Capítulo IV

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«I kissed a girl and I liked it»,

«The taste of her cherry chap stick».

—A ver, Brooke —Lara cogió el mando a distancia del estéreo y procedió a apagarlo—. Es la quinta vez que repites esa canción, ¿hay algo de lo que te gustaría hablar conmigo?

De acuerdo, admito que aquello había sido un acto inconsciente. Llevaba desde el sábado en la tarde sin poder dejar de cantar a Katy Perry. Me sentía tan identificada, era como si hubiesen escrito aquello para mí... aunque el labial de Regina no era de cereza sino de vainilla. Suspiré y bajé la vista. Así de obvia era; así de afectada me había quedado después de ese episodio. Y necesitaba compartirlo con alguien porque si no me iba a volver loca.

—Hice una idiotez. —Como ya ese discurso estaba repetido en mi repertorio, añadí—: Una tremenda, tremenda idiotez. Peor que lo de Josh; peor incluso que el día que, por error, le coqueteé al padre de Alisson. Y esta vez no hubo ningún hombre involucrado.

Respiré profundo, dispuesta a confesar todo de un golpe.

—Espera —Lara, que me observaba con atención, me hizo un gesto con la mano. Luego, dirigiéndose al comedor, gritó—: Jesse, demonios, ¡saca las palomitas del microondas y ven para acá! Te vas a perder la revelación lésbica de nuestra invitada.

Rodé los ojos. Casi me sentía en la iglesia, esperando a que mis amigos me oyeran y me absolvieran de mi culpa; aunque ni podía recordar la última vez que había visitado una. «Padre, he pecado» me imaginé diciendo y se me vino a la mente que quizá mi confesión no sería muy bien recibida. A la religión no le gustaban las chicas que besaban a otras chicas; a Jesús no le gustaba yo. Pero, a ver... el que había dicho primero «cómanme y bébanme» había sido él, que por el camino se hubiese malinterpretado su mensaje no era mi culpa.

—¡Qué emoción, Brooke! —llegó exclamando mi amigo—. De verdad me alegra que estés ampliando tus horizontes enrollándote con una mujer.

—No fue con una mujer. Fue con la mujer. —Lo miré con cara de circunstancias.

Lo entendió en seguida, no hizo falta ni una sola palabra de mi parte. Jesse y yo llevábamos conociéndonos demasiado tiempo, casi creía que habíamos desarrollado una especie de telepatía entre nosotros.

—Joder —farfulló, tomando asiento en el sofá junto a su novia—. ¿Con tu jefa buenorra del restaurante tailandés? ¡Joder, joder, joder! Dime que tienes un video, por favor dime que se grabaron haciéndolo.

Lara le dio un golpecito por detrás de la cabeza tratando de parecer cabreada y él se limitó a soltar una risita. Yo lo miré con ganas de matarlo y me sentí enrojecer de la vergüenza. De verdad, necesitaba conseguirme nuevos amigos.

—Están sacando conclusiones muy apresuradas. Regina y yo no «lo hicimos». —Hice unas comas en el aire al decir las dos últimas palabras—. Llegamos a la segunda base, ¿de acuerdo?

Me dediqué a explicarles con detalles, con muchísimos detalles de hecho, lo que había ocurrido. Yo era una narradora excelente, los libros de Danielle Steel, Johanna Lindsey y Nora Roberts me habían dado clases magistrales; aunque ninguno me había enseñado a embellecer situaciones como la que pasé en el baño de aquella discoteca. Por más que intenté, al hablar de mí vomitando el alma y luego llorando como una desquiciada, me sentí patética.

Enamorada... ¡¿de mi jefa?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora