Capítulo I

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El día siguiente fuí al bosque a caminar con mi arco. Todo estaba bien, aunque había olvidado que el domingo vendrían visitas y habían sacado mis blancos. Entonces me cruzé el arco y seguí caminando.

De repente escuché un sonido, un humano o un animal saliendo de los arbustos. Tensé el arco. No podía ser peor. Corrí a esconderme para que no me viera, pero ya era tarde.

-¿Huyes de mí, Mérida? -era William, mi mejor amigo. Me costaba creer cómo mi mejor amigo era un idiota como tal -¿Acaso no es una linda mañana para ir de cacería?
-Hola, William, ¿Qué os trae por aquí?
-Bueno, venir a verte, supongo.
-¿O tenéis otras razones?
-En realidad sí: mi padre, Lawrence, me ha enviado esta carta para tu padre.
-¿Y entonces que hacéis aquí? Ve a entregársela.

William salió corriendo. No sé como me hacía caso. Lo divertido de él era echar carreras, subir árboles, cabalgar, pero no hablar mucho, no teníamos tema, además sospechaba que a él le gustaba mi hermana.

Mientras William iba a dejar la carta salí corriendo para no toparme con él otra vez. Corrí hasta que me tropecé. ¿Habrá sido cansancio? No lo sabía pero no paraba de rodar, hasta que choqué con un árbol. Mis piernas estaban bien, mi cara tenia un rasguño pequeño en el pómulo izquierdo, el contrario de mi pequeño lunar, mi brazo derecho tenia varios rasguños nada complicados y el otro brazo estaba impecable. Por lo menos no volvería a ver a William en ese día.

Traté de pararme, y pude, mis piernas ni siquiera temblaron al pararme. Me estabilicé y me subí al árbol más cercano para ver desde arriba mi ubicación. Nunca había llegado tan abajo, mi padre no me dejaba bajar, decía que mientras más abajo las cosas eran más malas, por eso mi casa estaba en una colina. Siempre supuse que era una vieja superstición que mis abuelos habían transmitido, pero era mejor obedecer a mi padre.

Mi padre era el jefe de los mercenarios, los mejores mercenarios. Nunca habían perdido una guerra y no la perderían. El entrenamiento que mi padre dirigía como Maestro era duro y se les entrenaba de pequeños. Tal vez por eso William era tan bobo: su madre había suplicado para que no fuera a entrenamiento cuando pequeño. Los entrenamientos eran obligatorios después de clase para los mayores de nueve años, pero la mamá de William no quería que su lindo hijito fuera a guerra. Mi padre miraba con desprecio a William y a su madre no la podía ver, pero aún así William recibía un entrenamiento leve una vez a la semana para defender a su madre en caso de algún ataque. Nunca lo había visto luchar, pero con el arco era muy bueno, claro que no me superaba.

Me hubiese gustado recibir un entrenamiento obligatorio... siempre que podía observaba como los maestros enseñaban a los jóvenes. Yo tengo dieciséis años, entonces a estas alturas sería... Profesional, como mi padre. Aprendía rápido y no era lenta, era ágil y obediente. No era tan fuerte pero podía esforzarme por serlo y lo lograría, pero yo era el único orgullo familiar de mi padre. Mi hermana no hacía nada, sólo leía historias de amor y salía con chicos y amigas y le coqueteaba a los jóvenes guerreros cuando terminaba su entrenamiento.

En cuanto a mi otra hermana... La secuestraron cuando yo tenía diez años, ella tenía quince. Mi hermana era sabia a pesar de su corta edad. Ella me enseñó a leer, me enseñó el orden, la empatía y la humildad, me enseñó a obedecer a mi padre y a mi madre. No sabría decir si mi hermana estaba viva o muerta, pues no la veo hace seis años.

Mi padre nunca la buscó, quiso, pero no lo hizo. Si habían secuestrado a mi hermana sin duda era por asuntos políticos, y habían dos opciones: mi hermana o una nación; y si la opción era "mi hermana" tal vez mi padre no estaría en este mundo.

Mi hermana quedó con cargo de consciencia por no haber podido hacer nada, cuando secuestraron a mi hermana ella dijo: "¡La buscaré o vengaré su muerte!", pero mi padre no la dejó. Mi madre también sufrió mucho con esto. Mi madre era una mujer inteligente y encantadora, pero cuando esto sucedió su vida tornó para mal, tenía tan pocas fuerzas que tuvo que abandonarnos, se fué a un convento de monjas y allí terminaría sus días.

***

Seguí caminando cerro abajo. Debía apurarme si quería salir en la noche, haciendo méritos. Tenía que hacer una buena cena con panqueques de mermelada, los favoritos de padre.

Más abajo había algo que nunca había visto, algo así como un refugio. Era tétrico, grande, tal vez allí entrenaban los mercenarios. No. Nunca los había visto bajar. Me acerqué, era más grande desde la puerta, era como una fortaleza. ¿Debía llamar a la puerta?, ése lugar estaba deshabitado, olía a polvo. Era mejor trepar, era de piedra y no estaban totalmente pegadas las unas a las otras, pero no habían ventanas para apoyarme. Si me caía me paraba así que... Apoyé mis manos por sobre de mi cabeza a la vez que apoyé el primer pié, mano, pié, mano, pié, mano, pié y llegué a un tejado, no al de más arriba, era como el de una bodega. Armas, pensé. En este techo si había una ventana. Bajé y al subir traje conmigo a una piedra. Lancé la piedra hacia la ventana para romperla. Nada. La lancé otra vez. Nada. Ahora le pegué a la ventana con la roca, cada vez más fuerte, se hizo la primera grieta, la golpeé, otra vez, otra grieta más, un pequeño hoyo, más a los lados, y como remate lancé la piedra. Perfecto.

Entré por la ventana destruida, con cuidado de donde aterrizaba. Había una mesa y un escritorio lleno de papeles y símbolos raros. Un mapa llenaba la superficie de la mesa. Símbolos extraños parecían marcar las coordenadas, que según los mapas de mi padre, una gota estaba sobre el bosque oscuro de Høsencroft y un símbolo como una flama estaba sobre la Montaña Solitaria de Sania. En una pared había un mapa de toda Väsania, esta vez la gota y la flama estaban en Hasëncroft, había una llama en Viria y otra gota en Dârna. Arranqué una hoja en blanco de una agenda que yacía sobre una mesa y dibuje los dos símbolos.

Salí de la habitación. Ésta era más grande, usaba casi todo el castillo. Al frente había un altar con la flama en grande y del otro lado estaba la puerta principal. Ya debía salir, iba a atardecer y necesitaba hacer los méritos para salir de noche.

Volví a la habitación, me subí a la mesa para saltar hacia la ventana. Cuando llegué al tejado descendí trepando. Volví corriendo a la colina de mi casa.

-Mérida, ¿dónde estabais? -mi padre dijo desde su oficina, al entrar estaba viendo mapas como los del castillo.
-Fuí al bosque, padre.
-Tus manos, están sucias -dijo serio, tenía una obsesión por mirar las manos.
-Me he caído -Pausa- y... ¿William te trajo la carta?
-¡Ése mocoso! -Gruñó golpeando la mesa. Se tranquilizó- Sí, ¿por qué?
-Curiosidad.
-Te tengo una buena noticia -dijo con ansias- Mira mi espada nueva -mi padre desvainó la espada nueva, era hermosa- ¿Que tal?
-Está de lo mejor.
-Toma -me entregó la espada ¿A qué quería llegar?.
-Es liviana, debe ser más fácil luchar con ella.
-Exacto... Pero la buena noticia es que os daré mi espada antigua -mi padre me hizo una seña de silencio, quería gritar- Cuidad de ella, es muy buena.
-Gracias, padre, o debería deciros Maestro.
-No os precipitéis Mérida, tal vez.
-Una cosa más, ¿puedo ir a la plaza en la noche?
-¿Y para qué?
-Quiero ver las estrellas.
-Está bien.
-Gracias, padre.

No hubo necesitad de hacer méritos para salir. No puedo creer que mi padre se la haya creído, "Quiero ver las estrellas", que idiota, pensé, pero, ¡Me dió su espada! Tenía que ponerle nombre, ¡Clarisse!, perfecto. Clarisse ahora iba a ser la amiga que use como excusa para no estar con William.

Llegué a la plaza e inmediatamente me dirigí al callejón donde iban a beber y trepé el muro. Me quedé allí arriba esperando a que viniera mi sospechoso. Escuché los respiros de alguien y me paré junto a la pared de al lado esperando que no me viera.

Cuando llegó a la cima, miró para ver que no lo seguían, pero esta vez, habían llegado antes que él.

-Hola -dije rápido al separarme de la muralla- ¿quien sois y que venís a hacer aquí?
-No os incumbe -dijo y saltó hacia el otro lado, lo imité, viendo los riesgos, pues era muy alto.
-¿Y qué si no me incumbe? Te he hecho una pregunta -dije firme.
-¿Y si no quiero escucharos? Realmente no os incumbe.

Merida: Historia de una guerrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora