Prólogo

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Siento mi cabeza pesada, y después nuevamente ligera. Con un perezoso movimiento, llevo mi brazo hasta la parte inferior de la ventana y lo dejo caer, con la esperanza de que sostenga mi cabeza ya apoyada en algo. Fijo el retrovisor hacía mí, aun sabiendo que mi mirada da correctamente hacía el camino que dejo atrás y, de esta manera me cuestiono el como he tomado la extraña manía de asegurarme de que no hay nadie siguiéndome. Conduzco en un hermoso amanecer. Bajo otras circunstancias tomaría el tiempo de observar y analizar cada nube en movimiento y palpitar de luz, pero la presión de llegar a un lugar me hace solo pensar en ese lugar, y en que haré, y en como lo haré, y si viviré. Son contundentes los pensamientos en forma de interrogación que atraviesan mi ruidosa mente. Me digo a mi mismo que debo parar de preocuparme por lo que pasará, pero me doy cuenta de que no puedo. Es ese instinto que poseo de incoherente razonamiento frente a los caminos que tengo por delante.

El aire resuena con impía piedad hacía mí. Siento mi cabeza nuevamente pesada, tambaleándose de mano en mano, esperando encontrar un balance, pero de igual manera cayendo al vacío. Es ahí cuando llegan a invadirme los pensamientos, ahogándome: Mi esposa en el día de nuestro matrimonio con su largo vestido blanco, adornado de flores plateadas colocadas allí, en un lugar exacto, dándole un toque de feminidad, pero a la vez reclamando su territorio. La expresión de mi esposa es de inmensa felicidad, con los hoyuelos en sus mejillas, mostrando ampliamente el blanqueamiento de sus dientes y claro, su mirada. Esa mirada que desde el primer día me dejo sin habla, respiración o movimiento. En este momento no podría sentir más amor por ella, y su mirada, y lo que su mirada me transmitía, y me arrepiento de haberle mentido, diciéndole a su inocente mirada que solo era un viaje de negocios, y aunque indudablemente lo es, es un negocio del que su mirada se ausentaría de la mía.

Y justo cuando el recuerdo de su mirada me lleva paz, llega otro pensamiento, haciéndome perder el equilibrio y reacción de lo que mover mis manos hacía la izquierda podría causar. Y es que ese pensamiento venía con el movimiento con el cuál podría haber muerto cayendo por la carretera hacía el vacío de su mirada al saber que me iría por una semana. Y eso era todo. Recupero mi sentido de tacto y muevo al auto nuevamente hacía la carretera, siguiendo lo que parece una infinita línea blanca marcada en el pavimento. Ignoro aquellos pensamientos que desean gobernar mis instintos de supervivencia, dándome una pregunta para mí mismo. ¿Hacia dónde voy? Sé a dónde voy, creo, pero ¿por qué? No tengo razones para ir a ningún lugar. Podría parar en cualquier momento, estirar mis piernas y sentarme en la arena, o caminar en ella cambiándola de lugar a cada paso, o buscar una serpiente, probar de su veneno y que ella pruebe del mío. Sería una batalla claramente letal. Otra pregunta, ¿qué mordida sería más letal? ¿La de un simple humano que por estupidez e ignorancia desafía un animal catalogado como el mal, o ella, que con automática reacción desea pretender aceptar el desafío solo por instinto de defensa a pesar de que muy dentro en su oscuro corazón, ella sabe que el desafió le da una oportunidad de mostrar su fuerza y letalidad? Última pregunta, ¿si la serpiente tiene el corazón oscuro por aceptar el desafío y querer matarme, no tengo yo el corazón aún más oscuro al ya saber lo que me espera, retarla a un duelo en el que sé que dando un paso atrás puedo renunciar, y dando una vuelta hacía la izquierda puedo cortarla en dos con la pala que he tenido en lo profundo del maletero esperando el momento de demostrar mi habilidad asesina con ella? Es que ella estaría en constante desventaja. Sabiendo que no recibiría nada a cambio, igual la reto. Aun así, supongo es la satisfacción de que la serpiente no está en total desventaja y de que desafiar a la muerte y salir victorioso de ella da poder y orgullo.

No funciona. Ni siquiera una cuestión moral saca de mi cabeza tres sencillos recuerdos que no puedo localizar en el gran enredo mental que tengo. Siento que debo llegar a estos tres recuerdos para darle sentido a mí no pasajero vacío. Estos tres recuerdos: una amenaza, una promesa y una canción no cantada. Estos aspectos de mi vida se me hacen lejanos aun sabiendo que están a mi única capacidad, pues están en mi cabeza.

Hotel CaliforniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora