Capítulo 1- Pesadillas.

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¿Alguna vez has tenido esa sensación en medio de una pesadilla en la que corres mientras te arden los pulmones para salvar la vida de la persona que más quieres, pero nunca es lo suficientemente rápido, y notas como su vida se te escapa de las manos sin poder remediarlo? Escucho gritos detrás de mi, es él. Es Andrew, mi padre. Me giro y corro detrás de él mientras cruzo una plaza, plagada de gente que me observa, a la que atravieso a veces, pero otras veces golpeo al pasar por su lado. Corro y corro pero mi padre, que se mueve rápidamente hacia atrás observando como caigo, me levanto y me deslizo por debajo de hombres y mujeres que curiosamente miden metros y metros más que yo, se aleja cada vez más rápido y no consigo alcanzarlo. Este, me dice tranquilamente adiós con la mano. Está hablando, pero no lo escucho, me parece que esta diciendo que ahora vuelve, pero no. Yo sé que no lo hará. Que cojerá todas sus cosas y se marchará para siempre. Que me abandonará a mi suerte, y me tendré que ocupar de mi madre y mi hermana. Noto como algo caliente recorre mi rostro, una gota roja se desliza sobre mi piel. Arde. Entre cierro los ojos y miro hacia arriba. Oh, dios. Todos los seres vivos tienen ahora largas piernas y enormes zapatos, y por si fuera poco llevan guantes blancos, y una careta de payaso. Llueve sangre, y todos ellos me observan desde su altura, y se rién de mi soledad. Salgo corriendo ésta vez para escapar de los payasos. Entonces mi padre sonríe y abre sus brazos. Corro hacia ellos desolada, buscando un lugar en el que refugiarme. Cuando estoy llegando a donde el, tropiezo y caigo de bruces en el suelo, todo se torna negro. Ya no hay ni payasos ni lluvia roja, solo hay oscuridad.

Me levanto sobresaltada y tremendamente exhausta. Es la tercera vez esta semana que tengo esa pesadilla. Es muy angustioso a la vez que aterrador. Me levanto despacio, para omitir el mareo posterior al horrible sueño que me invade casi todas las noches y me extraño de escuchar a Alicia llorando a estas horas de la madrugada.

Miro el reloj que cuelga en una esquina de la pocilga, también llamada habitación. Las tres de la mañana. Cruzo el pequeño pasillo y entro en el cuarto en el que mi madre descansa plácidamente y ni se inmuta del jaleo que arma mi hermana. La observo, qué aunque me ve, no calla.

-Mamá. -No contesta. Me acerco y la giro, ya que se haya boca abajo. Me sitúo al pié de su cama y la zarandeo. -Mamá. -Vuelvo a llamarla. Le rozo la cara con uno de mis dedos. Está fría, helada. Un escalofrío recorre mi cuerpo, y en ese mismo instante, soy consciente, de que ya no va a volver a despertar.

Intoxicated.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora