Capítulo III

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La semana siguiente tuve otra cita en el consultorio de Levi. Ese día fue él quien me abrió la puerta, llevaba una camisa negra de manga larga con cuello ovalado que dejaba ver su largo y delgado cuello. Caminé junto a él a su escritorio, así que me di cuenta de lo realmente bajito que era. Se sentó tras el escritorio y yo frente a él. Esta vez no se quitó los anteojos como la semana pasada. Me preguntó cómo estuvo mi semana diciéndome que le contara especialmente qué hice al llegar a casa. Le conté entonces cómo había paseado un rato antes de llegar y que luego había cenado un poco de cereal antes de irme a dormir con el televisor encendido porque me sentía sólo cuando no estaba Jean.

Bien, entonces ¿cómo fue el siguiente suceso importante?

Nuestro siguiente encuentro, no literal porque nos veíamos casi toda la semana en la biblioteca, fue cuando mis padres decidieron invitar a los padres de Jean a cenar en casa. Habíamos comenzado a tolerarnos lo suficiente como para no gritarnos en cuanto nos encontrábamos, pero aún sufríamos esos ataques de ira cuando veíamos que el otro hacía una mueca ante lo que decíamos, así que fue incómodo lograr mantenernos totalmente callados en nuestro lugar de la mesa: uno frente al otro. Nuestros padres se dignaron a presentarnos como si realmente fuéramos los únicos ahí que no teníamos idea de quien era la persona que teníamos en nuestras narices. Entonces surgió el "¿Saben que trabajamos en el mismo lugar?". Quedaron desconcertados unos segundos y luego comenzaron a reír con carcajadas demasiado ruidosas para ser agradables.

—Eren, deberían ir a pasear un rato con Jean. Seguro que se la pasaran mejor afuera— dijo mi padre, prácticamente corriéndonos.

No nos quedó de otra, así que nos pusimos los abrigos y salimos. Antes de cerrar la puerta pude ver claramente cómo abrían una botella de vino. Definitivamente sería mejor irnos. No quería escuchar las cosas que se pondrían a decir en una reunión de ese tipo. Jean parecía pensar lo mismo, pues no dudó en salir disparado hacia la calle con el abrigo aún abierto y sin la bufanda. Hacía mucho frío a pesar de que el otoño apenas iba por la mitad de su ciclo. Salí casi igual de rápido, sólo que yo me detuve afuera para cerrarme el abrigo. Luego corrí hacia él para alcanzarlo. "No me sigas, idiota", dijo. Fruncí las cejas y lo ignoré siguiendo con mi camino, que casualmente también era el suyo. Se quejó y me recomendó de mala manera que fuera por mi lado porque no había necesidad de estar juntos ya que no estábamos en la biblioteca.

Así que fingí que no lo escuchaba y cambié repentinamente de rumbo hacia la plaza, caminé hasta el centro de esta y me senté en la orilla de la fuente a mirar mis uñas, porque había olvidado el móvil en casa. Vi a Jean seguirme y pararse frente a mí. Me miraba como preguntándome qué demonios sucedía conmigo. Entonces le regresé la mirada con disgusto. "No me sigas, idiota" le dije volteando hacia otro lado indignado. Y después surgió el siguiente suceso, al que me gusta llamar: una pelea absurda.

¿Absurda?

Sí, absurda. Sucedieron dos sucesos en un mismo día. El día número 198 tuvimos esa cena incómoda y una pelea absurda. Y no sólo fue que comenzáramos a reclamarnos el uno al otro el por qué no dejábamos de seguirnos continuamente. Usamos montones de argumentos sin sentido y el doble de insultos hasta que me tiré contra él para poder golpearlo sin darme cuenta de lo resbaloso que estaba el piso por el agua de la fuente. Resbalé inevitablemente y jalé a Jean conmigo intentando agarrarme de algo sólido para no caer. Entonces aprendí algo importante para mi vida: Jean no es algo sólido de lo que puedas sostenerte. Ambos caímos dentro de la fuente, tirando agua afuera y espantando a un puñado de palomas que andaban por ahí.

El agua estaba helada, sentía cómo me congelaba los huesos mientras tiritaba con fuerza. Jean sacó la cabeza del agua dando una gran bocanada de aire y luego tosiendo. Quise gritarle que todo era su culpa, pero tenía demasiado frío como para si quiera estar enojado. Me levanté cuidando el no volver a resbalarme una vez más, salí de la fuerte dejando agua caer de mi ropa como si de una cascada se tratara. El frío me sacudió violentamente, la noche ya era un hecho, el viento pasó sobre mí burlándose de mi tiritar. Entonces vi a Jean salir de la fuerte y quitarse el abrigo, la bufanda y la camisa doble que llevaba. Fruncí el ceño. Luego le dije que estaba loco con el temblor marcado en mis palabras. Jean me miró molesto. Te hará daño quedarte con la ropa mojada. Lo ignoré, mandándolo a donde quisiera irse. No me iba a quitar la ropa con el frío que hacía.

Él y yo | [JeanEren]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora