Capitulo 1. Infierno

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Los pies se me van, andan por si sólos sin órdenes de mi cerebro, hasta que topan con un obstàculo y dan media vuelta. Las manos se entrelazan sin motivo. A menudo se alzan y van hacia mi cara. Mis ojos no hacen otra cosa que mirar hacia el suelo. Mis tripas rugen, pero puedo asegurarme que no es de hambre. Las 200 pulsaciones que tengo ni siquiera las siento. No tengo ni idea de cómo he llegado a esto, aquí, a este pasillo de hospital. Todo ha sido realmente rápido, todo iba bien y en un minuto, todo me ha traido a este lugar, perfectamente iluminado, pero que me parece tan sombrio como una mañana nublada de invierno. Necesito aire, necesito ver la luz del sol, pensar que todo es un sueño, morir y renacer para volver a estar en el vientre otros nueve meses.
Mis pies me llevan hasta la puerta de la calle. Me encuentro en unas escaleras que bajan. Bajo los escalones grises, y miro hacia arriba orientando los ojos hacia la fachada del hospital. Lo primero que pienso es "como puede ser tan horroroso este edificio, un lugar en el que se viene a nacer, a sufrir o a morir, y es tan frio, su fachada blanca se me hace gris. Esto es lo primero o lo último que vemos, debería der azul claro, o rosa, o de un color bonito, y con una fachada calida y acogedora, y que cuando fuera la primera vez que lo viéramos dijéramos que no nos importaría ser lo último que vieramos".
Mi olfato recibe un olor desagradable, casi nauseabundo, pero me encanta. Hay alguien fumando a mi lado. Llevo nueve meses sin fumar, quiero un cigarro a toda costa. Me acerco un poco al fumadory susurro:
- ¿Tiene un cigarro, por favor?.

- Si tengo - me dice el hombre.

Se produce una mirada cordial por mi parte, pensando en la generosidad de ese hombre, que me va a dar un pitillo. Transcurridos 10 segundos, el hombre no hace ademán de sacar su tabaco, y me mira. Le pregunto de nuevo:
- ¿Tiene un cigarro, por favor?

- Si, si tengo - responde de nuevo sin titubear.

- Veo que no me va a dar usted un cigarro, ¿no? - le digo

- Claro que te lo doy, pero no me has pedido un cigarro, me has preguntado si tengo un cigarro, y si tengo uno, bueno, tengo unos 17 o18, porque acabo de comprar un paquete - me responde el buen hombre con un tono muy cordial.

- Ahh, si, es posible, muchas gracias.

El hombre saca un cigarro y me lo da, a la par que me ofrece fuego. Al ponerme el pitillo en la boca e ir a darle fuego al mismo, me dice:
- ¿Què haces aquí?. ¿Qué estás pidiendo ya tu cita para el oncólogo con 10 o 12 años de anticipación?.
En cualquier otro momento de mi vida, me hubieran sonado estas palabras graciosas.

- No, no es por mi, es por...

- Si estás aquí con esa cara, tus nervios y de la manera en la que te veo, ¡te aseguro que sí estás aquí por tí!. - me replicó con tono afable.
Aquel hombre tenía toda la razón. Lo que tenía dentro de aquel gris hospital, frio, tenebre y maloliente lugar de vida y de muerte, era todo mi ser, todo mi yo, toda mi vida, todo lo que hacía que yo fuera feliz y que tuviera un sentido mi existencia. Entonces, retire el cigarro de mi boca sin haberlo prendido e hice el gesto de devolvérselos a este buen hombre, pero me apartó las manos de su lado y me dijo:

- ¡Guárdalos para cuando haya salido todo bien!.

Subí las escaleras , la alegría me subía por los pies. Entro en el hospital y me dirijo a aquel inóspito pasillo del que salí derrumbado hace 10 minutos.

Mis años de 9 mesesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora