Capítulo Dos: Fiesta Anual Primaveral

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Estoy corriendo a toda velocidad por los pasillos de mi prisión. No podría decir si mi velocidad basta para alejar de mí aquellas palabras. El pensar que no hay una salida de aquí hace que me cuestione todo. Vuelvo al principio de todo, en el cuál conducía tranquilamente por las ondas de viento del desierto, cuando de un momento a otro todo se oscureció, todo mi ser se fue. No hay como darle sentido a una cuestión de trastorno.

Mis apresuradados pasos alertan a algunos huéspedes que se asoman por la puerta. El hecho de que haya tantas personas en este lugar me deja perplejo. Y es cuando me doy cuenta la verdadera razón por la cual hay tantas personas aquí, y no es porque sean amigos de la casa y van y vuelven. Es porque simplemente e indiscutiblemente no pueden volver. Paro en una curva que voltea por un pasillo oscuro para retomar aire. Al principio no se la razón por la cual corro, pero después veo que el pasillo por el que volteo es el pasillo en el que Tiffany me dijo que la fiesta se haría, hace un año, una noche, una vida. No creo volver a diferenciar esas palabras nunca más. Todo eso será una eternidad, no hay nada que pueda hacer. Acepto algo que no puedo evitar ni aunque lo intente. Y no lo he intentado.

Mis piernas bajan su velocidad, pero mi corazón adquiere más de esa velocidad que mis piernas pierde. El pasillo es levemente iluminado por la ranura que quedo abierta de la puerta que da hacía la fiesta primaveral. Sé que debo entrar y aclarar todo eso, pero ahora, que sé mis opciones, no estoy tan seguro de querer saber la verdad, y menos enfrentarme a ella. En pocas palabras, no quiero enfrentarme a la braveza pacífica de ella. El latido de mi corazón hace ritmo con la música que se hace más fuerte. Es un género alternativo rock. A unos pasos de la puerta, me replanteó todo. Siento una clase de miedo que me golpea por la espalda. Todo mi mundo se viene abajo, y a pesar de que ya no quedan sino los escombros, esperaba poder reconstruirlo, pero solo quedan cenizas que el viento de este hotel se lleva sin piedad. La depresión llega de nuevo, pero esta vez no me hace sentir no amado, me hace sentir lo que realmente he sentido desde que entre aquí: pánico. A ciencia cierta, sé que estoy atrapado en el Hotel California, pero aparte de ello, ¿qué es el Hotel California? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo saldré, si es que en algún momento llego a hacerlo? Lo más peculiar es la manera que reacciono a estos pensamientos: con una neutralidad y paciencia que nunca antes había tenido. ¿Cómo sé eso? Simplemente lo pensé y cuando pienso cosas sobre mí es cuando tengo la única oportunidad de conocerme.

No sé qué es lo que realmente me asusta de este hotel, porqué no es el hecho de estar atrapado, ni privado de mi vida, ni mucho menos del mundo exterior. ¿Cuál es el verdadero miedo que tengo de este hotel?

Las continuas preguntas dejan de ser preguntadas de un momento a otro, como si sus respuestas perdieran importancia. Simplemente me dejo llevar de la música y del ambiente de la sala a la que estoy avanzando con pasos seguros.

En un punto medio de mí mismo abriendo la puerta, pareciera que todo se congelara y me dejará tendido en esa puerta. Me azota un recuerdo. O varios. La cantidad de recuerdos parecen innecesarios.

Estoy caminando a paso ligero por un vecindario con una extensa línea de casas y árboles con carros parqueados a sus afueras. Las hojas anuncian el anticipado otoño, pues aún hay árboles terminando de florecer. Lo que eran apresurados pasos, se convierte en una carrera contra algo que no sé. Puede que sea perseguido, puede que huya de algo que haya visto, puede que solo quiera correr. Puede que este solo sea un insignificante recuerdo de mi vida. Sigo corriendo y corriendo sin cesar. Cuando ya estoy convencido de que es un recuerdo que no me llevará a ninguna parte, veo que llego a una gran casa de color blanco. Es prácticamente igual a las otras casas del vecindario, solo que esta la reconozco. Mi casa.

La puerta es de mármol, con un vidrio llovizna en la mitad de esta. Me acerco y toco. Una figura femenina aparece en el vidrio. Sin preguntar quién toca, abre la puerta. Su expresión es de preocupación, y al verme, esta preocupación desvanece haciendo que ella sonría. Nos abrasamos mutuamente con fuerza.

Hotel CaliforniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora