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CAPITULO XI

"Me ortum, forsan non occasum"
(Me has visto salir, acaso no veas mi puesta)

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Dani se despertó en la mitad de la noche sintiendo un extraño y persistente movimiento en el colchón. Refregó sus ojos, encendió la lámpara de la mesa de luz y con dificultad descubrió que serían menos de las tres de la mañana.

Volteó el cuerpo al notar que los movimientos a su lado continuaban; escucharía y vería a Sebastián mascullando palabras inentendibles, apretando los puños y volando de fiebre.

Asustada, atinó a acariciar su brazo, con delicadeza.

- Sebas, Sebas...- susurraba - despertáte.

Cómo un animal herido, gemidos de dolor salían del fondo de su garganta en tanto que las gotas de sudor, lo empapaban por completo.

Desorientada, Daniela se puso de pie, arrojando hacia un costado el acolchado y desenmarañando el nido de sábanas que la envolvían. Distaba mucho de ser una noche calurosa, y ni siquiera la calefacción estaba encendida.

Evidentemente, su novio tendría una pesadilla horrible.

Los espasmos se apoderaban de su robusto cuerpo como latigazos, las palabras inconexas brotaban de su mandíbula rígida y comprimida.

Colocándose a su lado, insistía para despertarlo.

- ¡Sebas!- al borde del llanto, ella comprobaría que quemaba como una brasa -¡Mierda!

Rodeando la cama nuevamente, con prisa, salió en dirección a la cocina, llenó un vaso con agua y regresó a la habitación lo más rápido que le permitieron las piernas; dejó el líquido en la mesa de luz de la izquierda, del lado de Sebastián, y desde abajo, arrodillada en el piso, lo zamarreaba con todo la fuerza que tenía dentro.

Con dificultad, y mucha, sacudía a alguien que casi la duplicaba en peso y tamaño y era preso de un ataque en sueños que elevaba su fortaleza. Apremiada por la impotencia, pensó en llamar al servicio de emergencias, para que la ayudasen.

- ¡Sebastián, por favor, despertá! - sostenida por un hilo de voz, sin saber qué hacer, por la cabeza de Dani caminarían mil opciones, incluso sumando la posibilidad de llamar a Leandro, más vigoroso que ella.

Descompensada, aunando fuerzas, Sebastián parpadeaba, volviendo en sí con lentitud.

- Shhh, estás conmigo- dijo tenuemente, cuando un manotazo al aire, agresivo y sin destino cierto, estuvo a punto de impactarla. Logrando esquivar el golpe, sostenía sus antebrazos clavando sus uñas en las dos rocas que tenía como bíceps - ¡Sebastián, soy yo, Daniela!- vestida de drama, suplicaba por el reconocimiento.

La luz amarillenta se filtraba en sus ojos, las pesadillas volvían a acecharlo. De a poco dejó de moverse. Había estado soñando como en los viejos tiempos, cuando el diablo metía la cola en sus asuntos y lo fastidiaba al perseguirlo hasta el infinito.

Agitado y con dificultad, como un autómata, logró sentarse en la cama, con los pies apoyados en piso y el sudor espeso recorriendo su piel desagradablemente. Tardaría unos instantes en hablar y un tanto más, en comprender en dónde estaba, y con quién.

Puso sus manos en su pecho, acalorado y con el corazón galopando. De su frente caían gotas de transpiración como si estuviese bajo la ducha.

Parpadeando, se permitió ver a su alrededor. En una esquina, un cuerpo pequeño de grandes ojos verdes temblaba, abrazándose a sí mismo, en silencio.

"Donde se esconden los ángeles"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora