Capítulo 4

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—¿Nadia?

Hmm... ¿Quién me llama a estas horas tan intempestivas?

—Nadia, ¡es hora de levantarse! El desayuno se sirve en la cuarta puerta a mano derecha.

Vaya, con lo hermoso que era mi sueño... Retiro con los pies el grueso edredón que me envuelve como si fuera un abrigo de piel y me desperezo lentamente. ¡He dormido como un lirón! Me acerco a la ventana para dar los buenos días al mar y luego me pongo unos vaqueros viejos y una sudadera. Descalza, voy a reunirme con padre.

¡Sorpresa! En el comedor hay un hombre sentado a la izquierda de mi padre, de espaldas a la luz de las vidrieras que inunda toda la estancia. ¡Podía haberme avisado! ¡Me he vestido como una vagabunda y mi pelo debe parecer un torbellino de lava!

—¡Ongi etorri Euskal Herria! —bienvenidos al País Vasco, traduce nuestro anfitrión.

Qué voz más sorprendente, tan seria y carismática... Hago una reverencia torpe, medio inspirada en nuestros espectáculos de circo, lo que provoca una carcajada en nuestro anfitrión en un tono totalmente desprovisto de alegría.

—Por favor, tome asiento, Bosikom Printsessa.

Entre la pinta de recién levantada y el comentario de «princesa descalza» que ha hecho este hombre, que supongo que será el Sr. Hannibal, ¡rara vez he pasado tanta vergüenza!

—¡Cuánto has crecido desde que te vi en Moscú...! —continúa con un toque de nostalgia.

Hundo la nariz en un tazón de chocolate caliente, que está justo en su punto, grueso y aterciopelado. Ojalá pudiera desaparecer en él para siempre. Siento que la mirada de Hannibal me atraviesa, como si tratara de sondear mi alma. ¡No recuerdo haberle visto nunca! Afortunadamente, mi padre desvía la atención preguntándole:

—¿Está listo?¿Listo?

¿Listo para qué? ¿Averiguaré finalmente por qué mi padre nos ha traído a este disparatado castillo, a su inquietante dueño, y qué quiere de nosotros?

Como sigo mirando al suelo, solo logro oír una silla que se mueve y el leve roce de las ropas. El eco de unos pasos sobre las baldosas de mármol me indica que Hannibal abandona el comedor. Algo me hace alzar la vista; el sonido de sus zapatos contra el suelo es ligeramente desigual. Lo comprendo al retirar el cabello y observarle caminar; Hannibal cojea ligeramente. Vuelvo a bajar la mirada en cuanto se detiene y gira el pomo de la puerta.

—Le veré en la cuadra en media hora.

¿La cuadra? Espero a que el sonido de sus pasos se debilite lo suficiente antes de fruncirle el ceño a mi padre, diciendo:

—Aparte de los nuestros, no he visto ningún otro caballo en esta finca, ¡así que no puede haber ningún caballo «difícil» que Sergei el susurrador de caballos deba reeducar!¡Espero que no nos hayas hecho venir hasta aquí para venderle nuestros caballos!

—No —responde mi padre sin rodeos, al tiempo que se levanta de la mesa.

—¿Entonces qué hacemos aquí? ¿De qué me conoce este hombre? ¿Vas a decirme por finqué está pasando?

—Vamos a enseñarle a montar a caballo de nuevo. Date prisa en arreglarte. Te espero en el aparcamiento.

4.- Zaldia - El Caballo Andaluz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora