Capítulo 4: Conociéndola a pocos

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Ella cantaba como los ángeles. ¿Hay algo que ella no pueda hacer? Oh, preguntaré eso.

—¿Hay algo que no puedas hacer tan bien? -pregunté mientras la miraba seriamente, ella rió como si supiese que lo había pensado antes de preguntarle.

Su risa me hizo sonreír.

—Sí, soy un desastre cocinando -sabía que diría eso-. Y no es que me queje, la verdad es que mi comida es muy sabrosa, el problema es el lío que queda para limpiar.

Ah, pero eso no era tan malo.

—¿Sólo eso? -pregunté, sólo quería sacarle conversación, ella sonrió hacia mi dirección y asintió. Luego nos quedamos en silencio mientras sonaba la radio.

—No es verdad -murmuró Steve.

—¿Qué cosa? -pregunté.

—Nunca le he dicho que lo amo, no soy de esas que dicen "te amo" al primer mes -dijo mientras cruzaba a la derecha-. La verdad es que no le digo te amo a nadie.

—¿Por qué él inventaría algo así? -pregunté cuando estacionó en frente de un Domino's Pizza.

—Porque es un becerro celoso -dijo riendo mientras salía del auto.

¿Becerro?

—¿Becerro? -yo la seguí mientras entraba a la pizzería.

Ella sólo río y se puso en la fila.

—¿Cuál quieres? -preguntó mientras yo la miraba y luego volví mi vista hacia el marcador.

¿No debería ser yo él que pregunte eso?

—La que tú quieras, ya no tengo tanta hambre -me sobé la barriga y ella miró y se rió.

—Me recordaste a papa por un segundo -dijo sonriendo.

—¿Papa? ¿Tu papá? -pregunté y al momento me arrepentí, su mirada decayó.

—Ojalá mi papá fuera la mitad de hombre de lo que es mi abuelo -dijo y levantó su mirada hacia mí.

Creo que lo arruiné.

—¿Quieres hablar sobre ello? -me sentí muy incomodo de nuevo-. Te prometo que seré como lo fui anoche, sólo que sin la entrevista.

—No, quiero comer y luego no sé... -miró hacia abajo y murmuró algo ininteligible para mis oídos. Creo que fue como "Morirme tal vez" pero yo tengo los oídos muy sucios y aparte, según el aviso que da mi teléfono cuando uso los audífonos a todo volumen, estoy sordo.

Me desvié.

—¿De dónde eres? -le pregunté mientras le rogaba a Dios que mirara hacia donde yo estaba.

—Venezuela -dijo y Dios escuchó mis plegarias porque sus hermosos ojos volvieron a ver los míos.

Ok, tal vez fue el hecho de que ella era muy hermosa, que tengo los oídos sucios, el aviso de los audífonos a todo volumen y que mucha gente hablaba al mismo tiempo pero no le presté atención cuando respondió lo que sea que le haya preguntado.

—¿Cómo? -y justo en ese preciso instante en el que hablé la peste que tenía que se había ido la semana pasada tomó posesión de mi cuerpo y mi pecho retumbó.

Ella rió sin embargo, casi me atraganté de lo grueso que era el constipado, pero al menos la hice sonreír.

—Tremendo catarro -se ríe mientras se sostiene el estomago.

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