[28-05-2015] 6

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 Al volver a casa el hombre al que vimos antes estaba esperando en la puerta, a su lado estaba una mujer de pelo rubio que llevaba algo en la mano. No se veía que era porque estaba tapado. El hombre preguntó si yo era Glenn O'Hara, afirmé con un ajá.

—Seguro que no me conoces, soy el inspector Wolfang Schneider de homicidios. Veo que conoces a Getxa, además nosotros —dijo señalando a la silenciosa mujer— vivíamos en el edificio 26 del Irish Park.

—Entendido señor...

—Wolfang pero puedes llamarme Wolf.

Tom sacó las llaves y abrió la puerta.

—Pasad —les indicó.

Menudo apellido tenía el tío, y de nombre «lobo». Me fijé más de cerca en la mujer, era bastante alta, tenía demasiado pecho, el pelo rubio y los ojos azules. Tenía la típica belleza austriaca, él con su altura, su nombre y su prominente barbilla tendría que ser alemán si o si.

La mujer dejó lo que había sobre la encimera.

—Huele a gloria —comentó Tom abriendo sus aletas nasales.

Con el comentario de Tom me imaginé que era algún tipo de dulce. Y me di cuenta de que el hombre para ser alemán tenía el pelo más negro que había visto en mi vida, seguramente fuera descendiente de judíos. Él era de un pueblo de Colonia llamado y ella de Viena, mi radar funcionaba perfecto.

—Ah Colonia, allí fuimos de vacaciones un verano. Nos lo pasamos muy bien pero hacía bastante frío, todo hay que decirlo.

Colonia es una región del noroeste, la ciudad era preciosa —sobre todo su catedral— pero la comida no era buena, sólo el pastel de manzana o Apfelkuchen estaba bueno, tanto que me comí cinco trozos y luego como era de esperar llegó el dolor de barriga. Ya lo dice el dicho: de limpios y tragones están llenos los panteones.

—Hola familia, ya estamos en casa —gritó Josh.

—Estamos en la cocina —comentó Tom bajando un tono la voz.

El pelirrojo portaba la maleta que había olvidado en la carpa del Drinking Park con algo de ropa, poca pero algo era algo. Se me había olvidado, ella se llamaba Frieda y también tenía un apellido que empieza por ese ce hache.

La mujer trabajaba de secretaria en un bufete del centro.

—Getxa me contó lo que te pasó, por eso te hemos venido a ver.

—Gracias, muy amable de su parte. Si me disculpa...

Sonreí y me fui hacia la habitación. Una de las cosas que más odiaba era estar de pie, además de que la pierna derecha me temblaba y amenazaba con tirarme al suelo, me dolía el brazo de usar las muletas. A la hora de estar en pie sin las muletas empezaba a sentir que todo se movía, se me aceleraba el corazón de mala manera y según Josh se me quedaba la cara como la de Michael Jackson, blanca como la pared. Aunque casi no tenía problemas de habla y ya estaba medianamente bien no lograba acordarme del nombre de algunas cosas simples como la radio, me podía quedar con la boca abierta viendo un árbol sin saber cómo se llamaba. Era triste pensar que a mis casi sesenta años tenía que volver a aprender casi todo lo que había aprendido hace tantos años. Triste pero así de dura es la vida.

Volví a la cocina dónde Ann se había unido a los alemanes y a Tom.

Comí un gran trozo de pastel típico alemán que había preparado la mujer con todo su cariño junto con una taza de chocolate, ya que no podía tomar café por las pastillas para la cabeza. Mientras comía pude ver que Josh tenía un antebrazo vendado, no le di más importancia hasta que me contaron que le pasó. Cuando la barandilla cedió por la maldita licuefacción y caímos todos, Josh buscó un sitio sin piedras y se lanzó de cabeza al mar, dándose un soberano golpe contra una roca. Salvó a una chica que yacía bocabajo —pero murió horas más tarde— y esperó hasta que llegó el helicóptero. En aquella maldita mañana murieron cuatro personas reventadas por las piedras del barranco y hubo cinco heridos de los cuales tres estaban en estado grave y uno muy grave, sí, el menda aquí presente.

[4] Las memorias de Leprechaun © {EN PAUSA}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora