Capítulo 5

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Lexi

En cuanto me senté en una de las mesas de la cafetería se me cerró el estómago. Por más vueltas que daba a los macarrones con tomate no me entró apetito, así que los tiré intactos. Era una ofensa porque a veces yo tenía que subsistir a base de sándwiches y de sopa, pero nadie se los iba a comer; Brett estaba reunido con su equipo de lacrosse.

Debido a que en la cafetería estorbaba, fui a la biblioteca. Era famosa por su zona chill out en la zona oeste del campues, pues tenía una cristalera con vistas a un bosque nevado. La sala diáfana olía a incienso y a libros antiguos, y disponía de pufs, mantas y tres máquinas de café. La decoración tenía un estilo zen: reinaban diferentes tonos rojizos y los colores tierra propios del otoño, los muebles y el suelo eran de madera y habían colgados cuadros de Buda con frases filosóficas y fotografías de las Siete Maravillas del Mundo. Era un lugar simple, pero armónico y tranquilo. Sin duda, mi favorito.

Tuve la suerte de encontrar un puf naranja disponible y me senté. Me puse los auriculares y la primera canción que sonó fue Doubt de Twenty One Pilots. Saqué de la mochila Bajo la Misma Estrella, uno de mis libros favoritos, y algo de dentro se cayó. Era un papel. Fruncí el entrecejo, desdoble el folio y leí:

«Lo que te voy a escribir es muy ñoño, lo sé, pero... te quiero».

Reconocí la letra redonda de Andy al instante. Me llevé una mano a la boca y contuve las inminentes lágrimas. Desconocía que me hubiese dejado una nota en el sitio más fácil del planeta, ya que había releído ese libro más de cinco veces. El corazón se me rompió en mil pedazos y empezó a sangrar. Se me había olvidado lo detallista que era Andy.

Pensé en deshacerme de la nota, pero no tuve el valor suficiente siquiera para arrugarla. Era un pequeño tesoro, un recuerdo de un tiempo donde Andy era mi soporte. Me arrepentiría si la tiraba.

Tragué saliva y guardé el papel en el bolsillo pequeño de la mochila. Me preparé para la lectura, no obstante, Andy ocupaba nuevamente mis pensamientos. Me incliné hacia atrás, apoyé la cabeza sobre el puf y cerré los ojos...

Andy se pasó toda la clase de Arqueología mirándome de reojo. Estaba segura de que si el profesor le hubiera hecho leer, se hubiese perdido. Tuvo suerte, puesto que me hubiese gustado soltarle un «¿qué mierda estás haciendo?» o «te vas a quedar bizco», pero echaba de menos que sus ojos me admirasen.

Él había cambiado: ya no me contemplaba con la fascinación de antes, sino con extrañeza.

Me despertó el móvil vibrando sobre mi estómago. En la pantalla salía una notificación de Brett:

«¿Dónde estás?».

Miré el reloj y me incorporé de un salto, asustando a la chica que estaba sentada a mi lado. Hacía diez minutos que la clase de Historia del Cine y Artes Visuales había empezado.

Caminé a paso rápido, aún adormilada. Me dolía el puente de la nariz y notaba la cabeza pesada, por suerte una manta de nubes blancas velaba el cielo, provocando que la luz fuese sombría. Me peiné con los dedos en el cuarto de baño y luego corrí hasta el ascensor.

Cuando se abrieron las puertas me sorprendí al ver a Emily Dómine, una chica de mi clase con la que no había hablado a menos que hubiese sido necesario.

—Hola —dijimos al unísono casi imperceptiblemente.

Me coloqué a su lado de cara a la puerta y junté las manos frente a mi estómago. Ella apretó la mandíbula y tamborileó la correa de su bandolera marrón con la yema de los dedos. Normalmente iba a clase diez minutos antes y, a juzgar por la determinación en su mirada, era la última vez se permitía ser impuntual.

Beside youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora