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Volví a mi casa por los lugares más rápidos. Ésta vez rodearía el muro y saldría corriendo por toda la plaza. En cuanto dí la vuelta a la manzana, la plaza estaba llena de gente. Me iría por los callejones secundarios, aunque fuese peligroso. Me subí a un tejado y me fuí caminando arriba de él. Nadie me molestaba allí arriba -a menos que fuera una casa muy importante y hubieran arqueros- así que seguí corriendo por los tejados. Cuando llegaba al límite, saltaba. En las calles más anchas, me bajaba, cruzaba la calle y volvía a subir.

Llegando a casa, traté de ser sigilosa, pues allí cerca vivían los cuidadores y no les tenía demasiada confianza. Llamé a la puerta sin temor porque mi padre sabría que estaría afuera "mirando estrellas". En cuando mi padre me abrió la puerta me dijo:

-Mérida, ¿Cómo te fué... mirando estrellas?
-Muy bien padre. Estaban cómo en el libro que leí hace unos días.
-Tu espada, -su tono había cambiado totalmente, pasó de amable a atemorizante en menos de un minuto- entregadla.

¿A caso era el día de entregar las espadas? Ya era la cuarta vez que tenía que entregarla en esa noche. Le entregué la espada humildemente a mi padre de la misma forma de como se la entregué a Áleksei y a Drâge y a Luna. ¿Con quién luchaste? creí que me preguntaría, pero solo la miró y me la devolvió.

-Toma asiento, tu hermana ha preparado de esos pasteles que tanto me gustan -dijo, otra vez su tono era gentil.
-Mérida, hueles a plasta -dijo mi hermana entre risas- ¿Qué estuviste haciendo?
-Consideraré tu comentario querida hermana.
-¡Andrea! retirad esas palabras de vuestra boca, -dijo mi padre con un tono desafiante, como cuando le grita a sus mercenarios- Fué a ver las estrellas a la ciudad.
-¿Las estrellas? Pero que chiste -dijo entre risas- A ésta nunca le han interesado este tipo de movidas.
-Andrea basta, -dije molesta. Andrea no sabía mis planes ocultos pero hacía que mi padre dudara- para que sepas, estuve leyendo sobre eso.
-Mérida, ignorala y come ¿Quieres?, Andrea cállate por favor. Si vas a decir idioteses mejor no hables.

Comimos sin pelear, ni hablar, pero si las miradas golpearan, Andrea y yo estaríamos en una lucha a puño cerrado y nada más. Cuando estábamos a punto de terminar mi padre nos miró serio, pero había controlado sus impulsos, simplemente nos dijo:

-Si vais a empezar a preguntaros si pueden pararse e irse a sus piezas, bien, pero no quiero que peleen como niñas de cuatro años. Ya están lo suficientemente grandes para pelear por esas estupideces. Si Mérida huele a plasta no es vuestro problema, además no huele a plasta, si habláramos de olores yo sería el peor. Quiero que piensen lo que les dije.
-Si padre -dijimos a coro Andrea y yo.
-Si esto vuelve a ocurrir en mi presciencia las voy a castigar. A Andrea la haré vivir en un árbol y a Mérida le quitaré el arco, la espada y el caballo. ¿Escucharon?
-Si padre -repetimos.
-A sus piezas, buenas noches.
-Adiós padre -esta vez fuí sólo yo la que habló.

Subí las escaleras para dirijirme a mi habitación que daba vecina con la de Andrea. Se escuchaban sollozos del otro lado de la pared. Andrea no paraba de llorar. Mi padre había sido duro con nosotras, pero esa es su labor de padre. Me paré de la cama y salí de mi habitación. Toqué la puerta del cuarto de Andrea, no habría, solo lloraba, así que insistí.

-¡Mérida dejadme en paz, por favor! -apenas podía hablar, debío tener la cara inundada de lágrimas- ¡sal de mi puerta!
-Sólo quiero ayudarte. Ábreme y hablamos, ¿sí?

Te escucharon pasos y la perilla de la puerta de abrió. Cuando entré estaba Andrea llorando en la cama. Qué patética, pensé, ¿llorar por una bobada cómo esa? ¿por un simple reto?, es verdad, a Andrea no le correspondía decir ése tipo de palabras, nunca se había escuchado la palabra "plasta" en casa. Tal vez los mozos de cuadra las decían al limpiar los corrales. ¡Pero que plasta!, pensé que dirían, ¡La plasta de éste está feroz!.

Que idiota, pensar esas estupideces mientras mi hermana lloraba en la cama. Su cara estaba pálida, muy pálida. Su almohada debió estar mojada. Estaba tirada en la cama, pero no como padre cuando vuelve de una guerra, no como yo al volver de una caza, estaba tirada como si estuviera sobre el ataúd de alguien, de alguien querido. Alguien cómo Ana.

-Andrea, no te pases -dije tranquilizandola- fue un simple reto, nada más.
-No es eso. Te preguntarás por que soy tan distinta a tí y a padre, por que soy tan... Hueca. Un día con Ana, ella y yo nos peleamos, igual que nosotras ahora. Padre nos dió el mismo discurso, el problema, es que el día siguiente de esa pelea, Ana se había ido a la casa de vuestra abuela, y en ese tramo se la raptaron.
-Por eso es que estás así, venga -abrí los brazos para abrazarla. Puso su cabeza en mi hombro y lloró. Y lloró.
-Gracias, ya me siento mejor ,-se libró de mis brazos y con la cabeza me hizo una seña para que me fuera- está bien, tengo cosas que hacer.

Caminé desde su cama a la puerta. El trayecto era corto, ¿un o dos metros? Pero esta vez me resultó largo. Sentí el ruido de mis pasos en la madera del suelo. Estuché mis respiraciones, una por una. Finalmente escuché a mi hermana abrir su mesa de noche para sacar su diario y escribir, como todas las tardes. Abrí la puerta y la cerré de vuelta tratando de no mirar atrás, pero miré, vi a mi hermana escribir y agradecer con la cabeza humildemente.

Caminé hacia la puerta de mi habitación. El corredor estaba intacto, tan intacto que olía a viejo, a alfombra con polvo. Las ventanas estaban cerradas con las cortinas abiertas, menos una, que estaba abierta con las cortinas cerradas. Cerré todas las cortinas, pero la ventana que estaba abierta estaba atascada y no se podía cerrar. Traté de cerrarla, pero no pude en el segundo intento, ni en el tercero. Tomé la empuñadura de la espada -pero sin desvainarla- e hice fuerza contra la visagra. Uno, dos, tres. Pude cerrarla esta vez.

Seguí caminando por el corredor y habrí la puerta de la habitación. La ventana estaba abirta y las cortinas estaban por fuera del marco de ésta. Que extraño, pensé, siempre la dejaba cerrada. Me dirijí a cerrarla. Tenía las dos puertas en las manos para cerrarlas cuando un buho o lechuza (no alcancé a ver la especie porque la reacción del ave fué muy rápida) entró por el marco y dio una vuelta rápidamente por la habitación y luego salió por donde mismo venía.

Me acosté en la cama pensando en Áleksei, en Luna, en Andrea, y en Ana. Pensé en Drâge y en lo que me había dicho. Había sido un día largo para mí, pero mañana tendría que volver, aunque no supiera como. A la buena o a la mala, a menos que suceda algo mejor, mucho mejor.

Merida: Historia de una guerrera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora