Cuando bajé del coche mis pies experimentaron una sensación de libertad extraña. Como si fuese la primera vez en años que cargaba peso sobre ellos. No solía hacer viajes largos en coche, así que supongo que era algo normal.
Me estiré y vi una tienda de regalos justo en frente de mí. Sonreí.
—Mamá, pero podremos comprar algo para que os recuerde cuando me estén torturando en ese sitio, ¿verdad?
—Ay, Aitana, qué de tonterías dices, por Dios.
—¿Entonces podemos?
Mi madre vaciló unos segundos.
—Vamos a comer primero, ¿entendido?
Asentí y me dirigí saltando hacia el restaurante.
Estaba vacío. Completamente. Incluso las sillas estaban puestas encima de las mesas. Aunque sí que había un camarero.
Vestido con una camiseta en la que decía "donde bien se come, se come bien" y unos pantalones negros, un hombre con algo de barba fumaba un cigarrillo sentado en una silla.
—¿Van a comer algo ustedes?
—Claro, caballero. ¿Hay —mi padre miró a su alrededor— alguna mesa disponible para nosotros?
El hombre soltó una carcajada.
—Claro que sí. Aquella de allí es la única que no está reservada —hizo una pausa, esperando que hiciésemos honor a su sentido del humor—. Vale, solo bromeo. Escojan la mesa que quieran.
Mi padre señaló una de las mesas que más cerca teníamos y el hombre de la barba bajó las sillas de ella. Mi madre asintió con una sonrisa en señal de agradecimiento.
—¿Solo son ustedes? Quiero decir, ¿solo tres? —preguntó el camarero.
Mi padre contestó.
—Ah, sí, claro. Solo somos nosotros.
El camarero le dio un menú a mi madre y otro a mi padre y a continuación dirigió una mirada hacia mí.
—¿Usted también quiere uno, señorita? —sonrió.
No supe qué responder, así que permanecí en silencio y casi sin pensarlo negué con la cabeza. Aun así, el hombre me dio un menú.
—¿Era una pregunta trampa? —dije.
—¡Aitana! —Me riñó mi madre.
El camarero sonrió.
—¿Por qué no tienes clientes? —pregunté, haciendo caso omiso a llamada de atención de mi madre.
—Venga ya. Esto es un bar aislado del resto del universo. El dueño de esto está de vacaciones y me ha dejado al mando. Y no hay gente porque no hay gente. Por aquí, me refiero. Esto está desierto. Las casas más cercanas están a media hora en coche de aquí. Y al otro lado, a unas dos horas, hay un sitio cerrado por un muro. No sé qué hay dentro, pero no hay edificios cerca. ¿Puedo saber adónde van?
—Mis padres...—entonces mi madre me cortó.
—Tenemos parientes por aquí cerca. Vamos a una boda.
Miré el vestuario que llevábamos. A juzgar por nuestra ropa, la mentira de mi madre sonaba muy poco creíble. El camarero desconfió por un segundo y luego añadió.
—Bueno, suerte con eso. Llámenme cuando sepan qué van a pedir
—Espere—dijo mi madre—. ¿Sabe si la tienda de regalos está abierta?
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Fugas.
General FictionTras varios años de rendimiento académico bajo, mis padres han decidido llevarme a una cuidad de la que poca gente puede decir mucho. Los únicos datos que mis padres tienen, son los que han sido proporcionados por rumores en el barrio, y piensan dej...