XXXIII

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Continué observando el muro con frustración ¿Desde cuando necesitaba a alguien de tal manera? Nunca había necesitado a nadie mas que a mi misma y ahora estaba aquí, sola rogando en silencio porque apareciera él y me acunara entre sus brazos.

¿Podía estar enamorada? Dios, no. Eso solo complicaría las cosas y en tal caso, lo mejor seria alejarme de él. Limpie mi rostro con la manga de mi blusa y me levanté alejando los pensamientos por ahora.

Caminé hasta la salida y llegué a la parada de autobuses. Las personas allí me dieron una mirada de reproche que no comprendí hasta que me vi reflejada en las puertas del bus. Estaba hecha un desastre. Mi rimel se encontraba corrido bajo mi parpado como una fea mancha negra, traía el cabello desordenado y las ropas rasgadas. Mis ojos cafés lucían agotados. Tendría que volver a casa por un cambio de ropa y probablemente para empacar.

El cansancio se apodero de mi ante la idea, suspiré resignada cuando las puertas del bus se abrieron y me subí. Me fui a sentar junto a una anciana de rostro dulce que me sonrió cuando me vio.

—¿Estás bien? —preguntó en cuanto me senté su lado.

—Lo estoy —refunfuñé evitando su mirada.

Odiaba la compasión, fuera por lo que fuera. Capté su reflejo en la ventana, vi como alejó la mirada herida y una punzada de culpa atravesó mi pecho.

Mala Helena, eres mala.

Cerré los ojos evitando a la anciana y esperé llegar pronto a casa.

(...)

Lo primero que noté al llegar fue mi puerta derribada, inmóvil en el suelo con una marca de zapato justo en el centro.

¿Qué demonios?

Entre y vi a Alex sentado en mi sofá con el rostro oculto entre sus manos. Mi corazón dio un vuelo y me confundí entre la emoción y el enojo. Elegí lo segundo.

—¿Alex? ¡¿Qué rayos le hiciste a mi puerta?! —alzó su mirada ante el sonido de mi voz y pude ver el alivio inundando su rostro, se levantó y caminó hasta mí.

—Era necesario, corriste lejos de mí ¿Qué sucede? —preguntó cuestionándome con sus ojos tristes.

—Mi madre morirá, debo visitarla —solté sin apartar la vista de sus ojos, sus labios se tensaron y cerró los ojos.

—Lo siento Helena —susurró tomándome entre sus brazos.

—¿Por qué? —reí sin gracia apartándome de él—. No es tu culpa.

 —Sabes a lo que me refiero.

—Como sea Alex, estoy cansada —dije dándome la vuelta hacia mi habitación, me tomó del brazo y me detuvo.

—¿Ya te vas?

—Pues... si. Iré a empacar.

—Iré contigo.

—¿Planeas seguirme a donde vaya?

—Iré a visitar a tu madre, contigo.

—¿Qué? No hablaras en serio Alex, no lo harás.

—¿Por qué? ¿Que hay de malo?

—No te quiero allí.

Retrocedió como si le hubiese abofeteado y me miró herido.

—¿No me quieres?

—No he dicho eso.

—Pero es la única explicación que le veo a que no quieras que este contigo.

Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora