él no tuve que aguantarlos en la universidad. Sí, el 94 fue un año de puta madre; asistí como a quince tributos a Nirvana diferentes —bufó, esbozando una sonrisita, para luego añadir—: Por supuesto, tú ni habías nacido, así que no comprenderías el dolor de culo que significó.

—¡Hey! Tenía seis años —Fruncí el ceño—. O cinco y medio, qué sé yo. ¿Kurt Cobain se suicidó después del ocho de junio?

—Se suicidó en abril, chica alternativa fanática de Nirvana.

Regina se tomó unos segundos para desviar la vista del camino y sus ojos verdes me miraron con diversión. Si había algo además de su voz que yo amara, eran sus grandes ojos. Eran tan claros que podía distinguirlos con facilidad incluso bajo aquellas luces tenues que iluminaban la autopista.

—¿Al final me vas a contar qué era lo que te traía de tan mal humor? —preguntó luego de unos minutos de silencio—. Parecía que estuvieras a punto de convertirte en una versión glamorosa de Aileen Wuornos.

Ella siempre tenía alguna referencia musical o cinematográfica a la mano. Le podías preguntar sobre cualquier película o banda de antes de los noventa y te iba a contestar con la exactitud de Wikipedia. Les juro que a veces me sentía perdida, porque parecía que cargara con una mediateca en la cabeza.

—Es halagador que me compares con una prostituta asesina en serie.

—Charlize Theron con ese aire de decadencia psicópata era una delicia, Brooke. —comentó—. Pero, a ver, no evadas mi pregunta.

Suspiré al notar que no lo iba a dejar pasar. A mí no me importaba contarle porque, pese a lo poco ortodoxo que resultara discutir mis antiguas experiencias laborales con mi actual jefa, ella me inspiraba confianza; era una persona muy desinhibida que te hacía sentir cómodo contigo mismo. No sé, yo podía hablar y hablar con esa mujer de cualquier cosa sin cansarme. No había tenido nunca una mejor amiga a la que no sintiese que estaba molestando contándole mis problemas. No es que Regina fuese mi mejor amiga, claro está.

Igual me encontré admitiendo el hecho de que me había tirado a Josh, mi jefe anterior, por mi estúpida ilusión de encontrar el amor en los lugares menos esperados; además de que estaba harta de tener que compartir sala con María, la amargada y vieja recepcionista. Quería un cubículo para mí sola y no había dudado en hacer lo que fuese necesario para conseguirlo. Al principio me había parecido que hacer aquello era una buena idea, porque tampoco es que el tipo fuese desagradable y no pasaba de los cuarenta. Qué iba a saber yo que sufría de disfunción eréctil y tenía una inestable mental como esposa. Mi mala suerte era única.

Enamorada... ¡¿de mi jefa?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora